EE. UU. bajo fuego: el nuevo y peligroso auge de la violencia política

Entre conspiraciones, discursos incendiarios y temor mutuo, el asesinato de Charlie Kirk expone cuán frágil es la democracia estadounidense

Una nación dividida entre pólvora y retórica

El asesinato de Charlie Kirk, reconocido activista conservador y figura central del movimiento juvenil de derecha en Estados Unidos, ha desatado una tormenta política y mediática que resalta un patrón cada vez más preocupante: la normalización de la violencia como herramienta política.

Desde que una bala terminó con la vida del joven líder de Turning Point USA, el país no solo ha vivido en alerta, sino que se ha visto atrapado en una peligrosa carrera por adjudicar culpas. La respuesta inmediata de varios líderes fue culpar a sus enemigos ideológicos. El expresidente Donald Trump, sin esperar confirmación alguna, señaló a la “izquierda radical”. Esta reacción refleja un fenómeno que se repite cada vez con más frecuencia: la necesidad urgente de encontrar culpables dentro del espectro político contrario, aun antes de obtener pruebas reales.

El perfil del atacante: nihilismo, no ideología

El responsable del homicidio, Tyler Robinson, de 22 años, fue arrestado días después. Según documentos judiciales, aunque no estaba afiliado a ningún partido político, había mostrado últimamente más interés en temas políticos y resentimiento hacia figuras como Kirk. Sus municiones llevaban frases como “¡Atrápala, fascista!”, junto con referencias de memes y videojuegos violentos, lo que demuestra cómo el nihilismo digital ha penetrado la mente de algunos jóvenes.

La FBI incluso ha creado una nueva categoría, llamada Extremismo Violento Nihilista, para clasificar estos actos sin afiliación política formal, impulsados más por una búsqueda caótica de protagonismo violento que por una causa ideológica concreta.

Una espiral de odio que se retroalimenta

Robert Pape, director del Chicago Project on Security and Threats, advierte que estamos presenciando una espiral de violencia. El debate político de alto voltaje genera condiciones propicias para que personas mentalmente inestables cometan actos atroces. Según cifras del propio proyecto, al menos 40% de los autores de violencia política tienen antecedentes de enfermedad mental.

Bruce Hoffman, experto en terrorismo de Georgetown University, subraya que ahora es posible observar una ensalada ideológica, donde quienes atacan toman ideas sueltas del espectro político, muchas veces sin comprenderlas del todo, lo que desdibuja los patrones tradicionales del extremismo.

Políticos en la mira... y en la trinchera

El panorama no es alentador: agresiones físicas, amenazas en redes sociales y una opinión pública cada vez más polarizada. Casos como el de Gabby Giffords (disparada en un evento público en 2011), Steve Scalise (herido en 2017 durante una práctica de béisbol del Congreso), o el propio intento contra Donald Trump en 2024, demuestran que la violencia política ha dejado de ser infrecuente.

El gobernador de Pennsylvania, Josh Shapiro, confesó recientemente su dolor tras sobrevivir junto con su familia a un intento de incendio intencional en su residencia oficial. Su testimonio revela el costo emocional que pagan muchos servidores públicos: “El desafío emocional más difícil es saber que mi carrera puso en peligro la vida de mis hijos”, declaró.

Cuando la política se convierte en guerra de trincheras

No es solo la violencia en sí misma lo que preocupa, sino la retórica que la nutre. Después del asesinato de Kirk, algunos líderes conservadores como Steve Bannon y Alex Jones hablaron abiertamente de “guerra”. Incluso figuras empresariales como Elon Musk publicaron en X afirmaciones del tipo: “La izquierda es el partido del asesinato. Si no nos dejan en paz, la elección es luchar o morir”.

Frente a esto, gobernadores como Wes Moore (Maryland), quien fuera capitán del ejército en Irak, enfatizan: “No estamos en guerra entre nosotros. Sé lo que es la guerra, y esto no lo es. Usar la violencia como argumento político es la muestra suprema de debilidad”.

El peligroso juego del lenguaje

Aunque ambos partidos han sido víctimas y actores de un lenguaje cargado y peligroso, sigue siendo difícil encontrar una narrativa que reconcilie. Trump, en una comparecencia desde la Casa Blanca, se limitó a mencionar agresiones contra conservadores y culpó exclusivamente a “la izquierda radical”, a pesar de que estadísticas del Anti-Defamation League indican que entre 2022 y 2024, 61 asesinatos políticos fueron cometidos por extremistas de derecha.

Casos como el del atacante de la familia Pelosi o de aquel que intentó entrar armado a la casa del juez Brett Kavanaugh muestran que también la izquierda radical ha cruzado líneas. Pero los expertos coinciden: la diferencia es que los extremistas de izquierda suelen atacar propiedades o símbolos, mientras los de derecha tienen más vínculos con grupos organizados, como milicias armadas, y atacan personas directamente.

Tiempo de templar la política, no de avivarla

¿Puede una democracia sobrevivir si la sociedad comienza a convencerse de que sus rivales políticos son enemigos a destruir? La experiencia histórica responde con cierta crudeza. En la Venezuela de los años 2000, la constante demonización del “otro” llevó a una división civil prácticamente irreconciliable. En Guatemala, en los 80, el desprecio mutuo y el discurso de confrontación se tradujeron en conflictos armados internos.

Anglicismos como “us versus them” se han instalado en el lenguaje político estadounidense, ampliando la fractura. Y la opinión pública empieza a naturalizar lo impensable: que la violencia política es parte del paisaje democrático.

La forma en que se responde define el rumbo

En una entrevista reciente, el gobernador Shapiro fue claro: “Ningún partido tiene las manos limpias y ninguno es inmune”. Su llamado a una “responsabilidad compartida” contrasta con la actitud más confrontativa de Trump o comentaristas como Jesse Waters, quien declaró que “ellos están en guerra con nosotros”.

El problema es que estas palabras pesan. Según un informe del Southern Poverty Law Center, el número de grupos de odio en EE. UU. creció un 21% entre 2022 y 2024, justo en coincidencia con un aumento en la retórica agresiva dentro del discurso político.

Elecciones bajo amenaza: ¿participar o esconderse?

Con la temporada electoral en plena efervescencia, muchos candidatos analizan cancelar actos públicos o limitar el acceso con niveles de seguridad más elevados. En Nueva Jersey, la candidata demócrata Mikie Sherrill realizó un evento con una presencia policial notable. En Illinois, hasta los eventos de Ben Shapiro fueron cancelados como muestra de solidaridad con Charlie Kirk.

Pero también hay quienes desafían la tensión. Maira Barbosa, una ciudadana de 35 años que asistió con su hijo pequeño a uno de estos actos, lo resumió así: “Si no participamos, ¿quién nos va a representar?”. Su declaración es tanto una valentía como una advertencia: la democracia necesita ciudadanía activa, pero también una ciudadanía protegida.

¿Cómo bajamos la temperatura?

La democracia estadounidense se encuentra en un punto crítico. Gobernadores como Shapiro y Moore llaman a la moderación y a una retórica más serena. Pero los incentivos mediáticos, electorales y partidistas no parecen ir en esa dirección.

Expertos como Pape sostienen que “cuando el público justifica la violencia en nombre de causas políticas, más personas inestables se sienten validadas para actuar”. Es, en última instancia, un ciclo de legitimación.

Más que una guerra civil, lo que vive Estados Unidos es una guerra del discurso que cada vez tiene consecuencias más físicas. Si los líderes no asumen la urgencia de templar su lenguaje y proteger la legitimidad de las diferencias políticas, no será descabellado imaginar un futuro donde la violencia sea, tristemente, parte del proceso electoral.

Una democracia no muere de un día para otro. Se erosiona, palabra a palabra, bala a bala.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press