El regreso del autoritarismo: Trump, la Guardia Nacional y el resurgir del nacionalismo cristiano

El nuevo uso militar en política interna y el avance de líderes religiosos radicales marcan un inquietante giro en la democracia estadounidense

Una nación bajo vigilancia: Trump redefine el papel de la Guardia Nacional

La imagen de tropas de la Guardia Nacional patrullando las calles de ciudades estadounidenses evoca un lenguaje visual asociado a épocas de guerra o estado de excepción. Sin embargo, en la administración Trump esta escena se ha vuelto común como parte de una estrategia política agresiva que busca utilizar al ejército como herramienta central de gobierno interno. Un enfoque que, según legalistas y expertos, jamás había tenido tanto alcance sin que existiera un conflicto declarado o una catástrofe natural.

“Estoy convencido de que las ciudades necesitan ayuda, y si el presidente la proporciona, que así sea”, expresó el senador republicano Roger Wicker, defendiendo el despliegue militar anunciado por Trump en ciudades como Chicago, Nueva Orleans y Baltimore.

Una lógica política, no una respuesta a crisis

Históricamente, el uso de la Guardia Nacional en territorio estadounidense ha respondido a desastres naturales, disturbios locales o crisis excepcionales. Desde la huelga de Pullman en 1894 hasta los apremiantes eventos de los años 60 por los derechos civiles, su despliegue era siempre una medida de último recurso, generalmente coordinada con los gobiernos estatales.

En cambio, Trump rompe con esa tradición. Su estrategia contempla movilizaciones militares para enfrentar supuestos “altos índices de criminalidad” en ciudades lideradas por demócratas, muchas de las cuales registran actualmente los niveles de criminalidad más bajos en décadas (según datos del FBI y el Consejo Nacional sobre Investigación Criminal).

Del simbolismo a la práctica de un gobierno militarizado

La creciente utilización del aparato militar en políticas públicas plantea preguntas profundas sobre su legalidad. El juez federal Charles Breyer ya dictaminó que la administración violó la Ley Posse Comitatus de 1878 —la cual limita el rol del ejército en cuestiones domésticas— al enviar tropas sin autorización del Congreso a Los Ángeles durante las protestas por redadas migratorias.

“Nunca antes habíamos visto un intento tan amplio de gubernamentalizar la Guardia Nacional para fines policiales rutinarios,” declaró Joseph Nunn, abogado del programa de Libertad y Seguridad Nacional del Brennan Center.

El papel silente del Congreso republicano

A pesar de que la Constitución establece claramente que el Congreso debe autorizar el uso de tropas en el país, la mayoría republicana en ambas cámaras no solo ha evitado oponerse al presidente, sino que ha brindado un aparente cheque en blanco a sus acciones. Mientras tanto, figuras como el senador John Kennedy, de Luisiana, aseguran que militarizar las calles es “una bendición para ciudades con altos niveles de criminalidad”.

No obstante, las cifras pintan un cuadro distinto: entre 2022 y 2024, el crimen violento cayó más del 15% en ciudades como Baltimore y Chicago, según el FBI. La percepción pública, sin embargo, sigue desfasada: el 81% de los estadounidenses encuestados por el AP-NORC Center cree que hay una “gran crisis de criminalidad urbana”.

El ascenso de Doug Wilson: ¿religión o política?

En paralelo a esta militarización, una figura hasta hace poco marginal ha adquirido protagonismo en Washington: el pastor Doug Wilson. Durante muchos años relegado a los márgenes del evangelismo por posturas extremas —como considerar el derecho al voto femenino un error histórico o justificar el colonialismo masculino en las relaciones sexuales—, hoy brilla en escenarios republicanos e incluso ha fundado una iglesia a pasos del Capitolio.

“Por primera vez tenemos conexiones en todos los niveles del gobierno nacional,” dijo Wilson en una conferencia reciente, aludiendo al creciente número de funcionarios de la administración Trump vinculados a su denominación, Communion of Reformed Evangelical Churches (CREC).

La agenda de un nacionalismo cristiano sin tapujos

Wilson no oculta sus intenciones: sueña con una “América cristiana y protestante”, donde se eliminen los matrimonios del mismo sexo, el aborto, los desfiles del orgullo LGBT y donde se limite drásticamente la inmigración.

Durante su participación en la National Conservatism Conference —donde compartió escenario con senadores como Josh Hawley y con el “zar de fronteras” Tom Homan—, Wilson sostuvo que ciertos grupos, particularmente los musulmanes, no logran integrarse a la cultura estadounidense: “No se puede poner demasiada arena blanca en un azucarero sin que deje de ser azúcar,” expresó, lanzando una metáfora racial que alertó incluso a sectores moderados del Partido Republicano.

Una teología que inquieta por su machismo sistémico

La CREC y Wilson predican una teología complementaria: hombres y mujeres tienen roles diferentes, establecidos por Dios, donde el hombre lidera y la mujer se somete. En las iglesias CREC, las mujeres no pueden votar ni ejercer liderazgo. Solo “cabezas de hogar” —en su mayoría hombres— tienen ese privilegio.

En su libro Fidelity, Wilson afirma que el acto sexual representa una “colonización masculina”. Estas enseñanzas han sido señaladas como la base teológica para justificar dinámicas de abuso, como lo ha denunciado Tia Levings en su libro A Well-Trained Wife, donde describe su experiencia en la CREC como “abuso doméstico amparado por la iglesia”.

Un movimiento bien financiado y mediáticamente hábil

Wilson y su equipo no son amateurs. Su red incluye una universidad (New Saint Andrews College), una asociación educativa (Association of Christian Classical Schools) y una editorial (Canon Press). Su presencia en medios, libros y YouTube crece aceleradamente.

Incluso utilizan la sátira para suavizar su imagen radical. Uno de los pastores de Wilson bromeó así en una conferencia: “Claro que nos caricaturizan diciendo que queremos que nuestras esposas estén descalzas, embarazadas y haciendo pan. No es verdad. ¡Pueden usar zapatos!”

¿Un movimiento con futuro o una amenaza presente?

Según el propio Wilson, su visión requiere “250 años para concretarse”. Sin embargo, críticos como la periodista Sarah Stankorb y ex miembros de su congregación advierten que el poder político de este movimiento ya está impactando la vida pública estadounidense. De hecho, con más de 150 iglesias —muchas en áreas urbanas estratégicas— su influencia es más palpable que nunca.

Este fenómeno, sumado a la creciente concentración de poder militar en la figura presidencial, plantea un problema profundo para el tejido democrático de Estados Unidos. La Constitución fue diseñada precisamente para evitar una concentración excesiva de poder en manos de una sola persona, especialmente a través del control de las armas y de la moral pública.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press