Crímenes que estremecen: el oscuro rostro de los asesinatos familiares en Oceanía

Una mirada profunda a los casos que sacuden a Australia y Nueva Zelanda: Erin Patterson, Tom Phillips y Hakyung Lee

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Un almuerzo mortal que conmovió a Australia

El 8 de septiembre de 2025, la Corte Suprema de Victoria dictó una de las sentencias más impactantes de su historia reciente: cadena perpetua con un mínimo de 33 años sin libertad condicional para Erin Patterson, una mujer condenada por el envenenamiento mortal de tres personas de su familia política mediante un almuerzo de beef Wellington con setas venenosas.

El juez Christopher Beale no escatimó palabras al referirse al crimen como una “colosal traición de confianza”. Don y Gail Patterson, junto con Heather Wilkinson, fallecieron tras ingerir la comida adulterada con Amanita phalloides, conocidas como “death cap” o sombrero mortal. Ian Wilkinson, esposo de Heather, sobrevivió tras semanas en estado crítico en un hospital.

Una mujer que sirvió la muerte con guarnición de engaño

Patterson alegó que las setas venenosas fueron recolectadas por accidente, aunque la evidencia dejada en la mesa sugiere una intención deliberada de separar los platos: según testificó Ian Wilkinson, a los invitados se les sirvió en vajilla gris, mientras Patterson comía de un plato color marrón anaranjado. El juez lo interpretó como una forma de evitar envenenarse a sí misma.

Según la corte, también había sido planeado envenenar a su esposo Simon Patterson, quien no asistió al almuerzo.

Citando directamente al juez Beale: “No solo truncaste tres vidas y causaste daño permanente a Ian Wilkinson, devastando a las familias Patterson y Wilkinson, sino que infligiste un sufrimiento incalculable a tus propios hijos, quienes han perdido a sus abuelos”.

El caso captó la atención mediática y popular, al punto de ser el primer proceso de sentencia televisado en la historia de los tribunales de Victoria.

La cacería y caída de Tom Phillips: el prófugo más buscado de Nueva Zelanda

Al otro lado del Mar de Tasmania, Nueva Zelanda vivía su propio drama. Thomas Phillips, quien se dio a la fuga con sus tres hijos en 2021, fue ultimado por la policía tras un tiroteo que se desató mientras el prófugo robaba una tienda agrícola.

La historia de Tom Phillips parece sacada de una novela de supervivencia maligna: desapareció con los niños dos veces, primero en septiembre de 2021 y luego de nuevo en diciembre del mismo año, tras haber sido acusado de malgastar recursos policiales. Desde entonces, se mantuvieron ocultos en las densas zonas rurales de Marokopa, en la isla norte.

Una vida fuera de la ley

Thomas Phillips acumuló numerosos delitos durante su tiempo prófugo: robos armados, amenazas a civiles e incluso resistencia armada a la policía. En mayo de 2023, participó en un asalto bancario armado junto con uno de sus hijos y disparó contra un civil.

Un oficial fue gravemente herido durante el tiroteo que acabó con su vida y uno de los niños, presente en el robo, fue capturado por las autoridades. Los otros dos niños permanecen desaparecidos y se teme por su seguridad.

Investigaciones previas indicaban que Phillips no tenía la custodia legal y sus hijos, de entre 9 y 11 años, no asistían ni a escuelas ni recibían atención médica. Las autoridades ofrecieron una recompensa de 80,000 dólares neozelandeses (47,000 dólares estadounidenses) e inmunidad para quien brindara información. Nadie colaboró.

El monstruo en la maleta: el caso de Hakyung Lee

Como si estos dos casos no fueran suficientes, otro crimen espeluznante sacude a Nueva Zelanda. Hakyung Lee, una mujer de mediana edad nacida en Corea del Sur pero ciudadana neozelandesa, enfrenta actualmente un juicio por el presunto asesinato de sus dos hijos, cuyos cuerpos fueron encontrados en 2022 en maletas dentro de una unidad de almacenamiento.

El hallazgo ocurrió cuando el contenido de la unidad fue subastado debido al incumplimiento en los pagos de renta. Los nuevos propietarios abrieron las maletas y presentaron la denuncia.

El crimen habría ocurrido en junio de 2018, tras lo cual Lee viajó a Corea del Sur y cambió su nombre. Fue arrestada en septiembre de 2022 y regresada a Nueva Zelanda dos meses después tras aceptar voluntariamente la extradición.

¿Enfermedad mental o asesinato premeditado?

El juicio, que se prevé durará al menos cuatro semanas, cuenta con la presencia de 40 testigos. Lee se representa a sí misma en el juicio, aunque hay abogados listos para asistirla si lo solicita.

El juez Geoffrey Venning señaló que probablemente se pedirá al jurado evaluar la competencia mental de Lee en el momento de los asesinatos. El caso está rodeado de misterio, ya que la causa de muerte exacta aún no ha sido determinada, aunque se encontraron rastros de somníferos recetados a Lee en los cuerpos.

El esposo de Lee falleció en 2017 tras una larga enfermedad, un evento que algunos expertos consideran un posible punto de quiebre en su estabilidad emocional. El juicio se conduce con sensibilidad, permitiéndose a Lee presenciar el proceso desde otra sala para preservar su estabilidad emocional.

¿Qué tienen en común estos tres casos?

Además del horror evidente, estos tres casos están marcados por dinámicas familiares rotas, aislamiento extremo y una profunda oscuridad emocional. Sea por odio, trastornos mentales, desesperación o una combinación de múltiples factores, Erin Patterson, Tom Phillips y Hakyung Lee definen un nuevo y espeluznante perfil criminal en Oceanía: el asesino familiar contemporáneo.

En todos los casos, el círculo familiar fue la meta directa del crimen: padres, hijos, esposos. ¿Qué lleva a estas personas a matar a aquellos que en teoría más deberían proteger?

El impacto social y mediático

Los tres casos han capturado la atención del público y los titulares internacionales. El juicio de Erin Patterson fue televisado, el de Hakyung Lee se sigue con morbo y compasión, y el caso de Tom Phillips generó debates sobre la seguridad rural, el acceso a zonas remotas e ineficiencias en los sistemas de justicia y bienestar infantil.

Las redes sociales, medios de comunicación y la opinión pública se dividen entre teorías, simpatías y condenas. Aunque no se puede justificar ningún delito, los perfiles psicológicos de los implicados despiertan un enorme interés social. ¿Fueron monstruos o producto de ambientes tóxicos y traumas no tratados?

¿Qué podemos aprender de estas tragedias?

Primero, que la violencia familiar rara vez es espontánea. Generalmente responde a ciclos de tensiones, enfermedades mentales no tratadas, traumas y contextos de aislamiento. Segundo, que los sistemas de justicia y asistencia familiar deben reforzar sus métodos de identificación de signos tempranos de peligro.

Tercero, que estos casos son señales de alerta para una sociedad donde algunos individuos, por diversas razones, encuentran en el crimen una salida a conflictos personales, llevando al límite la noción de tragedia.

Como dijo Ian Wilkinson, el hombre que sobrevivió al veneno de Patterson: “Nuestra vida y la vida de nuestra comunidad depende de la bondad de los demás”.

Tal vez, dentro de tanto horror, estas palabras sean el único rayo de esperanza.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press