El difícil equilibrio de Trump en Medio Oriente: ¿apoya a Israel o mantiene los puentes con Qatar y Gaza?
La reciente ofensiva israelí en Doha complica los esfuerzos de cese al fuego y pone a prueba la política exterior de EE.UU. en la región
Una ofensiva inesperada en suelo aliado
La política exterior de Estados Unidos en Medio Oriente enfrenta una de sus pruebas más delicadas tras un controversial ataque de Israel en la capital de Qatar, Doha, dirigido a líderes del grupo Hamas. Esta operación, que ha provocado la condena de múltiples naciones y ha alterado la dinámica geopolítica de la región, obligó a la administración de Donald Trump a intervenir para calmar tensiones entre dos de sus principales aliados: Israel y Qatar.
El secretario de Estado, Marco Rubio, se trasladó a Jerusalén para intermediar y entender los planes futuros del gobierno israelí. Aunque Rubio ha reiterado que el apoyo de EE.UU. a Israel sigue firme, también dejó claro que ni él ni el presidente están satisfechos con la medida adoptada unilateralmente por las fuerzas israelíes. “Obviamente no estamos felices por esto. El presidente no está feliz”, afirmó Rubio antes de su viaje.
¿Por qué atacó Israel en Doha?
La operación israelí buscaba acabar con altos mandos de Hamas refugiados en Qatar, un país que ha servido de sede para distintas negociaciones diplomáticas entre las partes enfrentadas en el conflicto de Gaza. Los líderes del grupo militante se encontraban en Doha analizando una propuesta de cese al fuego promovida por Washington y respaldada por otras potencias regionales.
La acción militar israelí fue vista como una violación a la confianza regional, no solo perturbando las negociaciones, sino debilitando la posición de Qatar como mediador. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y la propia Qatar condenaron la ofensiva, complicando los intentos de Trump por renovar un amplio acuerdo de paz en Medio Oriente como legado de su mandato.
La posición de la Casa Blanca: entre la condena y el respaldo
Donald Trump se ha distanciado enfáticamente del ataque, declarando que “no ayuda a avanzar ni los objetivos de Israel ni los de América”. No obstante, se abstuvo de romper los lazos con Tel Aviv, lo que demuestra el complicado equilibrio diplomático que enfrenta la Casa Blanca. Posteriormente, Estados Unidos se unió a una declaración del Consejo de Seguridad de la ONU que condenó el ataque sin mencionar explícitamente a Israel, otra señal de ese delicado balance.
”Trump quiere que Hamas sea derrotado, quiere que la guerra termine y que regresen los 48 rehenes, incluso los que han fallecido. Y quiere que todo eso suceda al mismo tiempo”, explicó Rubio en rueda de prensa. La presión para obtener resultados inmediatos está chocando con las realidades complejas del terreno.
Una diplomacia a contrarreloj
Rubio y el vicepresidente JD Vance se reunieron en Washington con el primer ministro qatarí Sheikh Mohammed bin Abdulrahman Al Thani, y más tarde Trump y su enviado especial, Steve Witkoff, cenaron con el jeque en Nueva York durante la conmemoración del 11 de septiembre. Estos encuentros buscan reparar el daño diplomático causado y asegurar que Qatar continúe intentando mediar entre Israel y Hamas.
A pesar del despliegue diplomático, la capacidad de Trump para asegurar un alto al fuego antes de la sesión de la Asamblea General de la ONU parece cada vez más improbable. Las conversaciones que involucraban la liberación de rehenes y el fin de la violencia se han visto afectadas profundamente, y es incierto si pueden retomarse en el corto plazo sin una clara mediación alternativa.
Jerusalén como símbolo, fricción y protagonismo
Durante su estancia en Israel, Marco Rubio también planea visitar la Ciudad de David, un sitio arqueológico ubicado en el barrio palestino de Silwan, en Jerusalén Oriental. Este lugar, venerado por contener restos de una Jerusalén de hace 3,000 años, ha sido objeto de controversia dado que su desarrollo ha sido promovido por organizaciones israelíes con agendas nacionalistas, en detrimento —según críticos— de los residentes palestinos.
Jerusalén Oriental fue capturada por Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967 y posteriormente anexada. Mientras Israel la considera parte indivisible de su capital, los palestinos la reclaman como la futura capital de su propio Estado soberano, junto con Cisjordania y la Franja de Gaza. Esta disputa se encuentra en el corazón mismo del prolongado conflicto israelí-palestino.
La sombra de la Asamblea General de la ONU
La estrategia de Rubio también busca blindar diplomáticamente a Israel antes de una Asamblea General de las Naciones Unidas que promete debates candentes, sobre todo respecto a la posible creación de un Estado palestino. La comunidad internacional ha comenzado a voltear hacia Israel con creciente escepticismo, y la ofensiva en Doha ha aportado más dinamita a esa percepción.
Sectores progresistas en Europa han comenzado a exigir sanciones, mientras que países en desarrollo simpatizantes de la causa palestina han intensificado su retórica. El reciente incidente podría polarizar aún más los posicionamientos diplomáticos en Nueva York, rompiendo con años de esfuerzos bilaterales hacia posturas más moderadas.
Una doble crisis para Trump: migración y Medio Oriente
Mientras la administración se desenvuelve en la cuerda floja diplomática de Medio Oriente, enfrenta además una crisis doméstica por su intento de deportar migrantes guatemaltecos menores de edad que llegaron solos a Estados Unidos. Aunque este asunto parece desconectado de Gaza y Qatar, ambos ilustran las tensiones éticas e internacionales con las que lidia Washington.
Una jueza federal ha ordenado a la administración mantener la prohibición temporal contra estas deportaciones, alegando que el gobierno intentó actuar bajo falsas premisas y con procedimientos legales dudosos. La decisión, junto a las críticas contra el ataque israelí en Doha, dibujan un panorama donde la Casa Blanca se ve forzada a justificar políticas tanto en el ámbito internacional como interno.
Qatar: mediador resiliente
A pesar del ataque israelí, Qatar ha declarado que seguirá intentando mediar entre Israel y Hamas. El país ha emergido como un actor diplomático relevante en la región, no sólo por su riqueza energética, sino por su habilidad para hablar con todos los bandos. Su red de relaciones con grupos islamistas y potencias occidentales le ha dado una posición única.
Sin embargo, la paciencia del emirato tiene límites. Si no hay garantías creíbles de que este tipo de operaciones no se repitan, Doha podría revaluar su rol en el proceso de paz. Esto sería un golpe para EE.UU., que perdería a uno de los pocos puentes disponibles para negociar con Hamas sin comprometerse directamente.
El legado de Trump en juego
Todo esto se produce en medio de los intentos de Trump por consolidar su huella en Medio Oriente después de haber impulsado los polémicos Acuerdos de Abraham, que normalizaron relaciones entre Israel y varios países árabes. La actual crisis pone en tela de juicio si ese impulso puede sobrevivir a los nuevos vientos de enfrentamiento.
Sin una solución negociada en Gaza —y con Israel y Qatar en puntos opuestos— el anhelado legado diplomático de Trump podría quedar reducido a una historia de buenas intenciones frustradas por los hechos sobre el terreno.
En definitiva, Washington no solo intenta apagar incendios: trata de sostener los pilares de una estrategia global cada vez más compleja, donde apoyar a uno puede significar perder la confianza del otro.