Trump y la Historia: ¿Reescribir el pasado o proteger la verdad?
Una mirada crítica a los intentos del expresidente estadounidense por moldear el relato histórico nacional a su conveniencia
Un nuevo capítulo en la guerra por la memoria histórica
La historia, tradicionalmente una disciplina dedicada a la búsqueda rigurosa de la verdad mediante el análisis de fuentes y la metodología científica, se ha convertido en el nuevo campo de batalla ideológico en Estados Unidos. El expresidente Donald Trump ha dirigido su mirada hacia uno de los pilares culturales e históricos más respetados del país: el Instituto Smithsonian.
El Smithsonian, que no solo administra prestigiosos museos en Washington D.C., sino que también constituye una fuente esencial de materiales educativos para profesores en todo el país, está siendo objeto de un escrutinio por parte de la Casa Blanca. Trump busca asegurar que el contenido producido por esta institución esté en consonancia con su visión doctrinal de “excepcionalismo estadounidense”.
¿Por qué el Smithsonian es importante en la educación?
Más del 80% de los profesores de historia en EE. UU. afirman utilizar recursos gratuitos de museos y archivos federales, entre ellos el Smithsonian, según una encuesta de la American Historical Association (AHA). Esto se debe al alto nivel de confianza que existe hacia materiales que pasan por filtros académicos rigurosos, en contraste con muchos de los contenidos disponibles en internet.
Katharina Matro, profesora en Bethesda, Maryland, confía en el Smithsonian porque le evita el trabajo de verificar la veracidad de los documentos o imágenes históricas, algo vital al enseñar temas tan delicados como genocidio y esclavitud. “No queremos una historia partidista… queremos historia producida por historiadores de verdad”, afirma.
Una historia “más patriótica”
En una carta dirigida al Smithsonian, la Casa Blanca expresó su deseo de revisar el tono y el enfoque histórico de todos los contenidos públicos para asegurar su alineación con los “ideales estadounidenses”. Esto incluye eliminar “narrativas divisivas o partidistas” como parte de una campaña por el 250º aniversario de la fundación de Estados Unidos.
Entre las primeras manifestaciones de este cambio está la inauguración del “Museo de los Fundadores” dentro del complejo del edificio Ejecutivo Eisenhower, en colaboración con PragerU, una organización conservadora conocida por sus videos de tono ideológico. Allí los visitantes pueden ver biografías animadas de los firmantes de la Declaración de Independencia e incluso escucharles hablar en dramatizaciones.
La secretaria de Educación, Linda McMahon, resumió el espíritu de este nuevo enfoque: “Una educación patriótica real significa que, así como nuestros fundadores amaban y honraban a América, también deberíamos hacerlo nosotros”. Aunque el museo reconoce a figuras como Phillis Wheatley, la primera poeta afroamericana publicada en EE. UU., críticos señalan que estos enfoques omiten, suavizan o borran aspectos oscuros de la historia.
El peligro de una historia simplificada
Russell Jeung, profesor en la Universidad Estatal de San Francisco y cofundador de Stop AAPI Hate, teme que el trabajo educativo del Smithsonian sobre la discriminación contra los asiático-americanos, especialmente durante la pandemia de COVID-19, sea archivado en lugar de compartido. “La historia se contará, pero perderemos el reconocimiento nacional que merecemos”, afirma.
Profesores como Michael Heiman en Alaska temen que si la diversidad cultural presentada en los recursos del Smithsonian se ve limitada, sus estudiantes — incluyendo niños indígenas — podrían perder el interés por la historia o verse a sí mismos marginados. “Estamos silenciando voces importantes para nuestro país”, advierte.
Una larga relación educativa
Desde principios del siglo XX, y especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, el Smithsonian ha contribuido activamente con el sistema educativo mediante programas de desarrollo docente, talleres, hojas de trabajo, colecciones digitales y documentales. Su propósito ha sido apoyar una ciudadanía informada y crítica. ¿Cuál es entonces el riesgo de esta intervención política?
En palabras del historiador William Walker, investigador de la historia del Smithsonian, cualquier intento por transformar los hechos históricos en instrumentos de propaganda convierte lo que debería ser memoria colectiva en una narrativa promovida desde el poder.
La historia no es una herramienta de propaganda
El intento de rehacer el relato histórico para ajustarlo a una línea ideológica ya ha visto precedentes peligrosos en otras partes del mundo. Regímenes autoritarios del pasado — y también del presente — han manipulado la educación como forma de control social. Tal y como planteó el filósofo George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.
Esto hace más urgentes las voces como la de Tina Ellsworth, presidenta del Consejo Nacional de Estudios Sociales, quien afirma: “La educación siempre ha sido política, por eso nuestro trabajo como profesores es navegar ese terreno”.
Un problema mayor: los libros obsoletos
Un dato alarmante: muchos docentes de historia aún utilizan libros escolares que tienen más de una década de antigüedad, con información desfasada o completamente errónea. En este contexto, los materiales digitales gratuitos, verificados y ricos en contenido del Smithsonian han sido una tabla de salvación para miles de aulas. Quitar o distorsionar ese recurso no solo impone un vacío ideológico, sino un vacío académico.
El profesor Brendan Gillis, de la AHA, resalta: “Ha sido una de las formas más importantes en que el gobierno federal ha invertido en la educación social en las últimas décadas”.
¿Repetimos ciclos oscuros?
En diversas etapas de la historia estadounidense — desde la era McCarthy hasta las batallas actuales sobre los contenidos críticos de raza y género en las escuelas — hablar del pasado ha sido una labor incómoda para el poder. El resultado ha sido muchas veces el silenciamiento de minorías y voces disidentes. Lo que está en juego en este momento no es un simple ajuste al contenido educativo; es la autenticidad misma de la historia y su papel formativo.
¿Hacia dónde camina el relato histórico estadounidense?
Según varias organizaciones como la American Association of University Professors (AAUP) y la National Coalition Against Censorship (NCAC), estamos ante un momento en que proteger la libertad académica es más importante que nunca.
De seguir esta revisión liderada por la Casa Blanca, podríamos terminar con materiales que omitan el genocidio indígena, la trata de esclavos, el racismo institucional del siglo XX y las luchas de movimientos civiles. Temas fundamentales no solo para entender el pasado — sino para formar ciudadanos informados, críticos y capaces de transformar el futuro — quedarían enterrados en función de un patriotismo impuesto a fuerza de borrón y cuenta nueva.
Una generación crítica: ¿resistencia o resignación?
El caso del profesor Sam Redman y sus estudiantes es revelador. Durante años, sus alumnos en la Universidad de Massachusetts soñaban con trabajar en instituciones culturales como el Smithsonian. Este año, ninguno lo ha mencionado como una opción. “Es una preocupación urgente”, dice Redman.
¿Qué pasará con futuras generaciones de historiadores, archivistas y educadores si ven cerrarse progresivamente los espacios de participación crítica e inclusiva?
Más que nunca, está en manos de docentes, comunidades académicas y ciudadanía en general, defender la historia como lo que debe ser: un espejo de todas nuestras verdades, acompañadas por sus luces y sombras.
La última palabra
Estados Unidos está en un punto crítico donde debe decidir si quiere realmente una educación que prepare para la ciudadanía o una narrativa pulida que sirve para fines políticos. Como dijo James Baldwin: “La historia no es el pasado. Es el presente. Llevamos nuestra historia con nosotros. Somos nuestra historia”.
Manipular la historia es manipular la identidad. Y nadie debería elegir quiénes somos, excepto nosotros mismos — informados, críticos y libres.