Nepal al borde del abismo: protestas, caos político y el inesperado protagonismo del ejército
Una revuelta popular encendida en redes sociales colapsó el gobierno de Nepal. Con el primer ministro fugitivo y el país en crisis, el ejército asumió un rol clave para restaurar el orden.
Un país en llamas: el estallido en Nepal
Lo que comenzó como una protesta contra una breve prohibición en redes sociales se transformó en un terremoto político que sacudió los cimientos del gobierno nepalí. Durante dos días, las calles de Katmandú, capital de Nepal, fueron escenario de una violencia sin precedentes. Manifestantes indignados incendiaron edificios gubernamentales claves como el Parlamento, la Corte Suprema y la casa presidencial.
La vorágine de violencia dejó 34 muertos y obligó al Primer Ministro Khadga Prasad Oli a dimitir y abandonar su residencia oficial, dejando un vacío de poder. Mientras tanto, los nepalíes se preguntaban: ¿quién gobierna ahora?
El ejército, inesperado actor político
Como sacado de una película distópica, la incertidumbre terminó momentáneamente cuando el jefe del ejército, General Ashok Raj Sigdel, apareció en un video grabado pidiendo la calma. En cuestión de horas, las fuerzas armadas patrullaban las calles de Katmandú, negociaban con los manifestantes y restablecían cierto orden. Este despliegue marcó la intervención militar más activa desde que Nepal se convirtió en república en 2008.
Lo sorprendente fue la reacción pública: la mayoría de los nepalíes celebraron el rol del ejército, alejándose de los miedos que suelen generar los militares cuando intervienen en crisis políticas en otras regiones del mundo.
¿Un déjà vu democrático?
El episodio trae a la memoria dos eventos históricos donde el ejército fue parte fundamental en devolver la paz:
- 1990: Las protestas pro-democracia.
- 2006: Las manifestaciones anti-monarquía que derivaron en la abolición de la monarquía parlamentaria.
En ambos casos, la participación del ejército estuvo más orientada a contener la violencia que a tomar el poder. Esa es la narrativa que se intenta mantener en esta ocasión, aunque la delgada línea entre mediación y control absoluto siempre está presente.
Un ejército popular… y pacificador
El ejército de Nepal no es cualquier fuerza armada. Goza de gran prestigio nacional e internacional. Ha participado activamente en misiones de paz de la ONU en África, Medio Oriente y Asia desde hace seis décadas y es actualmente el mayor contribuyente mundial a los cascos azules, según datos de las Naciones Unidas.
Internamente, es una de las instituciones más respetadas y menos politizadas, lo cual ha facilitado su aceptación como árbitro de estabilidad en momentos críticos.
La revuelta: catalizador de un descontento acumulado
La prohibición de redes sociales fue tan solo la chispa que encendió una mecha larga de frustraciones. Desempleo juvenil, corrupción gubernamental, falta de servicios básicos, y la percepción de una élite política desconectada alimentaron las protestas masivas.
“Fue una situación muy anormal en Nepal que el ejército logró controlar para prevenir más pérdidas de vidas y propiedades,”
- Geja Sharma Wagle, analista en seguridad y estrategia.
Ese sentimiento fue compartido por muchos ciudadanos comunes que vieron en los soldados un ancla de salvación ante el naufragio político.
Una transición incierta
Actualmente, el país se encuentra en negociaciones para designar un líder de transición. Sin embargo, la Constitución de 2015 no contempla la figura de un líder interino. Esto suma una capa más de complejidad a la crisis.
Se ha especulado con nombres provenientes del ejército, la sociedad civil e incluso ganadores del Premio Nobel, como ocurrió en Bangladesh en 2024 cuando Muhammad Yunus asumió temporalmente el mando tras una revuelta estudiantil.
¿Ejército en la política? Una línea delicada
La intervención militar despierta temores comprensibles sobre autoritarismo. El propio Wagle advirtió:
“El ejército no debe involucrarse directamente en política. Su rol debe ser el de apoyar al presidente e incluirse en diálogos con los grupos protestantes, sin caer en tentaciones de poder.”
Por ahora, los generales parecen conscientes del riesgo y insisten en que su papel es de facilitadores, no de gobernantes.
Un país polarizado: esperanza en medio del caos
Mientras las autoridades buscan consenso para retomar el rumbo institucional, la sociedad nepalí mira con ojos esperanzados el actuar del ejército. Ramesh Shrestha, un mecánico en Katmandú, lo resume así:
“Cuando la policía falló en controlar el caos, el ejército entró en el momento justo y salvó al país de caer en la anarquía.”
Por su parte, Kabita Yadav, una joven estudiante, expresó:
“Nuestro ejército es respetado a nivel internacional por sus misiones de paz, y ahora también lo es dentro de casa por traer de vuelta la tranquilidad.”
¿Hacia dónde se dirige Nepal ahora?
Con el primer ministro aún desaparecido, el proceso de escoger un nuevo liderazgo apenas comienza. La participación directa del ejército podría ser un síntoma de institucionalidad en crisis, pero también una oportunidad para forjar nuevos pactos sociales en Nepal.
La interrogante que queda es si esta será la última vez que el ejército sea llamado a restablecer el orden o si, en el futuro próximo, se convertirá en una figura política más dentro del tablero de poder en Nepal.
Por ahora, los nepalíes respiran con algo de tranquilidad… aunque con la incertidumbre latente de qué vendrá luego.