El drama en el Mediterráneo y las cicatrices del éxodo africano

Entre tragedias marítimas y economías sostenibles, África lucha contra la pobreza, las migraciones forzadas y el abandono internacional

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La costa del Mediterráneo se ha convertido en un cementerio invisible: otro barco, otro grupo de vidas truncadas, otra tragedia que ocurre lejos de los focos y la atención internacional. Esta semana, se reportó la muerte de al menos 50 refugiados sudaneses luego de que su embarcación se incendiara y se hundiera frente a las costas de Tobruk, en el este de Libia. El hecho, confirmado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), volvió a poner en evidencia la desesperación de quienes, huyendo de conflictos o pobreza, se lanzan al mar

Un nuevo naufragio en la ruta hacia Europa

El barco, con destino a Grecia, transportaba a 75 personas. Según la OIM, solo 24 sobrevivieron. El incidente ocurrió a unos 60 kilómetros de la costa de Tobruk. El resto, hasta ahora, están desaparecidos o muertos. La Media Luna Roja Libia ha reportado la recuperación de cuerpos en las playas de Kambot y Qabes, ubicadas en puntos distantes entre sí, lo que da cuenta de la magnitud del desastre.

Este caso no es aislado. Según el Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM, más de 434 migrantes han muerto y otros 611 están desaparecidos frente a las costas libias en lo que va del año. Detrás de cada cifra hay nombre, familia e historia. Tragedias como esta se repiten, y la comunidad internacional parece haber naturalizado estas muertes como parte del costo colateral de las dinámicas migratorias.

Libia: caos, tránsito y naufragios

Libia, sumida en el caos desde la caída de Muammar Gadafi en 2011, se ha consolidado como el principal punto de tránsito irregular hacia Europa. Sin un gobierno central fuerte, con múltiples facciones armadas y una costera repleta de redes de tráfico humano, el país se ha transformado en un limbo cruel. Naciones Unidas ha documentado abusos sistemáticos en los centros de detención de migrantes en Libia, incluyendo torturas, violaciones y secuestros.

La OIM ha solicitado múltiples veces una mayor coordinación internacional tanto para combatir las causas estructurales de la migración como para establecer canales seguros y regulares hacia Europa. Sin embargo, en muchos países europeos la agenda inmigratoria se ha desplazado hacia discursos de seguridad y contención militar.

Sudán: un país en conflicto perpetuo

¿Por qué huyen los sudaneses? Desde abril de 2023, Sudán ha estado atrapado en una guerra civil entre el ejército regular y las fuerzas paramilitares de apoyo rápido (RSF), conflicto que ha causado más de 12.000 muertos y más de 8 millones de desplazados (según cifras de la ONU al cierre de 2023). Empobrecidos y sin horizontes claros, miles intentan huir por rutas peligrosas que atraviesan Egipto, Libia, el Mediterráneo y, en el mejor de los casos, llegan a Grecia o Italia.

Además, Sudán ha enfrentado sequías prolongadas, colapso económico y una convivencia marcada por tensiones religiosas, étnicas y territoriales. El país ilustra cómo los desastres humanitarios no siempre alcanzan el foco de Occidente, a menos que se materialicen en tragedias visibles, como el naufragio del domingo.

Género y resiliencia: las ostras de Ghana

A más de 4.000 kilómetros de distancia de Tobruk y con un contexto bien distinto, otro grupo vulnerable lucha por su supervivencia. En Tsokomey, Ghana, decenas de mujeres han convertido los manglares en un espacio de productividad y autosuficiencia, dedicándose a la recolección y cultivo de ostras. La actividad, aunque artesanal, es el sustento de muchas familias costeras.

Durante años, estas mujeres recibieron formación en agricultura sostenible de ostras, promovida por proyectos financiados por agencias internacionales, incluyendo ayudas de EE. UU., para preservar los manglares y utilizar técnicas menos agresivas. No obstante, estos programas han sido recortados o cancelados debido a la reducción de fondos, dejando a las poblaciones locales más vulnerables que nunca.

Deforestación y el costo del abandono

La pérdida de cobertura de manglares ha forzado a las mujeres a adentrarse más en el estuario para poder cosechar ostras que antes estaban cerca de la costa. Según líderes comunitarios, la recolección que tomaba tres horas ahora puede extenderse a ocho. Mientras tanto, los ingresos disminuyen, la inseguridad alimentaria aumenta y la falta de políticas locales de protección agrava la situación.

Beatrice Nutekpor, una de las líderes ostrícolas de la zona, relató a medios internacionales: “Amamos este ecosistema porque nos da vida, pero ahora tenemos que luchar cada día más duro para sobrevivir, porque no nos queda otro camino”.

De la costa de Libia a los manglares de Ghana: vidas al margen

Ambas situaciones narran dimensiones distintas, pero conectadas, de la cruda realidad africana. La tragedia de los refugiados sudaneses refleja el efecto devastador de los conflictos armados y el fracaso diplomático global. Por otro lado, las mujeres de Tsokomey simbolizan la resiliencia ecológica y económica frente a un sistema que abandona a quienes no están en el epicentro del interés geopolítico.

Mientras unos huyen desesperados hacia el mar, otros tratan de sostenerse en tierra firme, cultivando ostras o reconstruyendo el entorno natural. Pero ambos grupos tienen algo en común: son víctimas de un abandono estructural, de la falta de oportunidades y de interés global. África sigue siendo vista muchas veces como un problema a contener y no como un socio a apoyar.

¿Qué responsabilidad tiene Occidente?

La migración forzada y la devastación ambiental no son problemas casuales, sino consecuencias directas de decisiones políticas, modelos económicos extractivistas y desinterés en desarrollar capacidades locales. El recorte de ayudas, como en el caso de Ghana, y la militarización de las fronteras, como en el Mediterráneo, no son soluciones a largo plazo.

Según el Banco Mundial, si la degradación ambiental y el conflicto continúan, algunos países africanos podrían generar más de 80 millones de migrantes climáticos para 2050. La migración dejará de ser una excepción para convertirse en la norma.

Un enfoque integral pendiente

Frente a esta realidad, urge una política global que conecte desarrollo sostenible, pacificación regional y derechos humanos. Apoyar iniciativas como las de las ostrícolas de Ghana, con tecnologías limpias, educación y acceso a mercados, puede ser tan decisivo como denunciar crímenes en Libia o aumentar las cuotas migratorias para refugiados.

Ambos frentes, mar y tierra, reflejan el mismo drama, en el que lo urgente eclipsa lo importante. África necesita más que ayuda humanitaria: necesita aliados con memoria, compromiso y voluntad política a largo plazo.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press