Nepal al borde del caos: protestas, colapso político y una generación sin futuro

La crisis política en Nepal alcanzó un punto crítico tras protestas masivas, una renuncia del primer ministro y una juventud harta de la corrupción y el desempleo

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Un país en llamas: el colapso del gobierno nepalí

Mientras miles de personas intentan dejar Nepal desde el aeropuerto internacional de Katmandú, el país se sumerge en una de las peores crisis políticas y sociales de los últimos años. Decenas de miles de manifestantes tomaron las calles, incendiaron edificios gubernamentales, forzaron la renuncia del primer ministro Khadga Prasad Oli y dejaron al país sin un liderazgo claro.

Según cifras del Ministerio de Salud de Nepal, al menos 30 personas murieron y más de 1,000 resultaron heridas durante los enfrentamientos con la policía. Esta grave convulsión social tiene raíces profundas en el desencanto popular con una clase política vista como corrupta, desconectada y elitista.

El detonante: censura de redes sociales

El punto de inflexión fue la prohibición temporal de redes sociales como Facebook, X y YouTube por parte del gobierno, bajo el argumento de que dichas plataformas no estaban registradas ni sometidas a regulación oficial. Esta medida fue percibida como un atropello a la libertad de expresión e indignó a una población joven y altamente conectada.

«Fue el colmo. Nos quitaron lo único que tenemos: nuestra voz», declaró Asmita Poudel, una manifestante que luego intentó huir del país en un vuelo a Dubái. Aunque la censura fue levantada al día siguiente, el daño ya estaba hecho. La furia se transformó en una gigantesca ola de protestas que rápidamente escaló a la violencia.

El ejército toma el control, pero la incertidumbre persiste

El ejército nepalí, que rara vez interviene, desplegó tropas luego de que la policía quedara completamente sobrepasada. Patrullas armadas comenzaron a vigilar calles, imponer toques de queda y asistir en labores de emergencia. Hasta una fuga masiva de presos en la prisión central de Katmandú fue controlada por los militares.

Sin embargo, la presencia militar no solucionó la pregunta fundamental: ¿quién gobierna ahora? El presidente ceremonial Ram Chandra Poudel pidió a Oli que encabezara un gobierno transitorio, pero este abandonó su residencia oficial y permanece desaparecido. La ausencia de un liderazgo claro ha generado aún más confusión.

Distintas facciones de los manifestantes se reunieron con líderes militares y propusieron nombres para un posible liderazgo interino. Entre ellos destacó Sushila Karki, exjueza suprema y única mujer en ocupar ese cargo en Nepal. Aunque su perfil independiente la volvería una candidata aceptable para muchos, también generó resistencias internas entre los propios manifestantes.

Un pueblo harto de las élites: el factor generacional

Más allá del disparador inmediato, lo que subyace es un enorme desencanto generacional. Con una tasa de desempleo juvenil cercana al 20% según el Banco Mundial, y más de 2,000 jóvenes emigrando cada día en busca de oportunidades en países como Malasia, Catar o Emiratos Árabes, la juventud no ve futuro dentro de Nepal.

«Nos vamos porque aquí no hay oportunidades para gente como nosotros», afirmó Asmita. Esta frustración se agrava por la creciente presencia de lo que en Nepal llaman "nepo kids": hijos e hijas de políticos que disfrutan de vidas privilegiadas sin haber enfrentado el más mínimo esfuerzo o adversidad.

La rabia toma forma: instituciones incendiadas

La furia de los manifestantes no se contuvo. El Parlamento, la residencia presidencial, el secretariado central y el despacho del primer ministro fueron incendiados. Hasta el edificio de Kantipur Publications, el mayor conglomerado mediático del país, fue atacado. Decenas de coches oficiales y concesionarios de vehículos quedaron reducidos a chatarra humeante en las calles.

Para muchos observadores, esta violencia no fue espontánea sino el resultado de años de acumulación de frustración y desigualdad. Algunos incluso ven similitudes entre la crisis de Nepal y otras revoluciones espontáneas ocurridas en el mundo, como la Primavera Árabe o las recientes protestas en Sri Lanka, fomentadas por desigualdades estructurales y corrupción crónica.

La responsabilidad de las élites y el rol de los militares

La elite política en Nepal ha sido constantemente acusada de corrupción, nepotismo y fallas estructurales. Desde la caída de la monarquía en 2008, múltiples gobiernos de corte democrático han fracasado en ofrecer estabilidad, generar empleo o desarrollar infraestructura.

El vacío de poder actual ha elevado el perfil del ejército, que si bien ha prometido respetar el orden democrático, ahora juega un papel clave en las negociaciones para formar un gobierno interino. Pero muchos temen que su papel se prolongue o que termine virando en una forma de autoritarismo militar disfrazado.

Voces desde el terreno: miedo, esperanza y exilio

Lo que más se escucha en las calles no son cánticos políticos, sino suspiros de resignación: «lo único que queremos es paz», dice Sanu Bohara, propietaria de una tienda en Katmandú. Otros, como Anup Keshar Thapa, exfuncionario público, cree que «si las protestas hubieran sido organizadas, hoy sabríamos quién debe liderar». Pero no lo fueron, y Nepal está ahora rumbo a semanas, quizá meses de interinidad.

Mientras tanto, los vuelos han vuelto a operar y miles buscan salir del país. Las escenas en el Aeropuerto Internacional Tribhuvan son de una angustia estremecedora: familias enteras con maletas, llorando, esperando un billete de avión que los saque del país.

¿Qué sigue para Nepal?

Nepal enfrenta un momento crucial en su historia moderna. Con instituciones debilitadas, ciudadanos sin confianza y generaciones enteras dispuestas a marcharse, el país necesita urgentemente liderazgo, estabilidad y una reforma integral que redistribuya tanto el poder como las oportunidades.

Ya no se trata de una simple crisis de gobierno, sino de una crisis de nación: ¿puede Nepal regenerarse desde las cenizas del sistema que ya no sirve? ¿O se irá fragmentando lentamente hasta convertirse en un Estado fallido enclavado entre dos gigantes como China e India?

Para responder a esas preguntas, mucho dependerá de quién, y cómo, asuma las riendas en este periodo de transición. De momento, la juventud –aquella que protesta, se va o lucha por quedarse– parece tener más claridad moral que quienes han gobernado hasta ahora.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press