El ocaso de una especie invisible: La posible desaparición de Prochlorococcus y su impacto global
Estos microscópicos organismos marinos producen una quinta parte del oxígeno del planeta: el calentamiento global amenaza con hacerlos desaparecer.
Por años, los científicos pensaron que el Prochlorococcus —el fitoplancton más pequeño y abundante de la Tierra— se beneficiaría del calentamiento oceánico. Hoy las evidencias más recientes, obtenidas tras una década de expediciones científicas, sacuden esos antiguos supuestos y revelan una verdad preocupante: podríamos estar frente a la extinción masiva de una especie clave para la vida en la Tierra.
¿Qué es Prochlorococcus y por qué es tan importante?
El Prochlorococcus es una diminuta cianobacteria, prácticamente invisible al ojo humano, pero colosal en su impacto ecosistémico. Habita hasta el 75% de las aguas superficiales iluminadas del planeta y es responsable de alrededor del 20% del oxígeno producido por fotosíntesis a nivel mundial.
“Son especies clave, muy importantes”, afirma François Ribalet, profesor asociado de investigación en la Escuela de Oceanografía de la Universidad de Washington. “Y cuando una especie clave disminuye en abundancia, siempre hay consecuencias en la ecología y la biodiversidad. La red trófica va a cambiar”.
Una red de vida construida sobre estos microbios
En los océanos tropicales, la mitad del alimento disponible es generado por Prochlorococcus. Es decir, cientos de especies marinas dependen directa o indirectamente de este microorganismo. Sin él, colapsa toda la cadena alimenticia marina que eventualmente impacta en la pesca destinada al consumo humano.
Steven Biller, profesor asociado del Wellesley College, los llama parte de los “bosques invisibles” del océano: seres minúsculos, desconocidos para la mayoría, pero absolutamente esenciales para la vida humana. “La magnitud del impacto potencial es asombrosa”, advierte.
Una falsa promesa de sobrevivencia ante el calor
Durante mucho tiempo, se creyó que el Prochlorococcus prosperaría con el calentamiento oceánico, ya que tiende a vivir en regiones tropicales. Pero estos supuestos derivaban exclusivamente de experimentos en laboratorio con cultivos limitados.
Para esta nueva investigación, publicada en Nature Microbiology, el equipo de Ribalet no se quedó en el laboratorio. Navegaron el Pacífico durante diez años, recolectando datos en más de 100 expediciones, suficientes para equivaler a seis vueltas completas alrededor del planeta. Cada kilómetro, recolectaban muestras de agua con la ayuda de un dispositivo innovador llamado SeaFlow: un citómetro de flujo marino que detecta microbios en tiempo real usando un láser azul. ¿Resultado? Contaron más de 800 mil millones de células individuales.
“Hemos contado más Prochlorococcus de los que hay estrellas en la Vía Láctea”, bromea Ribalet.
El punto de quiebre: 27.8°C
Los resultados revelan que si la temperatura de la superficie oceánica supera los 27.8 °C (82 °F)—una cifra que tiende a ser la norma y no la excepción en muchas regiones tropicales—la población de Prochlorococcus podría decrecer hasta en un 50% en los próximos 75 años.
Y algunas áreas ya comienzan a superar los 30 °C (86 °F), lo que plantea un escenario aún más alarmante. Las simulaciones también señalan que, incluso si llegaran a surgir cepas adaptadas al calor extremo, éstas no serían suficientes para mantener los niveles actuales si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan en aumento.
Prochlorococcus: una víctima del cambio climático y más
Este estudio plantea un posible “mejor escenario”, es decir, uno que no considera otros factores perjudiciales como la contaminación por plásticos o las alteraciones químicas inducidas por fertilizantes y desechos industriales. Ribalet enfatiza: “En realidad, las cosas podrían ser peores”.
El legado del cambio: riesgos para la biodiversidad y la seguridad alimentaria
Paul Berube, científico del MIT que también estudia esta bacteria, advierte que lo impactante del estudio yace en su alcance y precisión. Uno de los problemas centrales, dice, es que el genoma del Prochlorococcus es extremadamente compacto y eficiente, lo que lo vuelve menos versátil ante cambios ambientales súbitos.
“Ellos están en la base de la red alimenticia... los peces comen a los organismos que comen fitoplancton y nosotros comemos a los peces”, explica. “Cuando estos seres son alterados, la cadena entera que nos nutre empieza a tambalearse”.
Más allá del océano: implicaciones humanas del colapso microbiano
- Fisheries en riesgo: la disminución de fitoplancton básico afecta a peces como sardinas, atunes y salmón, claves tanto en términos ecológicos como alimentarios.
- Menor oxígeno atmosférico: el fitoplancton produce entre el 50% y 70% del oxígeno global. Aunque esta cifra no depende exclusivamente de Prochlorococcus, su desaparición alteraría el equilibrio.
- Menor absorción de CO₂: estos microbios capturan importantes cantidades de dióxido de carbono, ralentizando el calentamiento global. Una caída en sus poblaciones significa un planeta con menos control climático natural.
Tropicalización del desastre: los océanos ecuatoriales, laboratorio de advertencias
Los trópicos marinos están convirtiéndose en una especie de laboratorio viviente de lo que nos espera. Las alteraciones aquí no sólo anuncian colapsos futuros, sino que ya están alimentando crisis visibles como el blanqueamiento de arrecifes de coral o pérdida de biodiversidad en atolones.
Para Ribalet, es hora de actuar con más contundencia: “Sabemos qué impulsa el calentamiento global. No hay debate en la comunidad científica”.
¿Estamos a tiempo de revertir la historia?
Con todas las alarmas encendidas, no todo está perdido. Políticas globales más agresivas para mitigar emisiones de carbono y proyectos de restauración marina, como el cultivo de fitoplancton artificial o control de contaminación plástica, podrían ofrecer algo de esperanza.
Mientras tanto, el mensaje principal del estudio es claro: no podemos ignorar a los seres invisibles que, literalmente, nos dan la vida. Y como dice Ribalet enfáticamente: “Por primera vez, quiero estar equivocado. Me encantaría estarlo. Pero estos datos no mienten”.