Embajada fantasma: ¿Tiene sentido que EE. UU. gaste millones para mantener su diplomacia en Venezuela?
El gobierno estadounidense emplea a 150 personas y gasta más de $10 millones anuales para conservar propiedades diplomáticas en Caracas, a pesar de no tener representación formal. ¿Qué hay detrás de esta estrategia?
Una embajada sin embajador (ni diplomáticos estadounidenses)
Desde que en 2019 el gobierno de Donald Trump rompiera oficialmente relaciones con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, la embajada de EE. UU. en Caracas quedó desierta. Sin embargo, un reciente informe de la Oficina del Inspector General del Departamento de Estado reveló que Estados Unidos continúa manteniendo en pie su misión diplomática, con un staff de 150 empleados locales y un presupuesto de hasta $10.5 millones anuales.
¿Por qué mantener semejante maquinaria operativa si no hay diplomáticos ni relación formal? La respuesta, como en casi todo lo relacionado con la diplomacia, está en los matices.
Una presencia estratégica silenciosa
Aunque el gobierno estadounidense evacuó completamente a su personal diplomático en marzo de 2019, se tomó la decisión de dejar atrás una presencia de apoyo local. El objetivo: mantener el mínimo grado de operación que le permita a Washington observar la situación del país —considerada crítica por muchos organismos internacionales—, mantener cierto nivel de influencia y, en palabras de Geoff Ramsey, analista del Atlantic Council, “estar listos para retomar relaciones si el contexto político cambia”.
El personal diplomático estadounidense, de hecho, opera desde Bogotá, Colombia, en una peculiar oficina improvisada en un antiguo salón de capacitación apodado "el submarino". Aunque comenzó con apenas 10 funcionarios, actualmente cuenta con una plantilla de 21 empleados, según el reporte de la inspección. Desde allí gestionan las relaciones diplomáticas con Venezuela y supervisan el trabajo de los 150 empleados locales que continúan en Caracas.
El alto costo de los edificios vacíos
Entre salarios, seguridad, mantenimiento, y otros gastos, el gasto anual asciende a más de $10 millones. Tan solo mantener el edificio de la embajada y cinco residencias (incluyendo la del embajador, aunque no hay embajador) cuesta alrededor de $6.7 millones.
Lo más controversial del informe es la falta de evaluación de costos-beneficios que deberían haber hecho los responsables del Departamento de Estado. Las normas indican que las embajadas deben anualmente identificar propiedades excedentes o heredadas que ya no tengan utilidad. En este caso, la misión diplomática en Caracas parece haber seguido funcionando por inercia, sin que ninguna autoridad haya replanteado en detalle si gastar millones para mantener edificios vacíos tiene aún sentido.
La paradoja de operar desde la clandestinidad
Lo que más llama la atención del informe es que, pese a la invisibilidad pública de la misión, el personal venezolano local hace más que cuidar el jardín: según el documento, han realizado remodelaciones no autorizadas y siguen operando desde dentro del complejo diplomático.
Esto ocurre en un contexto donde el gobierno de Maduro ha sido acusado de encarcelar a ciudadanos que presuntamente colaboran con Estados Unidos. El informe señala que muchas de las tareas de los empleados locales son sumamente delicadas y podrían exponerlos a represalias por parte del régimen.
Curiosamente, aunque la embajada no presta servicios consulares, sigue teniendo iniciativas como un canal de WhatsApp con contenidos que llegan a 144,000 usuarios al mes. Es un ejemplo de cómo, a pesar del cierre formal, EE. UU. sigue teniendo intereses y actividades presentes en Venezuela.
¿Fantasmas diplomáticos o estrategia inteligente?
Desde fuera, suena absurdo invertir esa cantidad de dinero en edificios sin diplomáticos. Pero desde una perspectiva diplomática, mantener lo que podría llamarse una “embajada fantasma” puede ser una jugada estratégica. Si las relaciones entre Washington y Caracas se restablecieran súbitamente, contar con personal entrenado y en el lugar permitiría una rápida transición al funcionamiento normal.
Además, no hay muchos países que tengan semejante acceso dentro de Venezuela, lo que convierte esta modesta misión en un canal privilegiado de información e influencia, aún en la sombra.
El debate: ¿previsión o despilfarro?
Los críticos lo ven claro: se trata de un gasto innecesario y opaco que vulnera los principios de rendición de cuentas del gobierno estadounidense. "Si estamos gastando millones de dólares solamente para cuidar algunos edificios vacíos sin saber cuándo volverán a usarse, es justo cuestionar la factura", dijo Ramsey al ser consultado.
Otros, por el contrario, argumentan que es mejor mantener una operación mínima en lugar de comenzar desde cero en un futuro incierto, en caso de cambio de régimen. Además, el informe también destacó aspectos positivos de la operación, como buenas prácticas en comunicación digital y el uso de tecnología remota para coordinar con el equipo en Colombia.
¿Y ahora qué?
El reporte incluye siete recomendaciones para corregir irregularidades en temas como uso de vehículos, software en la nube, gestión de propiedades y niveles de personal. Habrá que ver si, en medio de restricciones presupuestarias y el panorama electoral en EE. UU. que podría traer cambios en política exterior, se impulsan cambios estructurales o si esta embajada en la sombra continúa su operativa semisecreta.
Como parte del sistema diplomático, es probable que desde Washington prefieran tener una puerta trasera abierta en Caracas, por más cara que sea, a enfrentarse a un escenario donde tengan que iniciar desde cero su presencia e influencia en uno de los puntos geopolíticos más complejos de América Latina.
Porque, al final, incluso los fantasmas diplomáticos tienen su propósito.