Clima extremo, azúcar y desigualdad: cómo el calentamiento global está alterando nuestros hábitos alimenticios
Un alza en el consumo de azúcar relacionada con el cambio climático revela un nuevo ángulo preocupante de la crisis ambiental, especialmente entre los sectores más vulnerables de la población.
¿Qué tiene que ver el calor con tu antojo por el azúcar?
El cambio climático está transformando muchos aspectos de nuestras vidas, desde la agricultura hasta la infraestructura urbana. Pero un nuevo estudio de las universidades de Cardiff y Southampton ha revelado un dato inesperado: a medida que aumentan las temperaturas, también lo hace el consumo de azúcar, particularmente en la forma de bebidas azucaradas.
Según los resultados publicados en la revista Nature Climate Change, los estadounidenses consumen hasta 100 millones de libras más de azúcar al año en comparación con hace 15 años, y buena parte de ese aumento está relacionado con el clima. El estudio señala que cuando las temperaturas oscilan entre los 12 y 30 °C (54 y 86 °F), la ingesta de azúcar por persona aumenta en aproximadamente 0.7 gramos por cada grado Celsius extra.
Azúcar, sed y desigualdad
El estudio también descubrió que los sectores de la población con menos recursos y menor nivel educativo son los que más incrementan su consumo de azúcar durante las olas de calor. Para estas comunidades, tomar una bebida helada cargada de azúcar puede parecer la única opción refrescante, especialmente cuando el agua potable no es segura o no está disponible fácilmente.
“El cambio climático está moldeando lo que comes y cómo lo comes, y eso podría tener consecuencias negativas para la salud pública,” comenta Duo Chan, coautor del estudio y climatólogo en la Universidad de Southampton.
Una lata al día puede cambiar tu salud
Tal vez un par de gramos de azúcar extra al día no suene alarmante, pero los expertos en salud advierten que esta cantidad se acumula con el tiempo. El Dr. Robert Lustig, endocrinólogo de la Universidad de California en San Francisco y especialista en obesidad infantil, afirma que una sola lata de refresco azucarado al día puede aumentar hasta en un 29% el riesgo de padecer diabetes tipo 2 entre las personas de bajos ingresos.
Y el impacto no se distribuye de manera equitativa: aquellos que trabajan al aire libre, no cuentan con aire acondicionado o viven en lugares sin acceso a agua potable segura, son los más afectados. “Es preocupante que el impacto sea mayor en familias con bajos recursos o menor educación,” destacó la Dra. Courtney Howard, médica de urgencias y vicepresidenta de la Alianza Global por la Salud Climática.
¿Qué dice la historia del clima y la salud en EE. UU.?
Desde 1895, la temperatura media anual de EE. UU. ha aumentado en aproximadamente 1.2 °C (2.2 °F), según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA). En ese contexto, los científicos compararon los patrones climáticos con las compras registradas por 40,000 a 60,000 hogares entre 2004 y 2019.
Tras filtrar otras posibles causas, notaron que la tendencia se mantiene clara: el calor aumenta el antojo de azúcar, especialmente en forma de bebidas frías y postres congelados. Mientras que a 12 °C el consumo diario era apenas superior a 2 gramos, a 30 °C superaba los 15 gramos diarios por persona.
¿Por qué perjudica más a los más pobres?
- Las bebidas azucaradas se comercializan agresivamente en sectores de bajos ingresos.
- En muchas comunidades desfavorecidas, el agua del grifo tiene un sabor desagradable debido a químicos contaminantes, fomentando el consumo de refrescos.
- Quienes no tienen aire acondicionado o trabajan al sol constantemente necesitan más hidratación, recurriendo a bebidas más accesibles, pero no necesariamente saludables.
Además, el estudio encontró que los hombres y las personas blancas consumen más azúcar adicional en climas cálidos, aunque las diferencias son aún mayores cuando se analiza por ingresos y educación que por etnia o sexo.
La salud pública en alerta
“La evolución del clima está exacerbando desigualdades ya existentes,” dice la Dra. Howard. “Es urgente actuar, no solo para mitigar el calentamiento global, sino para disminuir sus efectos más dañinos en los grupos sociales más vulnerables.”
La Asociación Americana del Corazón recomienda no consumir más de 36 gramos de azúcar al día en hombres y 25 gramos en mujeres. Sin embargo, en climas cálidos, muchos sobrepasan fácilmente esos valores con solo una o dos bebidas frías azucaradas.
¿Es posible revertir esta tendencia?
Hay políticas públicas y estrategias individuales que pueden ayudar:
- Educar a la población sobre las consecuencias del azúcar en cantidades excesivas.
- Incentivar el acceso a agua potable fresca y segura en comunidades de bajos ingresos.
- Regular la comercialización de bebidas azucaradas, especialmente dirigidas a niños y adolescentes.
- Fomentar alternativas saludables como jugos naturales, agua saborizada sin azúcar o té helado sin azúcar añadida.
La respuesta institucional aún es débil
Kristie Ebi, experta en salud y clima de la Universidad de Washington, señala que aunque este fenómeno del azúcar debe tomarse en cuenta, aún existen otros riesgos más directos vinculados al calentamiento global, como olas de calor mortales, incendios forestales y enfermedades tropicales emergentes.
Sin embargo, otros expertos insisten en que la dieta es un puente claro entre clima y salud. “Esta es una alerta de lo profundo y cotidiano que puede ser el impacto del clima en nuestra salud,” sostiene Lustig.
No es solo calor: es salud en juego
Este estudio abre una nueva ventana a la forma en que el clima afecta nuestras decisiones más cotidianas. La alimentación, en apariencia una elección personal, está siendo influida por factores externos cada vez más incontrolables. Y cuando estas elecciones están mediadas por desigualdad social, el resultado es un círculo vicioso de mala salud, pobreza y exclusión.
Frente a este panorama, el consumo de azúcar se convierte en más que un tema de dieta: es un termómetro social y ambiental. Si queremos verdaderamente enfrentar el cambio climático, prevenir enfermedades crónicas y reducir la desigualdad, es imprescindible entender cómo todo está interconectado — incluso nuestro gusto por lo dulce.