La otra cara de Washington: violencia, olvido y la militarización como espectáculo
Mientras Trump presume cifras nunca antes vistas, comunidades como Anacostia siguen ignoradas por los operativos federales pese a clamar por ayuda real contra el crimen.
Una mirada desde Anacostia: la ciudad dividida por el río y por la política
Desde Anacostia, barrio histórico del sudeste de Washington D.C., los residentes pueden contemplar el skyline capitalino: el Monumento a Lincoln, la cúpula del Capitolio y el Waldorf Astoria, antiguo hotel Trump. Sin embargo, lo que no ven son patrullas de la Guardia Nacional. Ni en sus calles, ni en sus esquinas.
“Necesitamos protección aquí”, exclama Mable Carter, de 82 años. “Es espantoso tener que caminar sola. Dicen que hay tropas en el National Mall, pero aquí nada. Allá es solo para el show”.
La presencia militar se concentra en lugares emblemáticos, turísticos o mediáticos. En cambio, en el sureste, donde los índices de pobreza son mayores y la violencia más palpable, todo sigue igual... o peor.
Entre cifras y percepciones: ¿violencia en descenso?
Según cifras oficiales del Departamento de Policía Metropolitana, Washington D.C. ha registrado un 17% menos homicidios en 2025 comparado con el mismo periodo de 2024 (104 frente a 126). Pero un análisis más detallado revela una realidad desigual: más del 60% de los homicidios se concentran en Wards 7 y 8, zonas situadas al este del río Anacostia.
Ward 8, donde vive Mable Carter, ha sido escenario de 38 asesinatos. Un dato aún más inquietante si se considera que esta tendencia ya se había evidenciado en 2024, cuando la ciudad cerró el año con 187 homicidios y los mismos dos distritos acumularon más de la mitad.
Testimonios de una comunidad marginada
En NAM’s Market, tienda local de abarrotes, Henny, su dueño, temió por su vida tras un intento de robo cometido por tres adolescentes. Aunque llamó a la policía, no recibió respuesta. “Me preguntaron si estaban armados. Les dije que no vi armas. Nunca vinieron”.
Lleva una década en el barrio y dice que la situación no mejora. “Dicen que el crimen baja, pero yo no lo veo. Aquí no pasan ni patrullas.”
Rosie Hyde, viuda de 75 años y ex agente de libertad condicional, comparte una perspectiva más amplia. Su hijo murió en 1991, víctima de la violencia pandillera. “Eso fue hace más de 30 años. El descontrol con las armas no es cosa nueva.”
Durante los años más duros —entre 1989 y 1996— Washington llegó a superar los 400 homicidios anuales. Por entonces, la Guardia Nacional colaboraba con la Policía Metropolitana desde helicópteros para responder más rápido ante los delitos violentos. Hoy, no se ve ese nivel de coordinación, ni remotamente, en las calles sureñas.
Tropas federales: presencia simbólica, no efectiva
En Martin Luther King Jr. Avenue, avenida principal de Anacostia, hay agentes federales, miembros del FBI y de la Patrulla Fronteriza. Sin embargo, su presencia es esporádica, y los habitantes denuncian que no se relacionan con la comunidad.
En una escena reveladora, un grupo de soldados de la Guardia Nacional desciende en la estación de metro de Anacostia... solo para abordar un tren en dirección oeste, hacia el distrito más privilegiado. Hasta los mapas operativos muestran que la vigilancia termina en Navy Yard, última estación antes del río.
Norm Nixon, pastor asociado del templo bautista Union Temple, denuncia: “No vemos soldados ni agentes patrullando aquí. Van a donde están las cámaras, los turistas. Es un montaje.”
El show de Trump: retórica hiperbólica y control federal
Mientras los residentes de Anacostia piden atención real, el presidente Donald Trump declara orgulloso: “la criminalidad en la capital está en cifras nunca antes vistas.”
Su estilo de comunicación —caracterizado por exageraciones— va más allá del discurso. Brian Ott, profesor de retórica política en Missouri State University, explica: “Trump no conoce los tonos intermedios. Todo es una gran victoria o un desastre absoluto. Eso traduce en decisiones extremas.”
En lo que va de 2025, ha usado variaciones de la frase “nunca antes visto” más de 190 veces, según la base de datos Factba.se. En comparación, en todo 2019 la usó 90 veces; en 2018, solo 77.
Y lo hace para todo: desde avances tecnológicos hasta el crecimiento económico o amenazas terroristas. En una reciente visita al US Open, Trump aseguró que su mandato ha llevado la seguridad nacional “a niveles nunca antes alcanzados.” Lo mismo afirmó sobre la migración, el desempleo y hasta el presupuesto familiar.
Militarización y deportaciones masivas: retórica con impacto real
Bajo ese mismo argumento de crisis sin precedentes, Trump ha desplegado fuerzas federales en ciudades demócratas y defendido programas de deportación masiva. Su administración ha intentado usar leyes tan antiguas como el Alien Enemies Act de 1798 para justificar la expulsión de presuntos miembros de bandas como el Tren de Aragua.
Un tribunal federal detuvo recientemente esas expulsiones, argumentando que la ley no puede ser usada caprichosamente contra inmigrantes sin supervisión judicial. Pero la Casa Blanca insiste en que esta “amenaza de seguridad nacional” justifica medidas extraordinarias.
Y esto no es un caso aislado. La redefinición del concepto de ciudadanía por nacimiento bajo la Enmienda 14, propuestas para deportaciones a terceros países sin lazos familiares, y redadas de inmigración en sitios públicos apuntan a una política migratoria que prioriza el impacto mediático por encima del bienestar humano.
Anacostia como laboratorio de poder: ¿una estrategia para replicar?
Vernon Hancock, líder comunitario, lo resume así: “D.C. es zona federal. No necesita permisos. Esto es un ensayo. Si le funciona aquí, querrá hacerlo en otras ciudades.”
Para muchos en el sureste de la ciudad, este experimento no equivale a mayor seguridad, sino a más desconfianza. Agentes que no conocen la comunidad, que no responden llamadas y que priorizan la visibilidad antes que la efectividad. Todo adornado con una narrativa de grandeza presidencial.
¿Y dónde queda la humanidad en esta ecuación?
El pastor Nixon lanza una pregunta fundamental: “¿Qué pasó con los sin techo que fueron desalojados en esta ‘estrategia contra el crimen’? ¿Les están brindando atención, alojamiento, salud mental?”
El Smithsonian Anacostia Community Museum, emblema cultural del barrio, tiene una placa externa que tal vez contenga la respuesta más honesta: “nos dedicamos a iluminar y compartir las historias no contadas de quienes han estado más lejos de la oportunidad en la región metropolitana de Washington”.
Hoy, esas historias siguen sin ser escuchadas. Porque mientras se redactan discursos triunfalistas y se reparten efectivos armados en zonas privilegiadas, los barrios del otro lado del río —los que conservan la herencia de líderes como Frederick Douglass— siguen esperando la promesa más básica del gobierno: justicia, dignidad y seguridad para todos.