Una tragedia sepultada: el desgarrador deslizamiento de tierra en Darfur y la indiferencia global

El desastre natural que borró del mapa a la aldea de Tarasin revela tanto la vulnerabilidad climática como el impacto implacable del conflicto en Sudán

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Tarasin bajo el lodo: la aldea que desapareció en cuestión de horas

El pasado 31 de agosto, uno de los deslizamientos de tierra más mortales registrados en la historia reciente de África ocurrió en la región montañosa de Darfur, en el occidente de Sudán. La catástrofe dejó un saldo aproximado de mil personas fallecidas, entre ellas al menos 200 niños, según la organización humanitaria Save the Children.

La tragedia tuvo lugar en la aldea de Tarasin, ubicada en las Montañas Marrah —una de las regiones más aisladas del país—, tras días de intensas lluvias que saturaron el suelo hasta provocar el colapso de la ladera de una montaña. Al caer la tarde del domingo, la primera ola de tierra y rocas cubrió por completo el asentamiento, con una segunda ola horas después que impactó a aldeas cercanas y alcanzó a habitantes que intentaban auxiliar a las primeras víctimas.

Un país asediado por el conflicto y el clima

Sudán enfrenta desde abril de 2023 un conflicto civil brutal entre el ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), una poderosa milicia paramilitar. El enfrentamiento ha provocado más de 40.000 muertes y alrededor de 12 millones de desplazados, convirtiendo al país en una de las peores crisis humanitarias del mundo conforme a cifras de OCHA, la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.

A esta devastación provocada por el hombre se suma ahora la fuerza incontrolable de la naturaleza. Los efectos del cambio climático, especialmente en regiones empobrecidas y sin infraestructura resiliente, agravan el sufrimiento humano. Sudán es un ejemplo de libro de texto sobre cómo el conflicto impide la acción humanitaria, la prevención de desastres y la reconstrucción efectiva tras emergencias.

Un desastre silenciado por las dificultades logísticas

La zona afectada es de difícil acceso: carece de cobertura telefónica, caminos pavimentados y servicios básicos. Las brigadas de rescate de Save the Children, según Francesco Lanino, su director de operaciones para Sudán, debieron movilizarse en burros y camellos para acceder a la zona debido a los caminos destruidos. En el lugar, descubrieron que la montaña básicamente cayó sobre el pueblo entero.

`Lanino detalló que, además de las víctimas mortales, al menos 150 personas lograron sobrevivir y están recibiendo atención médica y apoyo psicológico. Las esperanzas de encontrar más personas con vida se desvanecen, ya que todo el poblado —sus casas, escuelas y centros de salud— ha quedado completamente cubierto de barro y escombros.

Un infierno sin salida: miedo, lluvias y desplazamiento

Las lluvias no han cesado desde el desastre, y los pobladores desplazados ahora se encuentran a varios kilómetros de la zona cero, aún sin refugios estables, suministros médicos ni alimentos suficientes. Algunos supervivientes explicaron a los trabajadores humanitarios que siguen escuchando el sonido de la montaña gimiendo, temiendo que un nuevo derrumbe acabe con lo poco que queda.

De acuerdo con Lanino, la ayuda se transporta en animales de carga debido a lo inaccesible del terreno. A pesar del esfuerzo de organismos internacionales, la magnitud de la catástrofe y las condiciones inseguras hacen casi imposible establecer una ayuda sostenida y de gran escala.

La comunidad internacional y el espejo de su indiferencia

Mientras el mundo presta atención selectiva a algunas crisis y cierra los ojos ante otras, la tragedia de Darfur pasa desapercibida para gran parte de los medios y gobiernos. ¿Dónde están las campañas de emergencia? ¿Dónde las reuniones de cancilleres? ¿Dónde las promesas de reconstrucción?

Lo ocurrido en Tarasin no solo es una catástrofe natural. Es también el reflejo perfecto del abandono de ciertas regiones del planeta por los poderes globales y las instituciones multilaterales. A diferencia de otros desastres que captaron titulares globales y grandes sumas de ayuda en cuestión de días, este apenas ha generado menciones en los círculos diplomáticos o noticiosos occidentales.

Un desastre que era evitable

Expertos climáticos y geólogos han advertido por años sobre el riesgo de calamidades en regiones como Darfur, donde las lluvias estacionales, el uso indiscriminado del suelo y la tala descontrolada aumentan significativamente la fragilidad del terreno. Sin embargo, ante la falta de gobernanza y la continua violencia, la prevención de desastres prácticamente no existe.

Según informes de la IPCC, Sudán es uno de los países más vulnerables al cambio climático, con proyecciones de lluvias más intensas y eventos meteorológicos extremos más frecuentes en las próximas décadas. Sin un esfuerzo coordinado, no solo por parte del Estado sudanés (prácticamente inexistente hoy), sino también del sistema internacional de ayuda, estos escenarios seguirán repitiéndose.

Historias debajo del lodo

Entre quienes sobrevivieron se encuentran muchos niños, huérfanos ahora o separados de sus padres. Save the Children y otras ONG internacionales han comenzado el proceso de reunificación familiar y apoyo psicosocial, pero la tarea es titánica. La separación del tejido social, la pérdida de viviendas, la muerte de maestros y doctores, representa la pérdida de generaciones enteras de futuro.

El gobierno de facto de Sudán, dividido entre facciones militares, no ha ofrecido una respuesta eficaz. Las labores de rescate han sido asumidas casi exclusivamente por grupos de la sociedad civil, mientras las autoridades intentan mantener el control sobre los frentes armados y los recursos naturales críticos del país.

Reflexión global: ¿vale menos una vida sudanesa?

Cuando más de mil personas perecen en un desastre —en particular niños inocentes— se debería esperar una reacción global de proporción correspondiente. Pero los principios de solidaridad humana parecen haberse debilitado ante el mercado de intereses geopolíticos.

La pregunta incómoda pero necesaria es: ¿por qué ignoramos tragedias como esta? ¿Es por racismo, por lo remoto del sitio, por la fatiga mediática, por la falta de recursos naturales que explotamos o porque la muerte en aquellos lugares parece ya normalizada?

Una oportunidad para cambiar el rumbo

Si bien la tragedia de Tarasin marca una herida imborrable, también puede ser un punto de inflexión. Las organizaciones internacionales, los países donantes, las agencias de desarrollo y hasta los medios tienen la posibilidad y responsabilidad de trabajar en planes de prevención, reconstrucción y resiliencia en zonas vulnerables como Darfur.

Las víctimas del desastre merecen algo más que silencio. Merecen reconocimiento, memoria, justicia climática y la promesa de que lo ocurrido en ese pueblo montañoso no será otro número perdido en un informe anual de desastres.

Que el eco de las montañas que aún crujen en Darfur nos despierte.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press