Abusos encubiertos bajo sotanas: El oscuro caso del misionero Paul Havsgaard en Rumania
Decenas de denuncias, traumas persistentes y una megacultura eclesiástica que mira hacia otro lado: el caso que sacude a Harvest Christian Fellowship y expone la falta de supervisión en misiones religiosas
Un escándalo que cruza continentes
Dos ciudadanos rumanos, Marian Barbu (33) y Mihai-Constantin Petcu (40), han roto el silencio para presentar demandas en un tribunal federal de California. En ellas acusan a Paul Havsgaard, ex pastor y misionero de la iglesia Harvest Christian Fellowship en Riverside, de abusos sexuales sistemáticos y trata de menores en un albergue para niños de la calle en Bucarest. Según las denuncias, los abusos ocurrieron durante más de ocho años y afectaron a “docenas” de niños vulnerables.
Ambas demandas también involucran directamente a la cúpula de la iglesia, incluido su fundador, el conocido evangelista Greg Laurie, alegando que la institución ignoró señales de alerta, denuncias de donantes e informes de visitantes sobre las sospechas de abuso.
El pastor caído: ¿benefactor o depredador?
Paul Havsgaard fue presentado durante años como un héroe moderno: un misionero americano que dedicó su vida a rescatar niños rumanos de la pobreza y la marginación. Sin embargo, las denuncias revelan una realidad completamente opuesta: Havsgaard habría utilizado tácticas propias de manipuladores emocionales—promesas de comida rápida, refugio, incluso educación—como carnadas para atraer a menores bajo su cuidado, abusar sexualmente de ellos y, en algunos casos, explotarlos en la prostitución.
Uno de los detalles más perturbadores es que Havsgaard supuestamente llevó a cabo estos abusos mientras proclamaba: “Lo que yo quiero, Dios lo quiere”, reforzando así un lazo tóxico de poder justificado en la fe divina.
El peso del silencio institucional
La **inacción de Harvest Christian Fellowship** es uno de los puntos más críticos que se denuncian en la demanda. Aunque la iglesia ahora afirma que las acusaciones contra Laurie son injustas y parte de una “extorsión financiera”, los documentos judiciales indican que recibía informes constantes de malas condiciones en el albergue romeno y sospechas de abusos.
Lo más grave: la iglesia enviaba más de $17,000 dólares mensuales directamente a la cuenta personal de Havsgaard para financiar su misión. Esa falta de supervisión permitió que el misionero manejara sin control un entorno en el que los abusos no solo eran posibles, sino frecuentes.
Un patrón estructural en la cultura eclesial
Lo ocurrido en Rumania no es un caso aislado. Diversas organizaciones internacionales han documentado cómo proyectos religiosos, especialmente en países desfavorecidos, son susceptibles a abusos debido al halo de inmunidad y reverencia que rodea al trabajo misionero. En palabras del abogado londinense Jef McAllister, quien representa a las víctimas:
“Algunos de ellos aún no saben leer ni escribir, pese a estar supuestamente en un programa educativo. Han vivido toda una vida basada en la desconfianza, buscando protección el uno en el otro.”
Esto revela cómo los sistemas eclesiales —incluso con las mejores intenciones— pueden alimentar la creación de entornos de abuso cuando se prioriza la imagen evangelizadora sobre la transparencia y la auditoría.
El Dios de la impunidad: cuando la fe se convierte en arma
Paul Havsgaard no es el primer líder religioso acusado de instrumentalizar su posición para justificar actos terribles. Desde los abusos sistemáticos reportados en la Iglesia Católica en Boston hasta los más recientes escándalos dentro de sectas evangélicas pentecostales, parece haber una constante: la confusión entre obediencia espiritual y sumisión abusiva.
De acuerdo con un informe de UNICEF:
"Los niños en situaciones de pobreza prolongada y sin figuras protectoras son extremadamente proclives a desarrollar vínculos de dependencia con figuras que ofrecen seguridad material o emocional, incluso si estas relaciones son altamente destructivas."
Eso explica por qué muchos de los sobrevivientes, como Marian y Mihai, tardaron décadas en poder hablar. Aún hoy, parte de ellos siguen luchando con trastorno de estrés postraumático (TEPT), problemas de integración social e incapacidad de sostener vínculos familiares sanos.
La justicia, una deuda pendiente
El proceso legal apenas empieza, pero uno de los elementos más preocupantes es que hasta la fecha, Paul Havsgaard no ha sido localizado. La iglesia declara no tener información actual sobre su paradero, y los intentos de los medios por contactarlo han resultado infructuosos.
Entretanto, Greg Laurie y otros líderes siguen dirigiendo Harvest Christian Fellowship, una de las megaiglesias más influyentes de California. La congregación, con miles de fieles e ingresos millonarios, continúa realizando eventos multitudinarios y editando literatura religiosa de amplio alcance.
¿Dónde quedó la responsabilidad pastoral?
En muchos círculos religiosos, existe una falsa dicotomía entre fe y justicia. La idea de que 'Dios se encargará' reemplaza procesos civiles y judiciales que podrían evitar más víctimas. En este caso, las demandas exigen que la iglesia también rinda cuentas por su participación, ya sea por acción u omisión.
- ¿Por qué no hubo una supervisión real del uso del dinero?
- ¿Quién dio luz verde para transferir niños desde Rumania a Estados Unidos para recaudar fondos?
- ¿Cuántas alertas se ignoraron por mantener la reputación de un pastor?
Estas son preguntas urgentes cuya respuesta marca la diferencia entre justicia y complicidad bajo silencio sagrado.
Un grito por reparación, no solo justicia
Para las víctimas, este no es solo un proceso legal. Es un llamado al reconocimiento humano. Como declaró el abogado McAllister:
“Lo que quieren no es solo compensación económica. Quieren que se reconozca que sufrieron y que la comunidad se responsabilice por permitirlo.”
Este caso ofrece una oportunidad para reflexionar profundamente sobre las dinámicas de poder, veneración religiosa y estructuras que priorizan carisma por encima del control institucional.
La necesaria supervisión de las misiones religiosas
La falta de regulación en programas misioneros internacionales es una grieta abierta. De acuerdo con una investigación de la organización Children at Risk, al menos 43% de los albergues religiosos en Centro y Este de Europa no cuentan con auditoría externa.
Es tiempo de declarar que la fe no es sinónimo de inmunidad. Si una iglesia puede enviar $17,000 mensuales a un solo individuo en el extranjero, también debe ser capaz de instalar sistemas de control, vigilancia y auditoría con el mismo rigor. La buena voluntad no exime de responsabilidad.
No más silencio: el valor de hablar
La valentía de Marian y Mihai abre las puertas para que otras víctimas rompan el cerco del abuso encubierto por la religión. Cada testimonio valida el sufrimiento colectivo de tantos niños que confiaron en figuras supuestamente espirituales y encontraron a un lobo disfrazado de pastor.
“Tuvieron que mirar a los ojos de alguien que les decía ‘Yo soy el enviado de Dios’”, expresó McAllister. “Y entender, décadas después, que ese Dios había sido inventado para encubrir el abuso.”
Fe con responsabilidad o ceguera institucional
Este caso no puede verse solamente como un error individual. Es el síntoma de un modelo sobredimensionado de liderazgo carismático, donde la opinión del líder está por encima del control institucional. Es una advertencia urgente a todas las congregaciones religiosas: la fe, sin auditoría interna y rendición de cuentas, puede convertirse en una herramienta peligrosa.
La iglesia, como institución, debe recordar que rendir cuentas no es falta de fe. Es, en todo caso, su manifestación más elevada.