Serbia en Llamas: La Ola de Protestas que Desafía el Régimen de Vucic
Estudiantes, represión y desgaste democrático en el corazón de los Balcanes
¿Cómo comenzó todo?
El pasado 1 de noviembre de 2024, la caída de una marquesina en la estación ferroviaria de Novi Sad dejó al menos 16 muertos. Lo que aparentaba ser una tragedia atribuida a un fallo estructural, rápidamente se convirtió en una chispa de indignación nacional. El proyecto de renovación implicado estaba financiado por empresas chinas asociadas al gobierno, y no tardaron en surgir denuncias de corrupción y negligencia estatal.
Frente al dolor y la frustración, universitarios comenzaron a protestar con movilizaciones semanales: bloqueaban el tráfico 15 minutos cada viernes en memoria de las víctimas. Pero lo que era un pequeño gesto de duelo se transformó en una protesta masiva que ahora desafía directamente al régimen del presidente Aleksandar Vucic.
Un pasado que sigue presente: el perfil político de Vucic
Vucic no es un personaje nuevo en la política serbia. Se forjó en la década de los 90 como nacionalista radical y Ministro de Información bajo el mando de Slobodan Milosevic, uno de los líderes más autoritarios del pasado reciente en Europa. Durante esa época, fue conocido por reprimir a los medios y promover una retórica guerrista contra los países vecinos.
Tras la caída de Milosevic en el año 2000, se reinventó como proeuropeo y cofundó el Partido Progresista Serbio. Prometió modernización y adhesión a la Unión Europea. Sin embargo, terminó centralizando el poder, controlando los medios y desmantelando paulatinamente los contrapesos institucionales, generando una democracia cada vez más frágil.
Una fuente de hartazgo: más allá de una tragedia
La caída de la marquesina solo fue el detonante. En el fondo, los serbios llevan años acumulando frustraciones: suba del costo de vida, desempleo juvenil, corrupción endémica y un sentimiento de impunidad entre las élites cercanas al gobierno.
Los estudiantes fueron los primeros en mostrar su descontento. Muy pronto, miles de ciudadanos se unieron. Las protestas se extendieron a docenas de ciudades y pueblos más allá de Belgrado, marcando una diferencia con movimientos anteriores que terminaban diluyéndose en la capital.
Del pacifismo a la violencia
Inicialmente, las manifestaciones fueron pacíficas: marchas, sentadas, y ocupaciones simbólicas. Pero la respuesta del gobierno fue rápida y violenta. Se desplegaron antidisturbios e incluso grupos parapoliciales integrados por ultras futboleros cercanos al partido de gobierno.
Los informes abundan: golpizas, detenciones arbitrarias, gases lacrimógenos, granadas aturdidoras e incluso uso de armas sónicas. Escenarios propios de una dictadura, no de un país candidato a la Unión Europea desde 2012.
Militarización de la capital
El pasado 12 de septiembre, tanques circularon por las calles de Belgrado en preparación para un desfile militar previsto para el 20 del mismo mes. Para muchos, esa demostración no fue una señal de celebración, sino un recordatorio del poderío del régimen y un mensaje intimidatorio.
Los protestantes temen que, si estalla una nueva ola de disturbios, el gobierno aproveche para mantener al ejército desplegado en las calles bajo pretextos de “orden público”.
La resistencia estudiantil más fuerte en décadas
El gobierno de Vucic destituyó a más de 100 docentes universitarios por apoyar las protestas. Aunque algunas facultades han reabierto con personal leal al régimen, otras continúan cerradas, símbolo del conflicto abierto entre la élite política y la intelectualidad joven del país.
Según organizaciones de derechos humanos, esta es la ola de protesta más significativa en Serbia en casi 25 años.
¿Terroristas o ciudadanos críticos?
En una estrategia ya conocida en regímenes autoritarios, Vucic acusa a los manifestantes de estar manipulados por potencias occidentales que quieren derrocarlo. Los ha llamado “terroristas”, sin ofrecer pruebas. Al mismo tiempo, invita a dialogar bajo condiciones que los estudiantes consideran inaceptables —una de ellas es continuar en el poder sin convocar a elecciones anticipadas.
Los manifestantes exigen elecciones libres, reformas judiciales, libertad de prensa y responsabilidad institucional por las muertes y la represión.
Europa, ¿cómplice por omisión?
La reacción de la Unión Europea ha sido tibia, por no decir nula. Aunque Bruselas ha recordado que Serbia debe avanzar en libertades básicas para continuar el proceso de adhesión al bloque, no ha tomado acciones concretas —ni sanciones ni suspensión de fondos ni delegaciones de observación.
Algunos analistas consideran que la UE ve a Vucic como un mal necesario para garantizar la estabilidad de los Balcanes, región marcada por conflictos armados en los años 90 que dejaron más de 100.000 muertos y millones de desplazados.
Esto ha sido duramente criticado por miembros del Parlamento Europeo como Viola von Cramon (Grecia Verde) y Michael Gahler (PPE), quienes reclaman una postura más firme hacia el autoritarismo en Serbia.
¿Puente entre Oriente y Occidente o caballo de Troya?
En medio del caos interno, Vucic continúa mostrando una diplomacia “equilibrada”. Ha reafirmado relaciones con China, Rusia, Corea del Norte e Irán en una cumbre reciente realizada en septiembre. Mientras tanto, visitó por primera vez Kiev y no ha obstruido exportaciones de armas hacia Ucrania, pese a no unirse a las sanciones contra Rusia.
Serbia parece jugar una doble partida: presentarse como un aliado militar de Moscú, pero mantener negocios con Occidente y promesas de adhesión a la UE. La pregunta es si esa dualidad podrá sostenerse por mucho más tiempo.
Un momento clave para Serbia
Las actuales protestas representan mucho más que una reacción a un accidente ferroviario. Son el síntoma visible de una sociedad que no acepta más el autoritarismo encubierto, la manipulación mediática ni la corrupción endémica.
Con Vucic cada vez más arrinconado, pero también más dispuesto a reprimir sin miramientos, Serbia está entrando en una zona de crisis profunda. Podría haber consecuencias duraderas si la comunidad internacional sigue mirando hacia otro lado.
Para los jóvenes serbios, especialmente los estudiantes, esta generación puede convertirse en la que, al igual que en el 2000, derribó un sistema corrupto y autoritario. Pero a diferencia de entonces, ahora cuentan con redes sociales, cobertura internacional y una ciudadanía menos dispuesta a regresar al pasado.
El mundo debe mirar hacia Serbia. El futuro democrático de los Balcanes puede depender de lo que ocurra en las próximas semanas.