Shelby Houlihan: Entre la redención y la resistencia — el regreso de una corredora marcada por la polémica

Después de cuatro años de sanción por dopaje, la estadounidense vuelve al atletismo con más dudas sobre el sistema antidopaje que certezas

Una sanción inesperada y un burrito improbable

En 2021, Shelby Houlihan, campeona estadounidense de los 5,000 metros, fue suspendida por cuatro años por una prueba positiva de nandrolona, un esteroide anabólico prohibido. La atleta sostuvo desde el inicio que nunca consumió sustancias dopantes de forma intencionada. De hecho, su defensa se basó en una teoría poco convencional pero científicamente plausible: habría ingerido la sustancia al comer un burrito contaminado con carne de cerdo, probablemente de vísceras, conocida por contener niveles altos de nandrolona de forma natural.

“Sabía que no había hecho trampa. Por eso confié ciegamente en el sistema”, manifestó Houlihan en una reciente entrevista, reflejando la frustración que sintió al enfrentarse a un aparato antidopaje que, según ella, está lleno de inconsistencias y lagunas.

Una lucha solitaria y el peso de la incertidumbre

La mayor ironía en el caso de Houlihan es que fue sometida a más de 50 pruebas antidopaje entre 2017 y 2021 por parte de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA), todas con resultados negativos. Sin embargo, fue la Unidad de Integridad del Atletismo (AIU), un organismo global independiente, el que llevó el caso y aplicó la sanción sin indulgencia alguna, ignorando normas recientemente flexibilizadas respecto a la contaminación alimentaria y los avances tecnológicos en pruebas de detección.

Mientras la AIU mantenía su acusación, USADA, que descartó casos similares de contaminación antes, y después del de Houlihan, pareció darle la razón, aunque su apoyo fue limitado en términos prácticos. La impotencia frente a una sanción implacable empujó a Houlihan a una vida completamente diferente.

En ruta por Estados Unidos: la libertad como resistencia

Durante sus años de exclusión del atletismo competitivo, la atleta decidió embarcarse en una travesía personal y simbólica: recorrió más de 6,000 kilómetros por Estados Unidos en una furgoneta Volkswagen de 1971, explorando paisajes, fortaleciendo la mente y recuperando parte de su esencia perdida.

“Pensé: no tengo el deporte que me frena, así que haré cosas divertidas. Era mi forma de resistir y de reconectarme conmigo misma.”

Mientras dormía en sofás ajenos, cuidaba casas, gatos y se mantenía a flote sin el patrocinio de Nike —el cual simplemente "dejó de pagarle" sin previo aviso— Houlihan entrenaba en clubes locales y corría por pura voluntad. Resistía en soledad, sin público ni estadios, descubriendo la dureza de ser invisibilizada incluso por aquellos que antes coreaban su nombre.

¿Una atleta en su ocaso o un nuevo comienzo?

Cuando se levantó su sanción en 2025, Houlihan, hoy con 32 años, regresaba a un circuito que, paradójicamente, nunca había dejado del todo. Aunque sus mejores años —27 a 30, según estándares atléticos— quedaron marcados por la ausencia sometida, su rendimiento apuntaba a otra historia. En marzo de 2025, Houlihan ganó una medalla de plata en los 3,000 metros del Campeonato Mundial en pista cubierta, demostrando que no todo estaba perdido.

“Esto no es cómo quería vivir, pero es lo que tengo que hacer. Congelo la carne que como, no tomo suplementos. Vivo con miedo a volver a ser acusada, y eso no es justo para un atleta que no hizo trampa.”

Houlihan corre ahora con una simple botella de Pedialyte como ‘suplemento’ y un congelador lleno de carne etiquetada. Su estilo de vida refleja la angustia de un sistema donde la sospecha constante impide a los atletas incluso alimentarse sin temer consecuencias devastadoras.

Un sistema inconsistente: ¿dónde está la justicia?

El caso de Houlihan se suma a una creciente lista de sanciones basadas en pruebas cuestionables o en acusaciones poco claras. En mayo de 2024, otro velocista estadounidense, Erriyon Knighton, fue suspendido bajo sospecha de contaminación, aunque USADA también consideró creíble su explicación. La diferencia: el caso fue apelado por la AIU, que insiste en normas estrictas sin margen para el error humano o biológico.

Incluso Sebastian Coe, presidente de World Athletics, reconoció recientemente la complejidad de estos casos: “Los órganos como la AIU no suelen actuar sin una buena razón, pero el sistema aún necesita revisión. La confianza se gana con justicia, no con rigidez.”

¿Reinserción o eterna sospecha?

Para Houlihan, el regreso no garantiza la paz mental. Sigue lidiando con dudas públicas, patrocinadores ausentes y un legado que, aunque marcado por récords —como el tiempo de 14:23.92 en los 5,000 metros que aún ostenta como récord nacional femenino de EE. UU.—, está contaminado por sospechas infundadas según su versión de los hechos.

Ahora vive en una casa rodante en Flagstaff, Arizona, acompañada por su pareja, dos perros y un gato. Así construye una versión modesta de la estructura que una vez perdió. “Sigo aquí porque si me iba, siempre me quedaría la duda de lo que habría podido lograr si me quedaba”, asegura con voz firme.

¿Qué nos dice el caso Houlihan del deporte moderno?

Más allá de la historia personal, el caso de Houlihan recuerda una verdad incómoda: el deporte de élite no solo requiere talento y sacrificio, también somete al atleta a un sistema a veces más implacable que justo. Un sistema que opera con equipos tecnológicos capaces de detectar nanogramos de una sustancia, pero sin tomar en cuenta la cantidad de variables que afectan una prueba positiva: desde la alimentación hasta la contaminación cruzada y los errores del laboratorio.

Hoy, Shelby Houlihan corre no solo para ganar medallas. Corre para recuperar algo que el sistema le trató de arrebatar sin derecho pleno: su dignidad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press