“One Battle After Another”: La película más audaz de Paul Thomas Anderson es un retrato brutal, caótico y necesario de América

Una sátira política de tres horas con Leonardo DiCaprio, Teyana Taylor y un espíritu revolucionario feminista y antirracista que no se detiene.

La América distorsionada de Paul Thomas Anderson

“One Battle After Another” es un retrato visceral, caótico y ocasionalmente dulce de una América marcada por ciclos de violencia, racismo estructural, revolución y olvido. En esta epopeya cinematográfica de casi tres horas, Paul Thomas Anderson no solo explora los extremos de una nación quebrada, sino que nos introduce en las entrañas de personajes tan rotos como el país que habitan.

Con una ejecución estética audaz —filmada en VistaVision—, Anderson ofrece su largometraje más ambicioso en escala, aunque no necesariamente en espectáculo. Como sucedía con There Will Be Blood o Magnolia, el peso y la profundidad de la historia reside no tanto en pirotecnias visuales sino en las tensiones morales internas y en los conflictos humanos.

Una revolución encabezada por mujeres negras: El poder de Perfidia

Desde los primeros minutos, es imposible apartar la mirada de Perfidia Beverly Hills —interpretada con furia y gracia por Teyana Taylor—, quien lidera con energía visceral un motín en un centro de detención de inmigrantes. Vestida toda de negro, camina por un paso elevado con el aura de una guerrillera moderna. Su frase al cómplice Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio): "Hazlo grande, hazlo brillante. Inspírame" marca el tono desestabilizador de la cinta.

Perfidia es mucho más que una radical. Es símbolo de una rabia generacional, de una feminidad insurgente que no pide perdón por existir. Las escenas junto a Col. Lockjaw (Sean Penn), el antagonista militar, están cargadas de una electricidad sexual y política pocas veces vista en el cine contemporáneo.

El exguerrillero que ahora es padre soltero y desconectado

Dieciséis años después de ese arranque explosivo, el filme nos traslada a una versión más apagada pero no menos crítica de los protagonistas. Bob Ferguson —cada vez más Lebowski-esque en manos de DiCaprio— se ha convertido en un hippie desconectado que cuida de su hija adolescente Willa. Defensor de causas perdidas, con la marihuana como única constante, es una figura de las derrotas revolucionarias.

Bob se enfrenta a desafíos propios del siglo XXI: entender la identidad de género, lidiar con una hija digital y sobrevivir en una América donde el fascismo no se esconde, sino que se institucionaliza. “Ella es una corredora y tú eres una piedra”, dice en un momento la madre de Perfidia, recordándonos la fractura inevitable entre impulso y quietud.

La reaparición del villano: Lockjaw y el fascismo navideño

Mientras Bob se disuelve en su microcosmos, Lockjaw (un enérgico y maniático Sean Penn) resurge como agente letal. Ahora con aval de una milicia supremacista llamada "Christmas Adventurers", Lockjaw representa los resortes oscuros del poder estadounidense: racismo, autoritarismo, moral religiosa extrema y deseo de pureza.

Este grupo secreto articula un mensaje escalofriante y certero. Se saludan con un “feliz Navidad” y promueven la “limpieza del planeta”. ¿Distopía? No tanto. Cada eco recuerda a realidades actuales vinculadas a movimientos de ultraderecha.

La hija como esperanza: Willa, símbolo de legado e insurreción

Willa, interpretada magistralmente por Chase Infiniti, tiene el espíritu de su madre y la sensibilidad de una generación luchando por definirse. Cuando Lockjaw la persigue, el conflicto escala, y es ella quien encarna la nueva revolución. Su aparición marca un giro en el relato hacia el legado: cómo el pasado moldea (o deforma) el futuro.

La joven se convierte, sin decidirlo del todo, en el objetivo vivo del odio institucional, pero también en un núcleo insurgente. No es casual que el filme muestre su crecimiento junto al colapso del orden moral estadounidense.

Sergio St. Carlos: el caballero desordenado de la libertad

En medio del caos aparece Benicio del Toro, interpretando a Sergio St. Carlos: especie de guía espiritual, estratega político y figura redentora. Es el personaje más resonante, según muchos críticos, quizás porque encarna la libertad como propósito vital.

Sergio, entre divertido y severo, rescata a Bob de su ruina personal y le impulsa a reconectar con sus ideales. En sus momentos aparece cierta espiritualidad práctica, una especie de Harriet Tubman reimaginado, capaz de cruzar campos de batalla modernos con una brújula moral intacta.

Estética y música: Johnny Greenwood como pegamento emocional

El score de Johnny Greenwood, colaborador habitual de Anderson, eleva la película a niveles épicos. Los tonos orquestales, a veces minimalistas y a veces inquietantes, dan coherencia emocional entre saltos temporales, violencia e ironía.

Aunque esté ambientada en un presente alternativo, la película se alimenta de referencias históricas: la COINTELPRO del FBI, los Panteras Negras, deportaciones masivas post-9/11 y la guerra cultural contemporánea. Su efecto acumulativo es transformador; lo que parecía absurdo en los primeros minutos, se va revelando cada vez más profético.

Más que sátira: “One Battle After Another” como espejo político

Paul Thomas Anderson se atreve con un tema que la mayoría de Hollywood evita: la América fallida post 2016, post George Floyd, post QAnon. Pero lo hace con compasión, locura y cierta ternura. En medio del caos, hay espacio para amistades, molestias paternales, conversaciones incómodas y dulces gestos de humanidad.

No esperes encontrar respuestas fáciles. Esta película ofrece combustible para el debate. ¿Es desprolija? Sí. ¿Demasiado ambiciosa? A veces. ¿Magnífica y necesaria? Definitivamente.

En un tiempo en que el cine blockbuter se repliega hacia fórmulas seguras, "One Battle After Another" es ese raro unicornio: una obra política, provocadora, femenina y negra que exige atención.

¿Quién debe verla?

  • Quienes quieran ver a Leonardo DiCaprio en uno de sus papeles más autodeconstructivos.
  • Amantes del cine de autor con corazón revolucionario.
  • Estudiantes de historia americana interesados en metáforas ficcionalizadas del siglo XXI.
  • Defensores de políticas antirracistas y justicia social.
  • Audiencias abiertas a explorar qué significa ser libre hoy.

Esta no es una película que haga más fácil ninguna respuesta. Pero sí nos recuerda que, como dice Perfidia: "la revolución es visceral". Y muchas veces... inevitable.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press