El auge del nacionalismo callejero en Londres: ¿una amenaza para la democracia?
La multitudinaria marcha de Tommy Robinson moviliza a más de 100,000 personas mientras crece la tensión social en Reino Unido
Una marea humana en el corazón de Londres
El pasado sábado, las calles de Londres fueron escenario de una de las manifestaciones más masivas del año. Más de 110,000 personas se congregaron en torno a la consigna “Unite the Kingdom”, una marcha organizada por el polémico activista de extrema derecha Tommy Robinson, cuyo verdadero nombre es Stephen Yaxley-Lennon.
Mientras tanto, a poca distancia y custodiados por más de 1,000 agentes policiales, unas 5,000 personas participaron en una contramarcha convocada por el grupo Stand Up To Racism bajo el lema “Marcha contra el fascismo”. Aunque la mayoría de las acciones fueron pacíficas, algunos incidentes aislados tensaron el ambiente y obligaron a la policía a intervenir para contener intentos de romper el cerco de seguridad entre ambos grupos.
Entre banderas y consignas: el relato de dos visiones del país
La marcha liderada por Robinson no fue solo una demostración de fuerza. Se convirtió en una plataforma para expresar un conjunto de reclamos nacionalistas y posturas antiinmigración que generan división en la sociedad británica.
Entre los mensajes más repetidos por los manifestantes podían leerse consignas como “Stop the boats” (Detengan los botes), “Send them home” (Devuélvanlos a casa) y un grito no menos inquietante: “Queremos nuestro país de vuelta”. La iconografía fue igualmente simbólica: decenas de banderas de San Jorge y union jacks marcaban un paisaje que oscilaba entre el orgullo nacional y un preocupante giro hacia el chauvinismo.
Por otro lado, los contramanifestantes también hicieron sentir su voz con pancartas que decían “Refugiados bienvenidos” y “Aplasten la ultraderecha”. Fue una confrontación no solo física, sino también ideológica, que dejó en evidencia el grado de polarización que atraviesa hoy el Reino Unido.
¿Quién es Tommy Robinson y por qué genera tanto apoyo y controversia?
Tommy Robinson es una figura que ha cosechado tantos adeptos como detractores. Fundador de la English Defence League, un grupo nacionalista y abiertamente antimusulmán, ha sido condenado en varias ocasiones por cargos que incluyen asalto, fraude hipotecario y desacato al tribunal.
En octubre del año pasado, debió cancelar una marcha similar debido a que fue encarcelado por violar una orden judicial de 2021 que le prohibía repetir afirmaciones difamatorias contra un refugiado sirio. A pesar de su historial, conserva un seguimiento importante, especialmente entre sectores empobrecidos que ven en su discurso una explicación (equivocada o no) al deterioro económico y social que padecen.
Contexto: la crisis migratoria como combustible del descontento
Los últimos años han traído consigo un aumento considerable en la llegada de personas migrantes a través del Canal de la Mancha. Solo en 2023, unas 47,000 personas realizaron el cruce en pequeñas embarcaciones, según datos del Ministerio del Interior británico (Home Office).
Los medios y grupos de derecha influyen notoriamente en el debate, vinculando esta situación con casos aislados de criminalidad y promoviendo la idea de que los recién llegados tienen más derechos que los ciudadanos británicos. Estas narrativas de agravio social —alimentadas por mentiras y medias verdades— han sido fundamentales en el éxito de movimientos como el liderado por Robinson.
Incluso el gobierno ha sido criticado por su postura ambigua. En 2023, la entonces ministra del Interior, Suella Braverman, describió la crisis migratoria como una “invasión”. Este tipo de lenguaje, lejos de apagar la furia, parece avivarla.
Una marcha en clave de libertad de expresión… o de xenofobia oculta
Robinson y sus seguidores insisten en que sus movilizaciones son una defensa de la libertad de expresión y los valores tradicionales británicos. El propio activista dijo durante la marcha que los migrantes “tienen más derechos en los tribunales que la ciudadanía británica, la que realmente construyó esta nación”.
Sin embargo, muchas organizaciones de derechos humanos ven estas acciones como un intento camuflado de normalizar un discurso xenófobo y de odio bajo el disfraz de defensa cultural. La diferencia no es trivial. Como advierte la socióloga británica Ruth Wodak: “El lenguaje construye realidades. Cuando normalizamos discursos racistas, inevitablemente alteramos los comportamientos sociales y políticos”.
Lo que deja la protesta: una fractura nacional visible
Aunque los más de 100,000 manifestantes de Robinson llamaron la atención, la protesta no rompió récords. En noviembre de 2023, una marcha en apoyo a Palestina reunió a unas 300,000 personas en la capital británica. No obstante, el simbolismo de esta última movilización es potente: un creciente sector de la población parece estar sediento de identidad, de pertenencia y de respuestas ante su precarización.
Esto se expresa, entre otras cosas, en la proliferación de símbolos patrios en pueblos y eventos, lo que unos ven como legítimo orgullo nacional y otros como señales de un preocupante viraje hacia el nacionalismo excluyente.
Los ecos del Brexit aún resuenan
Mucho de este conflicto sociopolítico es herencia directa del Brexit. El referéndum de 2016 no solo sacó a Reino Unido de la Unión Europea, también dejó al país dividido en lo político, lo económico y lo cultural. La margen de victoria del 52% a favor de salir de la UE abrió una caja de Pandora que sigue impactando en la forma en que los británicos entienden su pasado, su presente y su futuro.
Según un informe del Observatorio de Migración de la Universidad de Oxford, un 60% de los votantes del Brexit apoyaron en las encuestas recientes restricciones más duras a la migración, incluso cuando reconocen que la economía británica depende de mano de obra migrante en sectores clave como la salud, el transporte y la agricultura.
¿Hacia dónde camina Reino Unido?
La sociedad británica está en una encrucijada. El auge de figuras como Tommy Robinson es un síntoma, no la causa, de un malestar más profundo. Desigualdad, miedo al cambio, fragilidad económica y un sistema político empantanado han dejado espacio abierto a los extremos ideológicos.
Como bien lo explicó el columnista Mick Wright en The Guardian: “El verdadero reto no es Tommy Robinson, sino cómo ha podido articular un discurso donde millones sienten pertenecer. Ignorar ese fenómeno es pavimentar el camino hacia un Reino Unido irreconocible”.
¿Es esto solo Reino Unido?
Lo que ocurre en Londres no es un caso aislado. En Europa, los partidos de extrema derecha avanzan a pasos acelerados. En Francia, Marine Le Pen reforzó su base política en las últimas elecciones. En Italia, Giorgia Meloni fue elegida primera ministra en 2022 representando a un partido de raíces post-fascistas.
Reino Unido, que solía ser visto como un bastión del centrismo liberal, parece estar dejando atrás esa imagen. La pregunta que se retorna urgente es: ¿cuál es el costo de seguir normalizando discursos extremistas?
Un momento para redibujar el contrato social
Las democracias no se blindan solo con leyes, sino con ciudadanos comprometidos con el respeto a los otros. A cada marcha de odio debería corresponder una marcha de justicia. No para confrontar físicamente, sino para ofrecer un relato alternativo al de la exclusión.
En ese sentido, el acto más radical hoy podría ser la empatía. No solo hacia quienes huyen de guerras y llegan en botes inflables, sino también hacia quienes se sienten abandonados en barrios de clase trabajadora y buscan culpables en quienes nada tienen.
Las calles de Londres hablaron el sábado. Lo que digan las urnas en las próximas elecciones, y más aún, lo que se enseñe en las escuelas, medios de comunicación y conversaciones cotidianas, determinará si esta fractura se amplía o comienza a cerrarse.