Fútbol sin Fronteras: ¿Es una traición llevar partidos de Liga a Miami y Australia?

Las ligas de España e Italia buscan internacionalizar sus marcas, pero la afición no está dispuesta a que el fútbol pierda su esencia local.

¿Qué pasaría si el próximo partido del Barcelona no se jugara en el Spotify Camp Nou, sino en un estadio de Miami? ¿O si el AC Milan recibiera al Como no en San Siro, sino en el otro lado del globo, en la lejana Perth, Australia? Esta no es una idea sacada de una simulación de videojuego o una campaña publicitaria de proporciones cósmicas. Es una posibilidad muy real que ha despertado una intensa controversia en el mundo del fútbol.

Las propuestas de La Liga española y la Serie A de Italia para jugar partidos de liga oficial fuera de sus países —en particular, Villarreal contra Barcelona en Miami el 20 de diciembre y AC Milan vs. Como en febrero en Perth— han encendido las alarmas entre aficionados, organismos deportivos y expertos en integridad deportiva. Estas movidas no sólo rompen con más de un siglo de tradición, sino que abren un debate crucial sobre el futuro del fútbol como deporte y como industria.

Un negocio muy rentable... ¿para quién?

La lógica empresarial detrás de este intento es clara: expandir el alcance global de clubes como Barcelona y Milan, monetizando su enorme base de seguidores en mercados lejanos como Estados Unidos y Asia-Pacífico. No es un secreto que la Premier League inglesa ha tomado una delantera importante en términos de proyección internacional, y tanto La Liga como la Serie A llevan años buscando formas de acortar esa brecha.

Para ello cuentan con socios estratégicos como Relevent Sports Group, una agencia con sede en Miami y fundada por el propietario de los Miami Dolphins, Stephen Ross. Relevent ya había intentado algo similar en 2018, con un intento de llevar un partido del Barcelona a Estados Unidos que fue detenido por la FIFA. Pero ahora la situación es diferente: Relevent ha ganado aún más poder, firmando un acuerdo multimillonario con la UEFA para gestionar derechos de transmisión y patrocinio de torneos europeos entre 2027 y 2033.

¿Será este el banderazo de salida para una globalización sin freno del fútbol doméstico europeo?

La afición alza la voz: "El fútbol no es franquicia"

La respuesta inmediata del colectivo Football Supporters Europe (FSE), reconocido oficialmente por la UEFA y que reúne a más de 500 grupos de aficionados, fue un rotundo "NO". Según el FSE:

"Llevar partidos de liga fuera de su territorio viola la esencia del fútbol como una expresión cultural y comunitaria. No somos consumidores, somos parte del club".

Y es que, más allá del debate económico y del espectáculo, lo que está en juego es el alma del fútbol tradicional. Muchas voces, incluyendo a personeros de la Comisión Europea, como Glenn Micallef, han calificado la propuesta como una "traición". Para ellos, desarraigar a un equipo de su comunidad va más allá de una estrategia de marketing; es una cirugía identitaria del deporte rey.

Integridad deportiva: el elefante en la sala

Uno de los principales argumentos técnicos contra estos partidos es la alteración de la integridad deportiva. Jugar fuera del estadio habitual, especialmente en lugares con horarios, clima y altitud diferentes, representa una desventaja competitiva que afecta directamente la equidad del campeonato.

La lógica de "campo neutral" en estos casos no aplica. Se trata de partidos oficiales, no amistosos o giras de pretemporada. Villarreal, por ejemplo, estaría entregando su ventaja como local para promover sus colores en un continente que probablemente nunca visite su modesto estadio de La Cerámica. ¿Y quién lo compensa por esa pérdida? ¿Y si el partido termina siendo decisivo para clasificaciones europeas o descenso?

UEFA y FIFA: ¿guardianes o cómplices?

Hasta ahora, ni FIFA ni UEFA han dado luz verde. FIFA bloqueó el intento inicial en 2018, invocando sus propias reglas sobre la territorialidad del fútbol nacional. Pero ese veto se encuentra bajo revisión: FIFA ha creado un grupo de trabajo que evalúa permitir ciertas excepciones, motivadas en gran parte por los enormes ingresos que estas experiencias podrían generar.

Por su parte, la UEFA ha dado señales de prudencia. Su comité ejecutivo recientemente decidió posponer una decisión formal, en parte para abrir espacios de diálogo con los grupos de aficionados. Pero el ruido de los billetes verdes parece sonar cada vez más fuerte sobre el eco de las pancartas y cánticos tradicionales.

¿Y si la moda pega? El riesgo del efecto dominó

La Premier League y la Bundesliga, dos de las ligas más poderosas y estables, no han mostrado señales similares. En Inglaterra, la resistencia cultural y la fuerza de los aficionados podrían hacer inviable cualquier intento de exportar partidos de liga.

Pero el problema de fondo es que si el experimento se aprueba en España o Italia y resulta exitoso, se vuelve únicamente cuestión de tiempo para que otros lo imiten. El fútbol se convertiría entonces en un producto ambulante, en lugar de un ritual local con vínculos profundos a su cultura de origen.

¿Fútbol o espectáculo? La delgada línea que separa el deporte del entretenimiento

La propuesta plantea de forma inevitable una pregunta: ¿Queremos que el fútbol se parezca cada vez más a la NFL o la NBA? Las ligas estadounidenses son altamente rentables gracias a su modelo de franquicias y partidos internacionales, pero son profundamente distintas a las ligas europeas en estructura e historia. No hay ascenso ni descenso, ni vínculos comunitarios tan arraigados.

En Europa, clubes como Osasuna, Torino o Saint-Étienne no son mercancías de exportación, sino símbolos culturales de regiones enteras. Cambiar ese modelo por uno que privilegia la eficiencia comercial podría alienar a la base sobre la que se construyó el fútbol moderno.

La paradoja del crecimiento

Irónicamente, muchos clubes están considerando esta estrategia por una necesidad económica aguda. El COVID-19 devastó las finanzas del fútbol europeo. Algunos estadios estuvieron vacíos por más de una temporada, se congelaron derechos televisivos y las burbujas salariales siguen tensionando las finanzas de los grandes equipos.

Para Barcelona, muy golpeado por deudas y con límites salariales ajustadísimos, cada nueva fuente de ingreso es esencial. Lo mismo aplica para Milan, que aún no recupera el brillo económico de décadas pasadas y compite con gigantes con fondos soberanos tras ellos como Manchester City o PSG.

¿Es posible una solución intermedia?

Algunos analistas han propuesto alternativas más razonables. ¿Por qué no intensificar las giras de pretemporada, torneos amistosos internacionales o incluso la creación de una «Copa Global» con partidos oficiales pero opcionales, al margen de las ligas nacionales?

Otra opción sería elaborar un marco regulado que limite la cantidad de partidos exportables a uno por década por club, cada uno bajo consensos claros sobre equidad, sostenibilidad y participación local. Pero lo que no se puede permitir es una apertura sin freno que transforme el vínculo local en una simple suscripción global en streaming.

¿El fin del fútbol tal como lo conocemos?

El fútbol profesional está en un punto de inflexión. Cada paso hacia la internacionalización puede ser tan rentable como riesgoso. Es tentador imaginar un Camp Nou de Miami o un San Siro satélite en Catar, pero las consecuencias culturales de esa transformación podrían ser irreversibles. El fútbol no es sólo lo que sucede en 90 minutos: es el barrio, el bar, el padre que lleva a su hija al estadio por primera vez, el radio del abuelo y el cartel de la peña local.

Globalizar sí, desarraigar no. Si hay algo que la UEFA y FIFA deben recordar antes de tomar decisiones clave, es que sin comunidad, el fútbol no es nada.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press