Zaporizhzhia bajo fuego: el precio de una guerra sin fin y la urgencia de un escudo aéreo europeo
Mientras Rusia intensifica sus ataques sobre Ucrania con drones y bombas planeadoras, Zelenskyy alerta sobre la necesidad de una defensa aérea unificada en Europa
Por más de tres años y medio, Ucrania ha soportado una invasión a gran escala por parte de Rusia. Las cifras parecen salidas de un conflicto del siglo pasado: miles de bombas, drones y misiles lanzados indiscriminadamente, barrios residenciales reducidos a escombros y cientos de miles de vidas trastocadas por una guerra que no da señales de terminar.
El último capítulo de esta devastadora saga ocurrió en Zaporizhzhia, una ciudad del sur de Ucrania que volvió a ser blanco de la artillería rusa. Durante la madrugada del martes, al menos 13 personas resultaron heridas, incluidos dos niños, cuando cohetes rusos impactaron más de 20 edificios residenciales. El ataque desató incendios, dejando un rastro de destrucción física y psicológica en sus habitantes.
Zaporizhzhia: objetivo recurrente del Kremlin
"No nos habíamos recuperado aún del ataque del 30 de agosto", lamentó Ivan Fedorov, jefe regional de Zaporizhzhia, en una entrevista transmitida por televisión nacional. “Estamos reparando las ventanas, los edificios... ahora el enemigo nos deja aún más trabajo”.
La persistencia de estos ataques demuestra una estrategia rusa clara: quebrar el espíritu ucraniano mediante un asedio prolongado y sistemático a zonas civiles. En las últimas dos semanas solamente, el presidente Volodymyr Zelenskyy informó que Rusia ha utilizado más de:
- 3,500 drones,
- 2,500 bombas planeadoras de gran potencia, y
- 200 misiles.
Estos números abruman por sí solos, pero son aún más inquietantes cuando entendemos el tipo de armamento que se está utilizando.
Las bombas planeadoras, una amenaza casi imposible de frenar
Las bombas planeadoras, conocidas en inglés como glide bombs, son un tipo de armamento lanzado desde aviones a gran altura, lo que permite que se deslicen hasta su objetivo con un margen de precisión cuestionable, pero con un poder destructivo brutal.
Al caer, suelen generar cráteres del tamaño de una casa. Aunque no siempre impactan con exactitud, las consecuencias para la población civil son devastadoras. Lo más preocupante es que, por el momento, Ucrania no posee defensas efectivas para neutralizar este tipo de ataques. Las defensas antiaéreas tradicionales están diseñadas para interceptar misiles guiados o aviones, no para enfrentar estas bombas inertes que caen desde altitudes elevadas.
La otra punta de la lanza: enjambres de drones
Además de las bombas planeadoras, los enjambres de drones utilizados por Rusia se han convertido en un tipo de guerra asimétrica difícil de contrarrestar. El uso de drones Shahed-136 de fabricación iraní, por ejemplo, permite a las fuerzas rusas lanzar ataques coordinados, masivos, y muchas veces impredecibles.
Estos drones, aunque lentos, viajan en masa, dificultando los sistemas de defensa ucranianos, que muchas veces se ven saturados tratando de derribarlos. Y mientras un solo dron quizá no logre mucho, diez o veinte al mismo tiempo pueden devastar infraestructuras vitales.
Zelenskyy pide un “escudo europeo”: ¿ficción o posibilidad real?
Ante esta avalancha de amenazas, el presidente Volodymyr Zelenskyy lanzó un nuevo llamado a sus aliados europeos. A través de Telegram, subrayó:
“Ahora es el momento de implementar la protección conjunta de nuestros cielos europeos con un sistema de defensa aérea en capas. Todas las tecnologías necesarias ya existen. Necesitamos inversiones, voluntad y acciones decididas de todos nuestros socios.”
La alusión es clara: crear una especie de ‘Iron Dome’ continental, inspirado en el sistema israelí que ha demostrado eficacia frente a misiles lanzados por Hamas y otros grupos desde Gaza. Esta “cúpula de hierro” ha detenido más del 90% de los misiles que podrían haber causado bajas civiles en el sur de Israel.
Pero, ¿es viable esto para Europa? Técnicamente sí. El continente ya posee estructuras avanzadas como el SAMP/T de Francia e Italia, el Patriot de EE.UU. y Alemania, e incluso el NASAMS usado en Ucrania. Lo que falta, según expertos, es la integración eficiente de estos sistemas entre países, junto con el gasto político y militar de mantenerlos en sintonía constante.
Una guerra con ramificaciones continentales
El conflicto en Ucrania ya ha dejado de ser una confrontación bilateral. Las consecuencias se esparcen por todo el continente. Aviones militares polacos tuvieron que ser activados recientemente cuando drones rusos cayeron en territorio de Polonia. Aunque no hubo víctimas, el hecho subraya un riesgo mayor: que la guerra se derrame fuera de las fronteras ucranianas.
La OTAN, que ha evitado una implicación directa en el conflicto, se ha visto forzada a reforzar sus defensas aéreas en el este de Europa, preparándose cada vez más para lo que podría escalar rápidamente a un conflicto regional más amplio.
Donald Trump y la geopolítica de la presión
El expresidente de EE.UU., Donald Trump, cuya influencia dentro del Partido Republicano sigue siendo fuerte, ha lanzado ultimátums a Vladimir Putin y ha amenazado, nuevamente, con aplicar aranceles de hasta 100% a China y otras naciones si estas no cortan sus nexos con Rusia. Paradójicamente, estos ultimátums pasaron sin consecuencias tangibles por parte del Kremlin.
Mientras tanto, Washington ha dirigido múltiples esfuerzos diplomáticos para alcanzar un alto al fuego o un marco de paz. Sin embargo, como evidencia este último ataque a Zaporizhzhia, ninguna de estas gestiones ha frenado el ritmo letal del conflicto.
El sufrimiento civil, la constante inviolable
Más allá de las cifras y los análisis estratégicos, esta guerra sigue cobrándose su mayor precio en vidas humanas. Los ataques sobre Zaporizhzhia y otras ciudades no son operaciones quirúrgicas: son actos de terror militarizado que desestabilizan comunidades enteras.
Según datos de ONU OCHA, más de 6.3 millones de ucranianos han huido del país, mientras que otros 5.1 millones son desplazados internos. Niños, mujeres y ancianos que no saben si volverán a dormir alguna noche sin el ruido de sirenas ni el temblor del suelo bajo sus pies.
Y mientras los avances tecnológicos permiten destruir con mayor eficiencia, parece no existir aún una fórmula humanitaria que pueda interrumpir la maquinaria bélica del siglo XXI.
El clamor de Ucrania: ¿será escuchado?
La pregunta que queda flotando, tras el humo de los edificios quemados y el polvo de las bombas sin guía, es directa: ¿Europa responderá al llamado? Zelenskyy ha reiterado en docenas de foros la necesidad de un sistema de defensa unificado, no solo por el bien de Ucrania, sino por la seguridad de todo el continente. Eventualmente, si las fronteras continúan desdibujándose y los ataques cruzan a países vecinos, ya no será una guerra “ajena”, sino una amenaza existencial para todos.
Por ahora, en Zaporizhzhia, como en tantas ciudades ucranianas, la reconstrucción empieza mientras aún siguen cayendo bombas. Una tragedia moderna tan frecuente que casi se vuelve invisible, pero que —como recordatorio constante de su horror— sigue escribiéndose cada noche en el cielo en forma de misiles y drones.