Guerra, política y derechos humanos: las heridas abiertas del poder en Asia y África
Desde el conflicto sin fin en Siria hasta los ataques a colegios en Myanmar, y el frágil equilibrio político en Sudán del Sur, un análisis integral de tres crisis que desafían la estabilidad global
Mientras el mundo occidental debate elecciones y redes sociales, en otros rincones del planeta las bombas siguen cayendo, los juicios se celebran entre sombras y las negociaciones de paz son una ilusión lejana. Los recientes acontecimientos en Siria, Sudán del Sur y Myanmar evidencian que, para millones de personas, la violencia política no es una excepción, sino la norma. En esta nota de Análisis, exploramos las últimas novedades en estos tres conflictos como parte de una reflexión más amplia: ¿por qué parece tan difícil alcanzar una paz duradera?
Cooperación a la fuerza: Siria, Estados Unidos e ISIS
El reciente encuentro entre el jefe del Comando Central de Estados Unidos, el almirante Brad Cooper, y el presidente interino sirio Ahmad al-Sharaa ha reavivado el debate sobre el papel de Washington en Medio Oriente. A pesar de años de intervención militar y diplomática, la amenaza del Estado Islámico sigue latente.
Durante la reunión en Damasco, en la que también participó el embajador Thomas Barrack, se discutió la integración de grupos armados sirios a las fuerzas gubernamentales y la necesidad de eliminar la amenaza de ISIS en territorio sirio.
Pero esto plantea una pregunta clave: ¿Puede un gobierno responsable de múltiples abusos de derechos humanos convertirse de la noche a la mañana en un aliado para estabilizar la región?
Desde 2014 hasta 2019, la coalición liderada por Estados Unidos lideró el debilitamiento territorial de ISIS en Siria. Sin embargo, como lo mencionó el propio almirante Cooper en contextos previos, "la ideología extremista no se elimina con bombas, sino con alianzas sostenidas y desarrollo institucional".
El riesgo, como advierten expertos, es que las Fuerzas Democráticas Sirias, aliadas de EE. UU. pero enemigas del gobierno de Damasco, queden completamente marginadas si Washington formaliza una cooperación abierta con al-Sharaa.
La sombra de la justicia callada: Riek Machar en Sudán del Sur
Mientras tanto, en África oriental, otro escenario tenso se desarrolla: Riek Machar, ex vicepresidente de Sudán del Sur, ha sido acusado de traición, asesinato y varios delitos más. Sin embargo, hasta ahora, su proceso judicial carece de transparencia.
Según Amnistía Internacional, el juicio debe ser público para cumplir con los estándares mínimos de derechos humanos. Actualmente, Machar se encuentra bajo arresto domiciliario desde marzo, sin acceso a asesores legales ni observadores independientes.
Daniel Akech, analista del International Crisis Group, advirtió que "este caso parece más un pretexto político que un gesto de justicia". La suspensión de Machar efectivamente disuelve el gobierno de unidad formado tras el acuerdo de paz de 2018, reavivando el temor a una nueva guerra civil.
Este conflicto no es nuevo. Machar, un líder nuer, y Salva Kiir, presidente y líder dinka, han protagonizado una lucha de poder cargada de tensiones étnicas. La guerra civil entre 2013 y 2018 causó más de 400.000 muertes, según estimaciones de la ONU.
Tragedia aérea en Myanmar: las escuelas bombardeadas
En Myanmar, el horror llegó desde el cielo. El ejército lanzó un ataque aéreo contra dos escuelas secundarias privadas en el estado de Rakhine, controlado en parte por el Ejército Arakan, una milicia étnica armada. Al menos 18 personas murieron, la mayoría de ellas estudiantes adolescentes entre 17 y 18 años.
Khaing Thukha, portavoz del Ejército Arakan, denunció que dos bombas fueron lanzadas por un caza militar sobre las escuelas Pyinnyar Pan Khinn y A Myin Thit en el pueblo de Thayet Thapin. La cifra de muertos podría ser aún mayor, dado que el acceso a la zona está restringido y la conectividad casi nula.
El ataque se suma a una escalada que ha dejado más de 7.200 muertos desde el golpe de Estado de 2021, cuando los militares derrocaron al gobierno democráticamente electo de Aung San Suu Kyi.
A diferencia de los levantamientos iniciales, ahora una amplia gama de fuerzas opositoras coordina ataques armados a lo largo del país. El Ejército Arakan controla actualmente 14 de los 17 municipios del estado de Rakhine, incluido un cuartel regional clave.
Tres conflictos, un mismo patrón: violencia institucionalizada
¿Qué tienen en común los tres casos? Más allá de sus particularidades geopolíticas, culturales y lingüísticas, comparten una dinámica preocupante: la institucionalización de la violencia como método de gestión del poder.
- En Siria: una dictadura debilitada coopta grupos armados para reforzarse.
- En Sudán del Sur: el sistema judicial se convierte en una herramienta para eliminar rivales y bloquear acuerdos de paz.
- En Myanmar: la fuerza aérea actúa despiadadamente contra objetivos civiles en zonas escolares.
Las víctimas son, casi siempre, los civiles: estudiantes, campesinos, mujeres vulnerables, líderes comunitarios, niños.
¿Dónde queda la comunidad internacional?
A pesar de las condenas esporádicas y las resoluciones de organismos multilaterales, la presión efectiva sobre estos gobiernos es casi nula. En parte por los vetos geopolíticos en organismos como el Consejo de Seguridad de la ONU, y en parte por la falta de voluntad política de potencias intermedias.
En el caso de Siria, tanto Rusia como Irán continúan brindando apoyo al régimen. En Sudán del Sur, las potencias africanas han optado por adoptar una postura de no intervención activa, y en Myanmar, el papel de China ha sido ambiguo cuando no directamente cómplice al negar sanciones más severas.
Las intervenciones deberían centrarse en el acceso humanitario, el cese de ataques a civiles, y una reinversión seria en misiones de paz efectivas. Actualmente, estas comunidades han sido relegadas al limbo del olvido diplomático.
La juventud: entre sobrevivencia y resistencia
Uno de los elementos más tristes del trinomio Siria-Sudán del Sur-Myanmar, es la tragedia de la juventud. Las futuras generaciones nacen —y mueren— entre escombros, desplazamientos y escuelas destruidas.
En Rakhine, los jóvenes caen bajo bombas. En Nasir (Sudán del Sur), son reclutados como milicianos. En Siria, la mayoría de los adolescentes que crecieron bajo el ISIS hoy carecen de identidad legal, educación formal y posibilidades de empleo.
¿Cómo se reconstruye una nación con generaciones que no saben lo que es la paz? Esta es la verdadera pregunta que debería enfrentar el sistema internacional.
Mirada al futuro: ¿hay lugar para la esperanza?
La historia demuestra que incluso los conflictos más graves pueden encontrar una salida. Ruanda, Colombia o Cambodia son ejemplos de postguerras complejas con intentos (más o menos exitosos) de reconstrucción nacional. Sin embargo, el primer paso siempre fue el mismo: dar lugar a las víctimas, abrir canales de justicia verdadera y reducir la impunidad.
¿Están Siria, Sudán del Sur y Myanmar preparados para ese camino? Por el momento, parece que no. Pero mientras haya periodistas que informen, organizaciones que denuncien y comunidades que resistan, la posibilidad de cambio sigue viva.
La pregunta es: ¿cuánto más deberá morir, huir o callar la gente antes de que los líderes tomen conciencia?