Qatar ante el abismo: ¿Será el punto de inflexión del mundo árabe frente a Israel?

Mientras Doha intenta mediar una tregua en Gaza, el ataque israelí en su territorio reaviva tensiones históricas y podría redibujar el futuro geopolítico del Medio Oriente

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Un ataque que desafía la diplomacia

En medio de una guerra persistente y cada vez más letal, Qatar ha vuelto al centro del tablero geopolítico. La pequeña pero influyente nación del Golfo ha convocado una cumbre de emergencia tras un ataque israelí dirigido contra líderes de Hamas en Doha, una acción considerada por muchos como una línea roja traspasada. Este evento, ocurrido mientras el propio Qatar actúa como mediador entre Israel y Hamas para conseguir un alto el fuego sostenible, podría alterar profundamente el equilibrio de poder en la región.

Lo ocurrido no solo pone en jaque la posición regional de Qatar, también desata un singular momento diplomático en el mundo árabe e islámico. Con 64,000 palestinos muertos en Gaza desde el 7 de octubre de 2023 —cifra proporcionada por diversas entidades humanitarias—, la región arde en ira colectiva frente a lo que múltiples gobiernos consideran crímenes de guerra. En este contexto, el propio primer ministro y canciller qatarí, Sheikh Mohammed bin Abdulrahman Al Thani, lanzó una declaración tajante: “Es hora de que la comunidad internacional deje de aplicar dobles estándares y castigue a Israel por todos los crímenes que ha cometido”.

El rol central de Qatar y su paradoja

Qatar lleva años caminando en la fina línea entre protagonismo diplomático y neutralidad estratégica. Su papel como mediador en conflictos regionales le ha conferido reconocimiento global, pero también le sitúa en el foco de múltiples presiones. Actuar como canal de comunicación entre Hamas e Israel es una tarea espinosa, especialmente cuando uno de los bandos lanza ataques directamente sobre su territorio.

Para muchos expertos, la cumbre organizada en Doha es un intento de preservar su relevancia y fraguar una respuesta unificada del mundo árabe-islámico frente a las acciones de Israel. Pero las divisiones internas del bloque —donde países como Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Marruecos o Egipto mantienen relaciones diplomáticas con Israel— dificultan un frente común.

¿Qué puede lograr realmente la cumbre?

El Soufan Center, un think tank con sede en Nueva York, describió la reunión como un “logro notable dada su escala y la urgencia compartida en la región” por reunir a tantas voces divergentes en menos de una semana. Sin embargo, plantean una pregunta clave: ¿será este encuentro capaz de provocar medidas concretas y duraderas contra Israel?

Entre las posibles salidas que podrían emerger de la cumbre están:

  • La degradación diplomática de relaciones con Israel por parte de algunos países árabes.
  • Acciones económicas destinadas a restringir el comercio o sancionar productos israelíes.
  • Cierre del espacio aéreo para vuelos comerciales o militares procedentes del Estado israelí.

No obstante, esto requeriría una cohesión regional que ha demostrado ser frágil a lo largo de las últimas décadas. En especial desde los Acuerdos de Abraham firmados en 2020 bajo el auspicio de Estados Unidos, que normalizaron relaciones entre Israel y varias naciones árabes, debilitando el tradicional apoyo unificado en favor del pueblo palestino.

Una región alarmada y polarizada

La intensificación del conflicto no solo ha devastado Gaza. Israel ha llevado a cabo ataques en territorios como Irán, Líbano, Siria, Yemen, los propios Territorios Palestinos y ahora Qatar. Tal cadena ofensiva ha reavivado el furor entre las naciones del llamado Eje de Resistencia, compuesto por Irán, Hezbollah y otros actores alineados contra Israel y sus aliados occidentales, especialmente Estados Unidos.

Las declaraciones de Teherán, Damasco y Sanaa tras el bombardeo en Doha han coincidido en un punto: “la guerra ya no es local, es regional”. La constante expansión del conflicto también amenaza los intereses estratégicos de Occidente en la región, particularmente el paraguas de seguridad estadounidense en el Golfo.

Un escudo estadounidense cada vez más cuestionado

La política de seguridad del Golfo se ha basado durante décadas en la presencia militar de Estados Unidos, con bases significativas en Bahréin, Kuwait, Catar, y Arabia Saudita. Sin embargo, el reciente patrón de ataques sin respuesta visible por parte norteamericana ha sembrado dudas en líderes locales sobre la fiabilidad de Washington como escudo protector.

Qatar, por ejemplo, alberga la base aérea de Al Udeid, una de las mayores instalaciones militares estadounidenses fuera de su territorio. Sin embargo, el ataque israelí a Doha marca un precedente difícil de ignorar. Si Israel puede operar impunemente sobre suelo qatarí sin represalias diplomáticas claras por parte de Estados Unidos, ¿qué garantías existen para el resto de los países de la región?

Más allá de los gestos: ¿una ruptura simbólica o cambio de paradigma?

Aunque podría parecer un ejercicio de catarsis regional, el verdadero impacto del encuentro en Doha dependerá de sus resultados tangibles. Una condena pública sin consecuencia perdería rápidamente su valor. Pero acciones más firmes, como boicots energéticos, sanciones simbólicas o presión multilateral, podrían empujar el conflicto a un nuevo estadio de gravedad —y, paradójicamente, representar la única vía para reiniciar negociaciones reales.

Para Qatar, en particular, este evento puede marcar el fin de su rol como mediador “neutral” si no logra contener la escalada o consolidar resultados concretos. Con una reputación internacional labrada a base de sutileza diplomática y una capacidad de influencia que excede su tamaño geográfico, Doha juega ahora una partida de alto riesgo donde lo que está en juego es su capital político.

Las grietas internas del bloque árabe

Detrás de las apariencias de unidad, los intereses divergentes entre países como Arabia Saudita, EAU, Egipto o Marruecos dificultan la posibilidad de una política común frente a Israel. Algunos de estos Estados han firmado acuerdos bilaterales bajo la lógica de “paz por desarrollo económico” con beneficios estructurales que no quieren comprometer.

No obstante, crece también la presión interna. La opinión pública árabe en varias de estas naciones se muestra cada vez más crítica respecto a las relaciones con Israel tras la masacre documentada en Gaza. Movimientos pro-palestinos en redes sociales y protestas en el mundo islámico aumentan la presión sobre líderes autocráticos para tomar una postura más firme.

Una oportunidad histórica o un espejismo temporal

Esta cumbre podría pasar a la historia como un punto de inflexión si logra activar una nueva dinámica de solidaridad panárabe —una que no se veía con fuerza desde la cumbre de Jartum de 1967, donde se acordó la política de los “tres no” frente a Israel: no paz, no reconocimiento, no negociaciones. Pero también podría convertirse en una más de las muchas reuniones multilaterales cuya declaración final se diluye con el tiempo.

En la partida geoestratégica del Medio Oriente, donde la sangre y la diplomacia se entrelazan cruelmente, Qatar tiene ahora dos alternativas: consolidarse como actor crucial de la paz regional o quedar atrapado en un juego de potencias donde las reglas cambian sin aviso.

El eco internacional

Finalmente, lo que suceda en Doha no solo tendrá consecuencias en el Golfo. Europa, Rusia, China y, por supuesto, Estados Unidos observan con atención. Para Occidente, un deterioro de la estabilidad regional afectaría directamente los precios energéticos, las rutas comerciales y la seguridad en el contexto de la guerra en Ucrania y las tensiones en Asia-Pacífico.

Qatar ya no es solo un mediador. Hoy, Doha es también un símbolo de resistencia estratégica, un tablero en disputa y una apuesta sobre el futuro del orden internacional en tiempos de conflicto.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press