La hoja de coca: raíz sagrada, símbolo cultural e identidad espiritual de Bolivia

Más allá del narcotráfico, la hoja ancestral nutre, une y da sentido a miles de familias bolivianas

Una hoja, mil significados

Para quienes viven en las verdes montañas de los Yungas, en Bolivia, la hoja de coca no es solo una planta. Es vida, es sustento, es herencia. Mientras el mundo la asocia mayormente con el narcotráfico y su procesamiento en cocaína, en Bolivia tiene un valor profundamente simbólico, espiritual y económico.

"La coca es el corazón de nuestra supervivencia", afirma Tomás Zavala, agricultor de 69 años, quien cada mañana realiza un ritual pidiendo permiso a la Pachamama —la Madre Tierra— antes de cosechar las preciadas hojas. "Si trabajamos sin permiso, la tierra se cansa y ya no da frutos", sentencia con respeto.

El boliviano que masca: el ‘boleo’ como tradición diaria

Una de las prácticas culturales más extendidas relacionadas con la coca es el boleo, que significa colocar un bolo (pequeña bola) de hojas en la mejilla para masticarla lentamente. No es como mascar chicle: el proceso es más contemplativo, simbólico y funcional. Según Rudi Paxi, secretario de la Asociación de Productores de Coca, “nos quita el hambre, el cansancio y nos ayuda a trabajar sin parar”.

Reconocido desde el 2016 como Patrimonio Cultural Inmaterial, el boleo es tan común en Bolivia como el café en otras partes del mundo. Sirve como combustible para los trabajadores del campo, de la construcción, y se asocia también con la resistencia física y mental. Según datos oficiales, se calcula que en Bolivia más de 45.000 personas trabajan directa o indirectamente en la producción legal de coca.

El sustento económico de miles de familias

En los Yungas de La Paz, la herencia de los campos de coca pasa de generación en generación. Alejandra Escobar, de 22 años, lo recuerda con claridad: “Desde los 2 años estoy en el cocal. Esto es duro, pero la coca nos da todo”, cuenta mientras separa las hojas junto a su madre. Lo mismo sucede con Mónica López, quien continúa el legado que le dejaron sus padres y cultiva junto a sus cinco hijos.

Las labores del campo se programan rigurosamente: entre octubre y diciembre se prepara la tierra y se siembra. Luego, entre febrero y marzo se cosecha. Todo el trabajo es completamente manual, sin maquinaria.

Niños, adultos y ancianos contribuyen. Así, este cultivo no solo es economía: es comunidad.

Una perspectiva diferente de la coca

En 2009, Bolivia inscribió la hoja de coca en su Constitución como patrimonio cultural. Y en los foros internacionales, el país ha defendido su uso tradicional frente a las acusaciones de promover el narcotráfico.

En el Día Nacional del Acullicu (chequeo o boleo), celebrado el 11 de enero, el presidente Luis Arce reafirmó su valor simbólico: “La hoja de coca es identidad, cultura y soberanía. Nos define como pueblo”.

La realidad legal es compleja. Mientras que la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961 de la ONU exige su erradicación, Bolivia logró en 2013 una reserva que le permite cultivar y consumir dentro de límites estrictos para usos tradicionales.

Más allá del campo: medicina, gastronomía y religión

La coca también desempeña un papel fundamental en la vida cotidiana urbana. Muchos bolivianos la usan como remedio natural para aliviar dolores estomacales, mal de altura o dolores de cabeza. Los tés de coca, las cremas y hasta los caramelos con extracto de coca son productos comunes en los mercados.

Además, la hoja ha inspirado innovaciones gastronómicas: en restaurantes alternativos de La Paz y Cochabamba se ofrecen panqueques, helados, cerveza y hasta cócteles preparados con coca.

En el plano espiritual, la coca es protagonista indiscutible. Los pueblos indígenas, especialmente los aymaras y quechuas, usan las hojas en ofrendas llamadas “mesas” para pedir bendiciones o expresar gratitud a la Pachamama. Son parte clave de ceremonias como el día de las almas, donde se ofrecen hojas para guiar a los difuntos en su camino.

La chaya: un ritual ancestral que sigue vivo

En febrero, durante el carnaval andino conocido como “la chaya”, es tradición rociar alcohol sobre la tierra, como una bendición y agradecimiento. También se adorna con serpentinas, flores, frutas y, claro, hojas de coca.

“Es nuestra forma de conectar con lo sagrado”, dice Zavala, quien ha inculcado la práctica a sus nietos. “La tierra da, pero tiene que sentirse querida”.

El estigma internacional y la tensión con la lucha antidrogas

A pesar del rol cultural de la coca, Bolivia aún enfrenta tensiones con países que no distinguen entre su uso tradicional y su transformación en droga. En particular, los Estados Unidos han presionado por la erradicación de cultivos en zonas no autorizadas, asociando cualquier producción con el narcotráfico.

Sin embargo, según un estudio del Transnational Institute (TNI), el 88% de la coca legal en Bolivia se destina al consumo tradicional. Además, el enfoque del país ha sido de “reducción con consenso”, priorizando el diálogo con los productores y respetando su cultura.

Tal como señaló el ex ministro de Desarrollo Rural, César Cocarico: “La lucha antidrogas no puede ser pretexto para criminalizar una tradición milenaria y una economía ancestral”.

El futuro de la hoja sagrada

Hoy, Bolivia busca diversificar el destino de la hoja. El gobierno ha impulsado la industrialización legal de productos derivados como mate, cremas y suplementos naturales, usando el modelo de las cooperativas agrícolas.

No obstante, el gran pendiente sigue siendo la percepción internacional. Desde los Yungas hasta los tribunales de la ONU, los bolivianos siguen defendiendo la hoja con argumentos basados en historia, cultura y derecho a la identidad.

“Vas a cualquier casa en nuestra región y siempre habrá un puñado de coca sobre la mesa”, dice López. “Está con nosotros en la dicha y en la tristeza, en el trabajo y la oración”.

Una planta que une generaciones

En un mundo globalizado, donde muchas tradiciones se pierden entre la modernidad, la coca sigue latiendo en el corazón de un país que no olvida. Para Zavala, sembrar y agradecer es un mismo acto: “La coca es nuestra verdad, nuestra raíz. Es Bolivia”.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press