TIFF 2025: El festival donde siguen respirando las películas que 'ya no se hacen'
Mientras Hollywood persigue éxitos seguros, el Festival de Cine de Toronto 2025 da refugio a comedias, dramas adultos y cine original: especies en peligro de extinción en la era del algoritmo
Por tercer año consecutivo, el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) se ha convertido en el santuario de una especie cada vez más rara: el cine cinematográfico tradicional, con historias humanas, ingenio narrativo y creatividad al margen de los universos compartidos o franquicias multimillonarias. Y este 2025 lo ha dejado más claro que nunca.
Una audiencia que vibra con el cine
TIFF siempre ha tenido algo especial: su audiencia. A diferencia de Cannes o Venecia, donde la industria predomina, Toronto es un festival del pueblo, de aquel que ama genuinamente ir al cine. Ceremonias improvisadas como rugir como piratas cuando aparece el aviso antipiratería son parte del ritual. Pero más allá del folclor, es el entusiasmo por ver películas con alma lo que define a este festival.
Una temporada de verano decepcionante para Hollywood
El telón de fondo para TIFF 2025 ha sido un viraje preocupante en los hábitos de distribución y consumo de películas en salas. Según Comscore, los ingresos en taquilla de mayo a septiembre en Norteamérica fueron de $3.67 mil millones, muy por debajo del estándar previo de $4 mil millones durante la temporada de verano. Los superhéroes ya no llenan las salas como antes, y muchas producciones de éxito se lanzan directamente a plataformas de streaming, evaporando la experiencia colectiva del cine.
TIFF como refugio de las películas “olvidadas”
En este contexto, TIFF se ha erigido como un Arca de Noé para dramas originales, comedias humanas y aventuras lejos del radar de los grandes estudios. Es el caso de:
- “Roofman” de Derek Cianfrance, basada en la historia real de un hombre que robaba McDonald’s perforando los techos, y que al escapar de prisión se oculta en un Toys “R” Us. Un retrato tragicómico de la sociedad de consumo.
- “Wake Up Dead Man: A Knives Out Mystery” de Rian Johnson, una comedia gótica ambientada en una iglesia con tintes religiosos que Netflix apenas estrenará por dos semanas en cines.
- “The Lost Bus” de Paul Greengrass, protagonizada por Matthew McConaughey, revive el desastre del incendio Camp Fire de 2018 desde la perspectiva de un conductor escolar.
Estos filmes tienen en común una sensibilidad humana, una voluntad narrativa sincera y un apego al lenguaje cinematográfico sin adornos, sin CGI omnipresente, sin secuelas garantizadas.
Distribución fragmentada y luchas internas
Uno de los grandes problemas es que incluso si una película logra financiarse y producirse, su camino a la pantalla grande es cada vez más incierto. Lo explicó con claridad Nia DaCosta, directora de “Hedda”, una estilizada adaptación de Ibsen ambientada en los años 50 con Tessa Thompson. Su estreno había sido diseñado para cines, pero tras las huelgas de actores y guionistas se redujo a una sola semana de exhibición antes de pasar a Prime Video.
“Literalmente tres meses después de aprobarla, empezamos a oír: esta película ya no se haría hoy”, dijo DaCosta. “Estudios como Orion estaban a bordo, pero ya nada garantiza una ventana en cines. Lo vimos incluso con Christopher Nolan. Si pueden hacerlo con él, pueden hacerlo con cualquiera”.
Comedias arriesgadas que nadan contra la corriente
Las comedias originales, ese género tradicionalmente popular, parecen ser hoy un acto de valentía. Así lo expresó el comediante Aziz Ansari al presentar su ópera prima “Good Fortune”, donde Keanu Reeves interpreta a un ángel torpe que intercambia la vida de un hombre sin hogar (Ansari) con la de un millonario (Seth Rogen): “Comedia original en cine. Esas tres palabras dan miedo hoy en día en nuestra industria”.
También se proyectó “Eternity”, de David Freyne, cuya historia se desarrolla en una estación de paso en el más allá donde los difuntos escogen en qué versión de la eternidad quieren vivir. Una propuesta filosófica con toques cómicos, impulsada por actuaciones de Elizabeth Olsen y Miles Teller.
Ambas buscan ese público de risa en sala, de carcajada compartida, algo difícil en una era en que las comedias están relegadas al streaming.
Cine que “peliculea” sin disculpas
El auge del “cine-cine” estuvo también presente con filmes como “Tuner”, un thriller que narra la historia de un afinador de pianos que empieza a usar su oído prodigioso para abrir cajas fuertes, protagonizado por Leo Woodall y Dustin Hoffman. Dirigida por Daniel Roher y sin distribuidora al momento de su estreno, se ha descrito como una película que “peliculea mucho”. Así lo resumió Roher: “Esa era la intención”.
Este tipo de cintas recuerdan la era dorada del thriller sin superpoderes, sin uniformes ni CGI. Películas donde el protagonista podía ser un hombre roto, no un semidiós.
¿Un cambio de paradigma o últimos coletazos de una era?
El TIFF 2025 ha servido como espejo crítico de Hollywood y sus prioridades. Donna Langley, presidenta de Universal Pictures, lo expresó abiertamente durante una charla en el festival: “Estamos viendo un cambio en el horror. Directores con marca de autor están recurriendo al género. Ya no es el horror que conocíamos la última década”. Su comentario es una muestra de cómo incluso los grandes estudios buscan nuevos caminos.
Sin embargo, no hay garantías. La edición pasada, “The Life of Chuck” de Mike Flanagan ganó el premio del público, pero su estreno meses después pasó desapercibido. Ese halo de “pre-Oscar” que tenía Toronto parece diluirse en la era del algoritmo.
Productoras independientes al rescate
Algunas productoras, como Black Bear Pictures, están tomando un rol más activo. Decidieron distribuir directamente “Christy” de David Michôd, protagonizada por Sydney Sweeney en el papel de la boxeadora Christy Martin. Black Bear también financió dos joyas del festival: “Train Dreams” de Clint Bentley y “Tuner” de Roher.
Este modelo de rescate parece ser clave para que el cine de autor y mediano presupuesto siga teniendo presencia en salas, aun cuando sea por una breve ventana.
El futuro de las salas ¿está en Toronto?
TIFF ha demostrado que hay público para películas originales. El problema es hacerles llegar esas películas. Con presupuestos medianos desapareciendo, calendarios de estrenos dominados por franquicias, e inversores que priorizan seguridad financiera, el cine necesita algo más que creatividad: necesita valentía de parte de distribuidores y exhibidores.
Mientras tanto, festivales como Toronto seguirán fungiendo como termómetro de lo que la audiencia podría querer, más allá de lo que los algoritmos predicen. Y si el público responde, como lo hizo rugiendo en cada función y ovacionando historias humanas sin fórmula, quizás, solo quizás, esas “movie-movies” tengan un futuro más allá del TIFF.
Porque hacer cine original hoy es un acto de resistencia. Pero resistir, a veces, es la forma más poderosa de contar una historia.