Ucrania bajo fuego: La resistencia civil y el temor europeo en una guerra sin fin

Mientras Rusia intensifica sus ataques, ciudades ucranianas como Kostiantynivka se desmoronan bajo bombardeos incesantes y Europa comienza a sentir más de cerca el eco del conflicto

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Una guerra que no conoce fronteras

La guerra en Ucrania, iniciada con la invasión rusa el 24 de febrero de 2022, sigue expandiendo sus efectos más allá de sus propias fronteras. Esta semana, la fuerza aérea polaca interceptó varios drones rusos que atravesaron su espacio aéreo mientras se lanzaba una nueva oleada de ataques aéreos sobre territorio ucraniano.

El primer ministro polaco Donald Tusk confirmó a través de X (antes Twitter) que recibió un informe del Mando Operacional del Ejército en el que se detallaba "la neutralización de drones que entraron en nuestro espacio aéreo y podían constituir una amenaza". Inmediatamente, notificó de los hechos al secretario general de la OTAN.

La sombra de la guerra se cierne sobre Polonia

Polonia ya ha experimentado incursiones anteriores de objetos rusos en su territorio. En agosto de 2023, un dron ruso impactó y explotó en un campo de maíz en el este del país, lo que llevó al ministro de Defensa a calificarlo directamente como una provocación. En marzo del mismo año, un misil ruso cruzó brevemente su espacio aéreo y en 2022, un misil disparado por Ucrania —aparentemente para interceptar un ataque ruso— cayó en suelo polaco, matando a dos personas civiles.

Estos incidentes no solo elevan la tensión entre Rusia y los países de la OTAN, sino que exponen la fragilidad de las fronteras e incrementan la alerta de un posible salto del conflicto a otras zonas de Europa oriental.

La resistencia civil en ciudades devastadas

Mientras los gobiernos debaten y los ejércitos maniobran, en ciudades como Kostiantynivka y Kramatorsk, ubicadas en la región de Donetsk, la guerra se vive de forma desgarradora y cotidiana. Kostiantynivka, que antes albergaba a cerca de 67.000 personas, ahora es una ciudad devastada, sin suministro constante de electricidad, gas o agua. Los drones zumban cada noche como escarabajos fantasmas, las bombas caen sin aviso, y los pocos habitantes que resisten lo hacen en condiciones angustiosas.

Natalia Ivanova, una señora de más de 70 años, narraba entre lágrimas el derrumbe completo de la ciudad que la vio nacer. Relató cómo observó, durante meses, cómo edificios enteros desaparecían en segundos. “Tenía dos apartamentos. Uno fue destruido y el otro dañado. Pero insistía en quedarme porque era mi hogar. Era mi zona de confort”, dijo al borde del quebranto.

Ciudades como refugios temporales

A solo 25 kilómetros de distancia, Kramatorsk ha logrado sobrevivir un poco más. Si bien también ha sido objetivo de misiles, conserva algo de vida urbana: cafés abiertos, calles no completamente destruidas y una sensación de relativa normalidad. No obstante, la rutina se ve interrumpida por los bombardeos frecuentes y las incursiones aéreas. “La ciudad empieza a vaciarse, como si el alma se escapara paso a paso”, expresaba Daria Horlova, una joven artista de uñas que intenta mantener su oficio como una vía de escape mental.

Ella recuerda cómo, antes de la guerra, las noches en la plaza central se sentían vibrantes e infinitas. Hoy, el toque de queda a las 9 p.m. deja una ciudad desierta. “Sientes que quieres llorar, pero ya no hay emociones. No hay fuerzas. Solo silencio y destrucción”, dijo Horlova.

El efecto dominó del avance ruso

La situación no se limita a las zonas residenciales. Los ejercicios militares conjuntos ruso-bielorrusos, conocidos como “Zapad 2025” (Occidente 2025), son otra pieza clave del conflicto. Con estos simulacros, ambos países muestran su músculo bélico simulando ataques aéreos, sabotajes e incursiones. Se desarrollan justo en la frontera con países de la OTAN, como Polonia, Letonia y Lituania, lo que hace sonar las alarmas aún más fuerte en toda Europa del Este.

El Ministerio de Defensa ruso aseguró que estos ejercicios tienen el objetivo de "repeler ataques hostiles e incrementar la cohesión de tropas aliadas”. Pero en Kyiv, se interpretan como una pantalla para posicionar tropas en puntos estratégicos cercanos a Ucrania y el resto de Europa.

El impacto civil más allá de lo físico

Olena Voronkova es un ejemplo del esfuerzo por sobrevivir emocional y económicamente a la guerra. Dueña de un salón de belleza y una cafetería en Kostiantynivka, se vio obligada a cerrar ambos negocios por las explosiones, la falta de servicios y las órdenes de evacuación. Con su familia, migró a Kramatorsk y logró abrir una nueva cafetería. “La hicimos igualita a la anterior. Mismos espejos, mismo ambiente. Es como si quisiéramos reconstruir lo que perdimos, aunque solo sea simbólicamente”, declaró.

Su local se convirtió en punto de reunión para otros desplazados, un espacio de espontánea terapia colectiva. “Aquí sentimos que no estamos solos, que los que se fueron también tienen algo en común: la pérdida. Nadie sabe qué pasará mañana, pero al menos compartimos el dolor”.

Polonia como primera línea del frente diplomático

Polonia, que ha sido uno de los países que más apoyo logístico y militar ha brindado a Ucrania desde el inicio del conflicto, ahora se está convirtiendo en una zona de contención activa. La entrada de drones rusos, sumada al cierre temporal de su espacio aéreo y la constante vigilancia, sitúa al país en una delicada posición geoestratégica.

El aeropuerto de Chopin, en Varsovia, suspendió operaciones el martes pasado tras la detección de las aeronaves intrusas. A pesar de que el aeropuerto como tal permaneció abierto, los vuelos fueron redirigidos o cancelados. El evento obligó al Estado Mayor polaco a mantener sus fuerzas en máxima alerta.

Una voz que clama: “Parad esta guerra”

En una escena profundamente humana, Ivanova, desde un centro de evacuación, lanzaba un grito al mundo: “Por favor, deténganlo. Son los más pobres los que más sufren. Esta guerra es estúpida y sin sentido. Estamos muriendo como animales, por docenas”. Y en esa frase, parece contenerse no solo la desesperación de Ucrania, sino la de un continente que aún sufre las heridas abiertas de conflictos pasados.

La historia se repite, pero con drones y noticias en tiempo real

Europa recuerda con dolor los conflictos que marcaron el siglo XX. Hoy estamos ante una nueva forma de guerra: más tecnológica, más aerotransportada, más constante. Drones, misiles de alta precisión, propaganda digital, evacuaciones que se documentan con selfies. Todo ocurre en tiempo real, y sin embargo, las emociones más básicas siguen aflorando: miedo, esperanza, frustración.

Ciudades como Bakhmut han sido arrasadas. Avdiivka, Toretsk, y ahora Kostiantynivka están corriendo la misma suerte. Los refugiados internos superan ya los 5 millones de personas según datos de ACNUR, y más de 6 millones han salido del país. Polonia ha recibido a más de 1,5 millones de ucranianos desde el inicio del conflicto, en lo que se ha denominado “la mayor crisis de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial”.

Una juventud obligada a madurar

Volviendo a Daria Horlova, la joven artista de uñas de 18 años, su historia ilustra cómo la juventud ucraniana ha sido forzada a crecer antes de tiempo. Ella decidió hacerse una gran tatuaje de una calavera de cabra en la pierna. El arte corporal que eligió no es casual: la cabra simboliza fuerza, tenacidad y libertad. “Quiero que esta marca sea un recuerdo de Kramatorsk, si algún día me toca huir otra vez”, explicó.

Su frase final lo expresa todo: “Tienes que hacer las cosas sin esperar. Estar aquí te enseña que no hay mañana garantizado. Lo único real es el ahora.”

Y en esa afirmación, se resume la resistencia silenciosa de un pueblo, cuyo coraje no tiene frontera ni límite.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press