La sombra de la sedación forzada y el extremismo juvenil: dos tragedias en EE.UU. que sacuden nuestra conciencia

Desde un tiroteo escolar inspirado en ideologías supremacistas hasta el uso de sedantes en personas en crisis, EE.UU. enfrenta complejas problemáticas que revelan grietas en sus sistemas de salud mental, justicia y redes sociales

La adolescencia radicalizada: el caso de Desmond Holly

En septiembre de 2025, el tranquilo suburbio de Evergreen, cerca de Denver, Colorado, fue sacudido por un tiroteo en la Evergreen High School que dejó a dos estudiantes en estado crítico. El atacante, Desmond Holly, de solo 16 años, terminó quitándose la vida luego del ataque. Sin embargo, el horror no terminó con su muerte; apenas comenzaba una investigación que revelaría una inquietante red de extremismo digital que alimentaba la mente del joven.

Holly era usuario activo desde diciembre del año anterior en el foro violento Watch People Die, un espacio en línea que glorificaba la violencia, compartía materiales de asesinatos y promovía ideas supremacistas blancas, antisemitas y neonazis. Según el Centro sobre el Extremismo de la Liga Antidifamación (ADL), Holly no solo se inspiró en atacantes anteriores —incluyendo los tiradores de Columbine, Madison y Nashville— sino que mimetizaba sus poses, ropa y posts antes de su ataque.

Hay una narrativa entre estos ataques; los atacantes se están referenciando mutuamente”, explicó Oren Segal, vicepresidente senior del centro de contra-extremismo e inteligencia de la ADL.

Las marcas del supremacismo en redes sociales

El historial de TikTok de Holly contenía símbolos neonazis, referencias a slogans blancos supremacistas y publicaciones que lo conectaban con comunidades obsesionadas con asesinos en masa. Incluso compartió publicaciones donde otros usuarios lo animaban a convertirse en un “héroe” —término que estas comunidades reservan para atacantes que logran su cometido.

Uno de los momentos más escalofriantes fue la publicación de una camiseta hecha por él mismo con la palabra “WRATH”, imitando a uno de los atacantes de Columbine. Además, Holly mostraba parches con simbología nazi, inspirados en los ataques de Christchurch (2019) y Búfalo (2022).

¿Qué está fallando en la prevención?

Casos como el de Holly no ocurren en el vacío. Forman parte de una preocupante tendencia de radicalización juvenil en internet. La disponibilidad de contenidos violentos, sumada a algoritmos incapaces de filtrar adecuadamente mensajes de odio, configura un entorno fértil para ideologías extremistas.

En respuesta, TikTok eliminó sus cuentas, pero esta medida llega tarde. “No basta con eliminar contenido tras el hecho,” advierte la ADL, “necesitamos acciones preventivas y mejor moderación algorítmica.”

El otro dilema: sedación forzada y brutalidad policial

Mientras el caso Holly muestra la influencia del odio en línea, otra serie de tragedias en Richmond, California, revela una problemática paralela: la peligrosa práctica de sedar forzadamente a personas en crisis durante operativos policiales. En 2020 y 2021, dos hombres —José Luis López e Iván Gutzalenko— murieron tras ser inmovilizados y sedados por paramédicos a pedido o en contexto de intervención policial.

José Luis López: muerte entre bastidores oscuros

En marzo de 2020, la policía acudió a la casa de López tras una llamada por presunta violencia doméstica. Sin embargo, su pareja luego declaró que él nunca la había agredido físicamente. Lo que siguió fue un operativo donde hasta 11 oficiales lo sometieron brutalmente con bastones, tasers y un dispositivo de inmovilización total, mientras un perro policía ladraba frente a su puerta.

Después de la inmovilización, los paramédicos decidieron inyectar midazolam (Versed), un fuerte sedante, sin evidencia clara de que fuera necesario desde el punto de vista médico. López murió dos días más tarde. Aunque el forense atribuyó la muerte a “toxicidad por cocaína” y “delirio excitado”, la familia denuncia negligencia, uso excesivo de la fuerza y manipulación del relato por parte de la policía.

Un patrón similar: el caso de Iván Gutzalenko

Un año después, el enfermero Iván Gutzalenko, de 47 años, vivió una situación trágicamente similar. En estado de crisis emocionar y mental, fue visto por testigos actuando erráticamente por la ciudad. Cuando llegó la policía, él mismo dijo que no podía respirar, un eco estremecedor de George Floyd. Fue sedado en el suelo y murió poco después.

En su caso, la lucha legal ha llegado más lejos: su familia ha demandado a los responsables en un juicio que interroga si los paramédicos actuaron realmente como profesionales médicos o como extensiones de la policía. El juez Edward Chen señaló que hay dudas serias sobre si realmente hubo justificación médica para la sedación en ese contexto.

“Excited delirium”: ciencia desmentida, prácticas persistentes

Uno de los elementos más cuestionables en estos casos es la elevada invocación del “excited delirium” —una condición médica que muchos expertos han descartado últimamente por su falta de base científica. De hecho, organizaciones como la Asociación Médica Estadounidense y la Asociación Psiquiátrica de EE.UU. ya no la reconocen como diagnóstico válido.

En 2021, el condado de Contra Costa decidió dejar de usar este término, reemplazándolo por “agitación severa”. Sin embargo, durante 2012-2021 se documentaron 94 muertes tras sedaciones forzadas en EE.UU., de las cuales 16 ocurrieron en California.

Una realidad que deshumaniza y silencia

El hilo conductor entre el extremismo de Holly y las muertes de López y Gutzalenko no es solo la tragedia, sino un fallo sistémico en reconocer señales, intervenir de forma adecuada y proteger vidas. En el caso de Holly, hubo múltiples oportunidades de detectar la radicalización en sus redes sociales. En los casos de Richmond, llama la atención que ni los forenses actuaron con el mismo rigor, ni las autoridades explicaron adecuadamente los hechos.

Petronila Fernandes, hermana de López, sigue exigiendo justicia: “Si no lucho por él, ¿quién lo hará?”. Su llamado resuena como denuncia potente hacia un sistema que, con diferentes caras, sistemáticamente desprotege a sus ciudadanos más vulnerables.

Por otro lado, Honey Gutzalenko, esposa de Iván, recuerda el contraste entre su vocación de enfermero crítico y su trágico final: “Quería servir a Dios, por eso fue enfermero. No merecía morir así.”

Una reflexión urgente

Estas historias revelan un denominador común muy oscuro: un entorno que permite la glorificación de la muerte, la violencia institucional y una desconexión brutal con la salud mental.

¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo prevenir la radicalización adolescente cuando los algoritmos refuerzan burbujas de odio? ¿Cómo frenar prácticas como la sedación involuntaria sin supervisión transparente? ¿Por qué los sistemas médicos y policiacos siguen usando terminología científica obsoleta para ocultar abusos estructurales?

Si bien cada caso tiene sus matices, una verdad queda indiscutible: necesitamos una reforma transversal que incluya justicia, salud mental, redes sociales y revisión institucional. Mientras tanto, las voces de Petronila y Honey seguirán retumbando, exigiendo respuestas y, sobre todo, recordándonos que detrás de cada cifra, hay una vida perdida que merecía algo mejor.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press