IA Rural: Cómo la inteligencia artificial está transformando la agricultura en África
Desde las comunidades agrícolas más remotas de Malawi hasta el diseño de políticas públicas, la IA se abre paso como aliada del campo africano. Pero su implementación enfrenta grandes retos de infraestructura, confianza y accesibilidad.
Un futuro sembrado con IA: el caso de Alex Maere
En las estribaciones del Monte Mulanje, en el sur de Malawi, Alex Maere revivió su vida tras la devastación del ciclón Freddy en 2023 de una manera completamente inesperada: gracias a un chatbot de inteligencia artificial. Su granja familiar fue arrasada, la tierra fértil se convirtió en rocas y arena. De cosechar casi 850 kilos de maíz por temporada, pasó a apenas rescatar 8 kilos. Decidido a no rendirse, Maere empezó a explorar nuevas herramientas, y una de ellas fue Ulangizi, un asesor agrícola basado en inteligencia artificial.
Diseñado por la organización sin fines de lucro Opportunity International, con el apoyo del gobierno malauí, Ulangizi —término en chichewa que significa “asesor”— le recomendó sembrar papas, cultivos más adaptables al nuevo estado del suelo. Siguió los consejos al pie de la letra y, al cabo de la temporada, obtuvo más de $800 dólares en ventas. “Logré pagar las matrículas escolares de mis hijos sin preocupaciones”, cuenta Alex, cuya historia resume cómo la IA puede modificar destinos en regiones vulnerables.
80% de la población depende del campo
Malawi, una nación donde más del 80% de los 21 millones de habitantes vive de la agricultura, enfrenta una crisis alimentaria y climática relacionada directamente con la baja productividad de pequeños agricultores. No es un caso aislado. Según cifras del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), entre un 70% y 80% del suministro de alimentos en África subsahariana proviene de micro y pequeñas fincas como la de Alex Maere. Sin embargo, la eficiencia agrícola en la región se encuentra peligrosamente por debajo de su potencial.
En este contexto, la IA emerge como una herramienta poderosa. Permite desde la identificación de enfermedades en cultivos, hasta predicción de sequías, recomendaciones de fertilizantes personalizados, o incluso la localización de tractores y maquinaria asequible. No sorprende que la inversión privada en tecnología para la agricultura en África subsahariana haya pasado de $10 millones en 2014 a $600 millones en 2022, según el Banco Mundial.
Desafíos estructurales: idioma, acceso y alfabetización
Pese al potencial, hay desafíos mayúsculos. La conectividad a internet es inestable, la mayoría de los pequeños agricultores no tiene acceso a celulares inteligentes, y los niveles de alfabetización siguen siendo bajos. El continente además alberga más de 2.000 lenguas, lo que complica el diseño de interfaces accesibles para IA.
“Uno de los retos más grandes para el uso sostenible de IA en la agricultura africana es la accesibilidad”, explica Daniel Mvalo, experto tecnológico de Malawi. “Muchas herramientas fallan en adaptar su tecnología a la diversidad lingüística, la baja alfabetización y las deficiencias de infraestructura digital”.
Ulangizi: una IA con ‘alma humana’
Para superar estas limitaciones, Ulangizi se diseñó con varios criterios fundacionales. Funciona mediante WhatsApp, una aplicación ampliamente extendida, y ofrece respuestas tanto en inglés como en chichewa. Se puede interactuar de forma oral y, si el usuario no puede leer o escribir, incluso puede enviar una foto de su planta enferma para recibir un diagnóstico y recomendación.
Sin embargo, su funcionamiento depende, literalmente, de intermediarios humanos. En el caso de Sazola, su ‘agente humano’ es Patrick Napanja, un agricultor de 33 años que visita semanalmente a entre 150 y 200 granjeros llevando consigo un teléfono inteligente y funcionando como puente entre la tecnología y los campesinos. “Solía no tener todas las respuestas para los problemas agrícolas. Ahora uso la app y encontramos soluciones juntos”, explica Napanja.
Estos ‘humanos en el bucle’ cumplen la función de traducir, conectar y facilitar la interacción con la IA. Pero también enfrentan sus propias restricciones. Muchas veces tienen que subir cerros para encontrar señal, y hasta una hora de reunión puede perderse esperando que se carguen las respuestas.
El costo de los errores: la confianza es frágil
Mientras gran parte del norte global debate sobre cómo usar IA para mejorar tareas rutinarias, en países como Malawi, un fallo en el consejo de un chatbot podría equivaler a una ruina financiera, o, peor aún, al hambre. Los errores de la IA —conocidos como ‘alucinaciones’— tienen consecuencias reales si una enfermedad mal diagnosticada produce la pérdida de toda una cosecha.
“La confianza en la IA es frágil. Si falla una vez, muchos agricultores no la vuelven a usar”, señala Mvalo. Para reducir riesgos, Ulangizi está alineado con las directrices del Ministerio de Agricultura. Según Webster Jassi, encargado de la metodología de extensión rural del ministerio, esta sinergia permite que el chatbot emita consejos más relevantes y adaptados a la realidad local.
Escalabilidad: el verdadero reto
Si bien la historia de Alex Maere es inspiradora, el alcance real de la herramienta aún es limitado. El gobierno de Malawi reconoce que aún falta llegar a muchas comunidades sin acceso a smartphones o internet. Por ello, han comenzado a apostar al modelo de solidaridad comunitaria, donde mujeres y hombres que sí usar la app instruyen a sus vecinos.
“Los agricultores que tienen acceso a la app están ayudando a sus compañeros”, explica Jassi. Este modelo, anclado en las prácticas tradicionales de colaboración, podría ser clave para escalar el impacto de herramientas tecnológicas sin esperar décadas de inversiones en infraestructura.
La nueva alfabetización: inteligencia artificial
El caso de Malawi también plantea una reflexión global. Así como aprender a leer y escribir fue fundamental para la expansión de las democracias y el comercio, entender, interactuar y usar la inteligencia artificial se perfila como la nueva alfabetización esencial para el siglo XXI. No solo en áreas urbanas de economías avanzadas, sino incluso —y sobre todo— en comunidades rurales y vulnerables.
El Banco Africano de Desarrollo estima que el sector agrícola podría ser el motor de recuperación económica del continente post-pandemia. Con la inclusión digital como eje fundamental, las iniciativas que logren combinar tecnología avanzada, tradiciones locales y políticas públicas coherentes podrían ser el futuro de la soberanía alimentaria africana.
En este camino, la historia de Alex Maere probablemente sea una de las miles que vendrán. Porque, como reza un antiguo proverbio africano: “si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”. Y hoy, esa compañía puede venir del rincón inesperado de un chatbot que entiende tu lengua y cultivos.
