El poder del Senado en tiempos de polarización: Trump, nominaciones y la batalla por el control político

La reciente maniobra de los republicanos para confirmar decenas de nombramientos con una sola votación revela cómo el Senado de EE. UU. ha dejado de ser un lugar de consenso para convertirse en un campo de batalla partidista

El Senado en tiempos de fractura política

El Senado de Estados Unidos ha dado un paso más hacia la politización extrema del proceso legislativo al confirmar 48 nominaciones del expresidente Donald Trump en bloque, utilizando nuevas reglas que permiten agilizar el proceso de aprobación de cargos de nivel medio en el poder ejecutivo. Esta medida, impulsada por los republicanos, surge tras meses de obstrucción por parte de los demócratas, quienes recurrieron a tácticas para ralentizar la agenda del entonces presidente Trump.

Un cambio estratégico en las reglas del juego

Tradicionalmente, las nominaciones en el Senado requerían múltiples votaciones individuales, lo cual ofrecía a la minoría una poderosa herramienta de control. Sin embargo, los republicanos, liderados por el entonces senador John Thune, consideraron que la minoría demócrata abusaba de este mecanismo. Según Thune, la modificación de las reglas era necesaria para "arreglar un proceso roto".

Ahora, gracias a estas normas, es posible confirmar múltiples nombramientos mediante una simple mayoría, siempre que no se trate de magistrados ni de miembros del gabinete. Así, cargos como subsecretarios del Departamento de Defensa e Interior fueron aprobados sin mayor dificultad.

El precedente democrático y la advertencia de un boomerang político

Pero este no es el primer ajuste que experimenta el proceso legislativo en el Senado. En 2013, cuando Barack Obama era presidente, los demócratas eliminaron el requisito de 60 votos para confirmar jueces de tribunales inferiores y funcionarios del ejecutivo, con el objetivo de superar la oposición republicana.

Esa decisión fue criticada duramente por los republicanos. El líder del Partido Republicano en ese momento, Mitch McConnell, advirtió que los demócratas "se arrepentirían de su decisión". Y sí que lo hicieron: en 2017, los republicanos usaron ese mismo precedente para confirmar a Neil Gorsuch a la Corte Suprema, sin necesidad de un mínimo consenso bipartidista.

¿Quiénes son los nominados confirmados?

Entre los 48 confirmados, destacan figuras como Jonathan Morrison, ahora administrador de la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras, y Kimberly Guilfoyle, designada embajadora de Estados Unidos en Grecia. Guilfoyle es una figura polémica: expresentadora de noticias, fiscal en California y excomprometida con Donald Trump Jr., fue una pieza clave en la recaudación de fondos de la campaña de Trump en 2020.

Un Senado atrapado en la trampa política

En este marco, el Senado se ha convertido en un campo de batalla ideológico. Ya no se trata solo de confirmar nombramientos o debatir políticas de Estado, sino de imponer agendas partidistas, sortear al adversario como sea y llenar la administración pública de figuras afines, sin importar su preparación o resistencia pública.

Para ponerlo en perspectiva: según un informe del Congressional Research Service, entre 1981 y 2004, el Senado raramente retrasó más del 15% de los nominados presidenciales, y muchas veces aprobaban los paquetes con voz unánime. Hoy, ese consenso ha desaparecido.

Schumer responde: la advertencia de la oposición

El líder de los demócratas en el Senado, Chuck Schumer, respondió enérgicamente a la jugada republicana. Acusó al partido rival de destrozar aún más las funciones del Senado, entregándole al presidente una herramienta poderosa para llenar el gobierno sin cuestionamientos reales.

"Lo lamentarán", advirtió, haciendo eco de la misma frase usada por McConnell años atrás. Para Schumer, los republicanos han abierto un camino “peligroso”, que facilita la designación de leales al presidente, aunque no tengan las credenciales adecuadas.

Un proceso cada vez más politizado

El proceso de nominaciones ha sido una fuente constante de fricción entre los partidos. Desde el mandato de George W. Bush, pasando por la presidencia de Obama, hasta llegar a Trump y posteriormente Joe Biden, la escalada de bloqueos, cambios de reglas y giros estratégicos ha sido constante.

Por ejemplo, en el caso de Trump, los demócratas usaron todas las herramientas a mano para frenar sus nombramientos. Entre el inicio de su presidencia y 2020, los demócratas forzaron más de 300 votaciones nominales en el Senado sobre candidatos ejecutivos, una cifra nunca antes vista.

El futuro de las instituciones: ¿legado o debacle?

La pregunta que queda en el aire es: ¿hemos llegado al punto de no retorno en la política estadounidense? Las reglas del Senado han sido tradicionalmente diseñadas para garantizar el equilibrio y fomentar el consenso. Pero cada nueva enmienda debilitadora del filibuster o de los controles parlamentarios pave el camino para que, cuando el péndulo oscile, el siguiente partido en el poder utilice las herramientas heredadas para su propio beneficio.

Un claro ejemplo es lo que ocurrió con la Suprema Corte: después de que los demócratas eliminaran el filibuster para los jueces de tribunales inferiores, los republicanos aplicaron la misma lógica para el máximo tribunal. Así llegaron Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney Barrett.

La sombra de las elecciones y la maquinaria política

Todo esto ocurre en medio del ajedrez político rumbo a 2026 y 2028. Pete Buttigieg, figura prominente del Partido Demócrata y exsecretario de Transporte, aprovechó una manifestación reciente en Indianápolis para denunciar lo que denominó una estrategia ilegal de redistribución de distritos electorales por parte de los republicanos de su estado.

"Indiana está siendo presionada para hacer algo que va en contra de su esencia democrática", afirmó ante una multitud en la sede estatal. Buttigieg, una de las voces demócratas más visibles para un posible retorno a la contienda presidencial, advirtió sobre un intento de manipular las circunscripciones para consolidar el poder republicano en el Congreso.

Redistritaciones y ambiciones republicanas

Según datos del Centro Brennan para la Justicia, después del Censo 2020, el 86% del poder de redistribución de distritos en EE. UU. estaba en manos de legislaturas partidistas, lo que incrementó la preocupación sobre manipulaciones partidistas (gerrymandering).

En estados como Texas y Missouri, los republicanos ya han modificado mapas electorales que podrían otorgarles entre 4 y 7 nuevos escaños. En respuesta, California ha lanzado una campaña de referéndum para contrarrestar los efectos.

El control electoral al estilo Trump

Detrás de estas maniobras está el mismo factor clave: el impulso de Donald Trump por reposicionar al Partido Republicano en todos los niveles de gobierno. Desde sus comunicados en redes sociales hasta órdenes informales a legisladores aliados, el expresidente continúa influyendo en las decisiones estatales y federales.

En Indiana, por ejemplo, el gobernador Mike Braun —también republicano— dejó entrever que una sesión especial para redibujar distritos podría convocarse pronto. Aunque aseguró que prefiere un proceso “orgánico”, todo indica que la presión por parte de Trump y el Comité Nacional Republicano podría doblarle la mano.

Racismo y representación: el lado más oscuro del rediseño

Más allá del juego político, existen preocupaciones sociales profundas. La senadora estatal Andrea Hunley, representante de Indianápolis, denunció que el rediseño de los distritos es un ataque velado contra la representación de votantes afroamericanos: “Esto es una toma racista de poder para silenciar a quienes se parecen a mí”, afirmó entre aplausos.

Los dos distritos más amenazados por posible rediseño, el 1 y el 7, albergan una gran población afroamericana y han sido bastiones históricos del Partido Demócrata.

¿Hacia una nueva normalidad legislativa?

El problema no es solo lo que se hace, sino que ambas partes han demostrado estar dispuestas a manipular las reglas según su conveniencia. Esto ha producido una espiral donde cada nueva mayoría aprovecha los resquicios dejados por la anterior, haciendo que el Senado pierda autoridad moral como institución de equilibrio.

Y mientras tanto, temas cruciales como el control del cambio climático, los derechos civiles, la crisis migratoria o la recuperación económica postpandemia quedan relegados ante la lucha por el poder institucional.

Con esta dinámica, la democracia estadounidense se encuentra al borde de una transformación fundamental: o se refunda un consenso institucional o se consolida un régimen donde quien gana, arrasa.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press