Surgen secuestros de trabajadores humanitarios en Sudán del Sur: el nuevo rostro de una crisis olvidada
Más de 30 cooperantes han sido secuestrados en 2025, una escalada alarmante que amenaza con paralizar la ayuda humanitaria en uno de los países más vulnerables del mundo
Una amenaza creciente para los trabajadores humanitarios
En lo que va de 2025, Sudán del Sur ha registrado más del doble de secuestros de trabajadores humanitarios en comparación con todo el año anterior. Esta preocupante tendencia está poniendo en riesgo no solo las vidas de quienes han jurado ayudar, sino también los valiosos servicios que proporcionan en un país marcado por la violencia, el hambre y las emergencias sanitarias.
Según altos funcionarios humanitarios de organizaciones internacionales, más de 30 trabajadores han sido secuestrados en enero y agosto de 2025, una cifra sin precedentes en el joven país africano. Para una nación ya calificada durante años por Naciones Unidas como una de las más peligrosas para la labor humanitaria, esta escalada representa una nueva dimensión del peligro: el secuestro con fines de rescate económico.
Entre la violencia y la desesperación: el contexto del conflicto
Sudán del Sur se independizó de Sudán en 2011 tras décadas de guerra civil, pero rápidamente ingresó en un nuevo conflicto interno en 2013 que duró cinco años y costó la vida de cerca de 400,000 personas. Aunque un acuerdo de paz fue firmado en 2018, la situación sigue siendo frágil. Este año, los enfrentamientos entre el ejército y facciones opositoras han repuntado con una violencia no vista desde el armisticio.
El conflicto ha agravado la crisis humanitaria que ya afecta a más de 9 millones de personas que necesitan asistencia urgente, según datos de ACNUR y el Programa Mundial de Alimentos. La violencia ha convertido a las regiones de Equatoria Central y Occidental en zonas de altísimo riesgo para ONGs.
El precio humano: muertes y rescates
Uno de los casos más trágicos de este año fue el de James Unguba, un cooperante local secuestrado en agosto en el condado de Tambura, en Equatoria Occidental. Unguba apareció muerto el 3 de septiembre, tras semanas en manos de captores vestidos con uniformes militares. Las circunstancias de su fallecimiento siguen sin aclararse.
“La muerte de James es un llamado de alarma. Estamos viendo el inicio de una tendencia que podría volverse sistémica”, advirtió Ferenc Marko, experto en asuntos africanos.
Varios trabajadores secuestrados han sido liberados tras negociaciones que incluyeron pagos de rescate, a menudo gestionados por actores neutrales como iglesias cristianas. Si bien las grandes agencias como la ONU y Médicos Sin Fronteras (MSF) mantienen políticas estrictas de no pagar rescates, muchas familias han optado por tomar riesgos con tal de recuperar a sus seres queridos.
Médicos Sin Fronteras, una retirada dolorosa
En julio, MSF suspendió operaciones médicas en dos condados tras el secuestro de un miembro del equipo en un convoy marcado, solo días después del secuestro de otro trabajador médico en una ambulancia. “Estamos comprometidos con nuestra misión, pero no podemos exponer a nuestro personal a situaciones de riesgo constante”, dijo Dr. Ferdinand Atte, jefe de misión de MSF en Sudán del Sur.
¿Quiénes están detrás de los secuestros?
Identificar a los perpetradores es, hasta ahora, una tarea frustrante. Las autoridades militares niegan cualquier participación o conocimiento, mientras que los analistas apuntan a grupos armados locales y milicias como los principales sospechosos. Algunos de estos grupos están ligados a líderes políticos en disputa por la sucesión presidencial, exacerbada por la frágil salud del presidente Salva Kiir.
Entre estos grupos se encuentra el Frente Nacional de Salvación (NAS), el cual nunca firmó el acuerdo de paz de 2018. También hay fuerzas allegadas al exvicepresidente y líder opositor Riek Machar, quien fue puesto recientemente bajo arresto domiciliario tras ataques militares relacionados con milicias bajo su influencia.
“Podría tratarse de milicianos opositores, elementos disidentes del propio ejército, o delincuentes comunes buscando extorsionar”, reflexiona Edmund Yakani, destacado activista de derechos civiles.
Impacto directo en las comunidades: servicios paralizados
Los secuestros están paralizando los servicios esenciales en zonas remotas, especialmente en las fronteras con Uganda, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana. En estas áreas, la ayuda externa es la única esperanza para miles de personas.
Las actividades de distribución de alimentos, los programas de vacunación y las cirugías de emergencia han sido canceladas o pospuestas. Las ONGs enfrentan un dilema diario entre continuar su labor o proteger la vida de su personal.
Crisis de financiación: el fantasma del abandono
A esta emergencia se suma la presión financiera: en años recientes, agencias clave como USAID han sufrido recortes presupuestarios. La administración del expresidente Donald Trump intentó desmantelar la organización, y los donantes europeos han advertido que disminuirán sus contribuciones en 2025, lo que comprometerá aún más el alcance de los programas humanitarios.
“Estamos ante una tormenta perfecta: violencia creciente, secuestros impunes y menos dinero disponible”, señaló un directivo de una ONG, quien pidió anonimato por razones de seguridad.
La tendencia global: un mundo más hostil para la ayuda humanitaria
Sudán del Sur no es una anomalía total. A nivel mundial, 2024 fue el año más letal para los trabajadores humanitarios, con 383 muertos y 861 víctimas de ataques violentos, según estadísticas del grupo Humanitarian Outcomes. Y todo apunta a que 2025 superará esas cifras.
“La percepción de impunidad, junto con la instrumentalización política del trabajo humanitario, ha creado un caldo de cultivo devastador”, alertó la ONG en su informe de agosto.
¿Hay solución a la vista?
Aunque el panorama es sombrío, algunos expertos sugieren medidas paliativas: mayor presencia de misiones de paz de la ONU, inclusión de líderes comunitarios en negociaciones de seguridad, y diálogo pragmático con actores regionales. Sin embargo, sin voluntad política nacional para proteger a los cooperantes y sin una reducción real del conflicto político, cualquier medida será un paliativo temporal.
Para Sudán del Sur, cada secuestro no solo es una tragedia humana, sino un paso más hacia el aislamiento y el abandono por parte de un mundo cansado de ver cómo la ayuda se convierte en moneda de cambio de grupos armados.
“Este país necesita padres, maestros, doctores y soñadores, no secuestradores. Con cada ataque contra la ayuda humanitaria, estamos enterrando más hondo nuestras esperanzas de reconstrucción”, concluye emocionado Yakani.
Para seguir este tema y otros sobre África y desarrollo: Africa Pulse