Francia al borde del abismo fiscal: ¿cómo llegó la segunda economía europea a esta crisis política y económica?

Entre déficits agigantados, primeros ministros cayendo como fichas y mercados con poca paciencia, Francia transita uno de sus momentos más delicados en décadas.

Un país atrapado entre el gasto excesivo y la parálisis política

Francia, históricamente uno de los pilares económicos de Europa y cuna de grandes reformas sociales, atraviesa actualmente una de sus peores crisis institucionales y financieras en tiempos recientes. Mientras el presidente Emmanuel Macron nombra a su cuarto primer ministro en apenas 12 meses —el más reciente, Sebastien Lecornu—, el país enfrenta un déficit presupuestario desbordado, tasas de interés crecientes y un Parlamento en estado de parálisis total. ¿Cómo llegó una potencia como Francia a este punto?

El gasto público como tradición histórica francesa

Desde los años 70, Francia ha mantenido un Estado de bienestar generoso, caracterizado por altos niveles de gasto público y una extensa red de protección social: pensiones estatales, sistema universal de salud, educación gratuita, subsidios múltiples y protección laboral. Todo esto fue sostenido mientras el país lograba un crecimiento económico constante y una recaudación impositiva formidable (hoy supera el 43,8% del PIB, siendo la más alta de la UE).

Sin embargo, esta fórmula comenzó a mostrar grietas con el paso del tiempo, especialmente si el crecimiento se desacelera o los intereses por endeudarse se disparan, como ocurrió en los últimos años.

Del equilibrio al abismo: pandemia y guerra energética

Desde 2008, la deuda francesa ya superaba el 90% del PIB, aunque los bajos tipos de interés hacían esta carga soportable. Todo cambió en 2020 con la explosión de la pandemia de COVID-19 y, poco después, con la guerra entre Rusia y Ucrania. Ambos episodios obligaron al gobierno francés a gastar masivamente para sostener a empresas, consumidores y servicios públicos.

El resultado fue inmediato: la deuda se disparó al 114% del PIB y el déficit (la diferencia entre ingresos y egresos del Estado) se elevó al 5,8% del PIB en 2023, casi el doble del límite permitido por las reglas fiscales de la Unión Europea. Lo preocupante es que, mientras países como Grecia (152% de deuda/PIB) o Italia (138%) iniciaron planes de ajuste, Francia se muestra incapaz de hacerlo debido a sus tensiones políticas internas.

Una asamblea nacional paralizada y fragmentada

En un intento de afirmarse políticamente tras la derrota de su partido en las elecciones europeas, Macron decidió en 2024 convocar elecciones legislativas anticipadas. El resultado fue devastador: una Asamblea Nacional completamente fraccionada, con una alianza de izquierda en un extremo, el nacionalismo anti-inmigración de Marine Le Pen en el otro, y un grupo centrista sin fuerza para gobernar. El país ha vivido una sucesión de primeros ministros en apenas medio año, sin que ninguno logre mayoría para aprobar un plan fiscal viable.

Los mercados pierden la paciencia

Francia no se encuentra oficialmente en una crisis financiera como la que vivió Grecia en la década pasada, pero cada día que pasa sin un ajuste fiscal claro, los mercados comienzan a valorar sus bonos con mayor desconfianza. Hoy, un bono a 10 años de Grecia (¡sí, Grecia!) genera menos rentabilidad que uno francés, una señal alarmante de que los inversionistas creen más en las finanzas helenas que en las galas.

Actualmente, Francia paga 67.000 millones de euros al año solo en intereses de su deuda, una cifra que representa más que su presupuesto para educación o defensa.

¿Dónde está el margen para el ajuste?

El prestigioso think tank Bruegel, con base en Bruselas, estima que Francia deberá implementar recortes y/o aumentos impositivos por el equivalente al 5% del PIB para volver a una senda fiscal sostenible. Esto significaría alrededor de 130.000 millones de euros en ajustes acumulados en los próximos años. Grecia lo hizo, pero a costa del desempleo, pobreza y tensiones sociales que aún duelen.

El intento fallido del exprimer ministro Francois Bayrou de eliminar dos feriados nacionales y recortar 44.000 millones de euros fue rechazado por el Parlamento, y terminó costándole el cargo. Esa medida apenas representaba el inicio del camino necesario.

Macron, atrapado por sus propias decisiones

El presidente llegó al poder en 2017 presentándose como la figura del reformismo tecnocrático, capaz de impulsar cambios como el aumento de la edad jubilatoria de 62 a 64 años o la reducción del impuesto a las sociedades. A pesar de los avances iniciales, la pandemia y la guerra energética lo obligaron a abandonar la moderación fiscal y expandir el gasto público.

Hoy, se encuentra rodeado: sin mayoría en el Parlamento, con los mercados desconfiando, y con una población reacia al ajuste tras años de sacrificio. Su popularidad ha caído dramáticamente y su partido se enfrenta a una posible extinción electoral si no logra consensos que hoy parecen imposibles.

¿Un rescate europeo o una amenaza fantasmal?

Aunque algunos temen que Francia termine en una situación como la de Grecia, esta posibilidad es todavía poco probable. La diferencia esencial es que Francia sigue siendo una economía muy grande (segundo en la eurozona, detrás de Alemania) y su caída arrastraría al resto de Europa. Sin embargo, si el estancamiento persiste, la presión de los inversores podría elevar las tasas a niveles insostenibles, creando un círculo vicioso de deuda cada vez más cara.

El Banco Central Europeo —que salvó a países como Italia y España en el pasado comprando su deuda— dejó claro que solo intervendrá si hay políticas económicas coherentes. Las instituciones europeas, como el Mecanismo de Estabilidad (ESM) o el FMI, tampoco están dispuestas a ofrecer rescates sin condiciones duras.

Como lo señaló el economista Zsolt Darvas: “Es impensable que Francia, un país orgulloso y central en la UE, termine pidiendo un rescate. Pero, en cualquier escenario, deberá hacer el ajuste por sí sola”.

Un futuro incierto con ecos del pasado

Lo que vive Francia no es solo una crisis fiscal, sino una profunda crisis política e institucional. Un sistema semipresidencialista que daba estabilidad durante décadas, hoy se ve atrapado por una segmentación parlamentaria que impide cualquier reforma sustancial. La política de bloques, tan tradicional en países mediterráneos, ha llegado a la República Francesa.

El riesgo no se limita a la economía: el ascenso de Le Pen y su partido nacionalista, ante la debilidad del centro, podría provocar un viraje ideológico profundo en las próximas elecciones presidenciales. En este sentido, el debilitamiento económico está alimentando las tensiones políticas y sociales a un ritmo alarmante.

Francia se encuentra en una encrucijada histórica. Puede optar por el camino doloroso de la disciplina fiscal y el consenso político o arriesgarse a convertirse en el epicentro de una nueva crisis europea. El tiempo, los mercados y sus propios ciudadanos ya comenzaron a perder la paciencia.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press