El verano récord que enciende las alarmas climáticas en España

Con temperaturas históricas y más territorio quemado que nunca, el país del sol enfrenta las duras consecuencias del cambio climático más rápido que el promedio global

La evidencia del cambio climático es cada vez más innegable, y España se ha convertido en un claro ejemplo del impacto alarmante del calentamiento global. El verano de 2023 ha sido oficialmente el más caluroso desde que se tienen registros en el país europeo, según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), marcando un hito climático que viene acompañado de devastadores incendios, una grave sequía y temperaturas extremas nunca antes vistas.

El verano más caliente desde 1961: las cifras que lo confirman

Entre el 1 de junio y el 31 de agosto de 2023, España registró una temperatura media de 24,2 ºC, superando el récord anterior de 24,1 ºC del verano de 2022. Puede parecer una diferencia mínima, pero en términos climáticos representa un salto significativo, especialmente si consideramos que la media histórica del mismo periodo entre 1991 y 2020 es de 22,1 ºC. En otras palabras, este verano fue 2,1 ºC más cálido que la media reciente.

Uno de los episodios más extremos se vivió el 17 de agosto en Jerez de la Frontera, donde el mercurio llegó a los 45,8 ºC, una de las cifras más altas jamás registradas en la península ibérica.

El Mediterráneo se calienta un 20% más rápido que el promedio mundial

Según un informe reciente de la Organización de las Naciones Unidas, la región mediterránea se está calentando a una velocidad alarmante: un 20% más rápido que el promedio global. Esto coloca a países como España, Italia, Grecia y Turquía en la primera línea de batalla contra los efectos del cambio climático.

El aumento sostenido en las temperaturas no sólo afecta la calidad de vida o climas agradables a los que muchos están acostumbrados en estas zonas turísticas, sino que también tiene profundas implicaciones sociales, económicas y medioambientales.

Incendios forestales: el otro rostro del calor extremo

El golpe del calor no llegó solo. A lo largo del verano, una oleada de incendios forestales arrasó con 382.000 hectáreas (casi un millón de acres), según datos del European Forest Fire Information System (EFFIS) de la Unión Europea. Esta cifra no solo supera el ya catastrófico incendio de 2022 (306.000 hectáreas), sino que marca un nuevo récord histórico en devastación por fuego en España.

Las imágenes de los campos carbonizados en Galicia, Castilla y León y Extremadura fueron replicadas en todos los medios nacionales e internacionales, mostrando la impotencia de los bomberos y ciudadanos ante llamas que, alimentadas por temperaturas extremas, vientos intensos y una sequía prolongada, se expandían a velocidades nunca antes vistas.

Sequía prolongada y regiones al límite

Otro efecto colateral del abrasador verano es la grave sequía que afecta a muchas regiones españolas, especialmente el noroeste del país. Según AEMET, el verano fue especialmente seco en esa área, lo cual facilitó la propagación de incendios y comprometió a sectores agrícolas ya muy vulnerables.

Los embalses han visto caer sus niveles a mínimos históricos. En Andalucía, por ejemplo, el volumen medio de agua embalsada en julio fue inferior al 20% de su capacidad total, generando alarma entre los agricultores, las autoridades locales e incluso los organizadores de festividades veraniegas que dependen del abastecimiento hídrico.

Impacto directo en la salud pública

El calor extremo no solo quema montes y agota ríos, también mata. Durante el verano, se registraron más de 3.000 muertes atribuibles al calor, según estimaciones del Instituto de Salud Carlos III. Las olas de calor, muchas de ellas consecutivas con apenas días de respiro, afectaron sobre todo a personas mayores y a trabajadores expuestos como agricultores, techadores y personal de la construcción.

La Organización Mundial de la Salud ya ha advertido en reiteradas ocasiones que la crisis climática es también una crisis sanitaria.

Un país adaptándose... ¿lo suficiente?

En respuesta a estos desafíos, el gobierno español implementó ciertos planes de emergencia, como la habilitación de más recursos para bomberos, subsidios al consumo de agua en zonas secas, y campañas de concienciación sobre el uso eficiente del agua y la higiene térmica durante las olas de calor.

El Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC) también contempla inversiones en infraestructuras más resilientes, desarrollo de energías renovables y fortalecimiento de sistemas de alerta temprana. Sin embargo, diferentes grupos ecologistas como Greenpeace y Ecologistas en Acción critican que se está avanzando de forma insuficiente y lenta.

¿Qué nos espera para el futuro?

Los modelos climáticos ya advierten que este verano récord podría ser el nuevo estándar. La frecuencia de olas de calor extremas ha aumentado en las últimas décadas de forma notable: si en los 80 teníamos una cada cinco veranos, hoy ocurre más de una al año. Y se espera que en 2050, las temperaturas promedio veraniegas superen los 26 ºC con regularidad.

España, como parte del acuerdo de París, se ha comprometido a una reducción del 55% de las emisiones de CO₂ para 2030. Pero los expertos insisten en que estos compromisos deberán intensificarse.

La llamada urgente a la acción

Antonio Turiel, científico del CSIC en Barcelona, mencionó en una reciente entrevista para RTVE: “Estamos ya experimentando los efectos del cambio climático, no es algo del futuro. Este verano ha sido una advertencia, pero también una oportunidad para cambiar.”

Ante esta realidad, la adaptación ya no es una opción, es una necesidad. España debe rediseñar sus ciudades para resistir el calor, invertir en sistemas de detección y extinción de incendios, repensar su modelo agroalimentario, y liderar a nivel europeo una transición ecológica ambiciosa.

Porque si algo demuestra este verano histórico, es que la crisis climática ya no es abstracta, ni lejana. Está aquí. Y arde.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press