Hambre, desplazamiento y olvido: la desgarradora realidad en Sudán del Sur
Una mirada profunda a una crisis humanitaria que lleva años en ascenso mientras el mundo voltea la mirada
En las entrañas de África Oriental, una tragedia se desarrolla en cámara lenta. Mientras el mundo pone atención a conflictos geopolíticos en otras regiones, Sudán del Sur vive una de las peores crisis humanitarias contemporáneas, sostenida por una combinación de hambre sistemática, desplazamientos masivos y una corrupción que corroe hasta las bases del aparato estatal.
Un país joven, una historia marcada por el sufrimiento
Sudán del Sur nació como nación en 2011, tras décadas de conflicto con el norte que culminaron en su separación de Sudán. El júbilo por la independencia pronto se vio opacado por una guerra civil interna en 2013, un conflicto político entre facciones rivales que escaló rápidamente en una guerra étnica devastadora. Desde entonces, el país no ha experimentado paz verdadera ni progreso duradero.
Al día de hoy, más de 2.2 millones de personas siguen desplazadas dentro del país y otros 2.3 millones han huido al extranjero, según datos del ACNUR. La violencia, la inseguridad alimentaria y la falta de acceso a servicios básicos mantienen al país atrapado en una perenne emergencia humanitaria.
Malnutrición infantil: el rostro más cruel de la emergencia
Las alarmantes tasas de desnutrición en Sudán del Sur son expresión directa de un sistema colapsado. En hospitales como el de Bunj, en Maban, la desnutrición severa se puede leer en los cuerpos frágiles de niños como Adut Duor, de 14 meses, quien apenas sobrevive en brazos de su madre. Es uno de los 1.4 millones de niños menores de cinco años que padecen desnutrición aguda severa en el país según UNICEF.
A diario, madres recorren largas distancias para buscar ayuda médica o recibir paquetes de grano del Programa Mundial de Alimentos (PMA). Aunque los hospitales tratan de brindar atención, la infraestructura es insuficiente. En muchos lugares, no hay electricidad constante, recursos médicos ni personal suficiente.
Entornos colapsados: más allá del hambre
En campamentos como Gendrassa o Batil, miles de familias desplazadas intentan reconstruir su vida. Las mujeres, encargadas del sustento del hogar, venden productos en improvisados mercados mientras otras hacen largas filas para recoger agua o recibir ayuda alimentaria. La distribución de víveres es una escena que se repite constantemente: montañas de trigo se dividen entre cientos de familias que esperan su turno bajo el sol abrazador.
Las crisis alimentaria y de refugio se entrelazan constantemente. El desplazamiento forzado, muchas veces producto de la violencia entre milicias u operativos del gobierno, obliga a comunidades enteras a abandonar sus hogares y buscar refugio en zonas como el estado de Bor. Allí, hospitales como el Bor State Hospital reciben más pacientes de los que pueden atender, mientras que madres esperan sentadas con sus hijos enfermos y sin esperanza.
Corrupción y negligencia: ¿quién se beneficia de la miseria?
El problema no es la falta de ayuda internacional. El flujo de dinero, víveres, medicamentos e incluso infraestructura enviada por agencias como UNICEF, el PMA, Cruz Roja y ACNUR ha sido constante. El verdadero problema radica en la gestión interna del país. La corrupción institucionalizada ha convertido los recursos humanitarios en un botín para las élites del poder.
En numerosas investigaciones (como la publicada por The Sentry en 2022), se ha documentado cómo los líderes sudsudaneses desvían fondos destinados a ayuda humanitaria a cuentas personales en el extranjero, mientras usan empresas fachada para lucrar con contratos emitidos por ONGs y agencias de ayuda. La impunidad reina, con una justicia que rara vez actúa contra los responsables.
El Estado, plagado de clientelismo y tribalismo político, no tiene capacidad para ofrecer servicios sociales. Las escasas escuelas o centros de salud que existen operan gracias a ONGs, misioneros o voluntarios internacionales. Sudán del Sur se ha convertido en un estado fallido sostenido artificialmente por la comunidad internacional.
La mujer sudsudanesa: resiliencia en medio del caos
El rol de las mujeres en esta crisis es fundamental. Muchos hombres han muerto en el conflicto, y otros han desaparecido o se han enrrolado en milicias. Por eso, las mujeres son cabezas de familia, líderes comunitarias, cuidadoras, fabricantes y comerciantes.
En Gendrassa y Batil, madres como Rebekah Nyekhor, de 31 años, cuidan solas de sus cinco hijos en refugios improvisados. Mujeres que lograron huir de la violencia ahora luchan contra el hambre, sin acceso a empleo ni oportunidades. Aun así, muchas se organizan en asociaciones para cultivar pequeñas parcelas o enseñar a coser a otras mujeres.
Y además, estas mujeres son la primera línea de defensa para sus hijos adolescentes —especialmente las niñas— contra riesgos como el reclutamiento forzado, violencia sexual o matrimonios infantiles, todos peligros incrementados ante la inestabilidad social.
¿Dónde está la solidaridad internacional?
A pesar de los más de 3.000 millones de dólares en ayuda humanitaria entregados desde 2013, los resultados son dramáticamente escasos. Parte de esto se debe a que no basta con asistencia emergente. Sudán del Sur necesita una labor de reconstrucción institucional a fondo, el desarrollo de capacidades locales y un plan serio de reconciliación nacional.
Países donantes han comenzado a mostrar fatiga. La guerra en Ucrania, el conflicto en Gaza y otras crisis internacionales han relegado la situación en el país africano a una esquina del debate global. Sudán del Sur compite por atención mediática y ayuda, pero rara vez gana.
No obstante, organizaciones como Médicos Sin Fronteras, Save the Children y el Consejo Noruego para Refugiados continúan trabajando sobre el terreno, en condiciones extremas. Los profesionales y voluntarios que allí arriesgan sus vidas creen que cada ración entregada, cada niño tratado, es una pequeña victoria en una guerra silenciosa contra el olvido.
Un marco para la esperanza: educación, paz y compromiso comunitario
El camino no está completamente cerrado. Algunos proyectos comunitarios en zonas relativamente estables como Yei han logrado algunos avances a través de la educación básica y formación de cooperativas agrícolas. Implementar estos ejemplos en todo el país es costoso, pero no imposible.
La paz, sin embargo, sigue siendo una condición sine qua non. El acuerdo de paz firmado en 2018, aunque ha reducido la intensidad del conflicto en algunas regiones, aún no ha demostrado efectividad suficiente: sigue habiendo enfrentamientos, divisiones entre los principales liderazgos y una falta de voluntad política real.
Sudán del Sur necesita presión internacional sostenida, monitoreo permanente y activación de mecanismos de justicia por crímenes cometidos. Urge también un replanteamiento de los modelos de ayuda, evitando la dependencia y fortaleciendo estructuras locales reales.
Testimonios que gritan en silencio
Cada fotografía de Caitlin Kelly en hospitales como Bunj y Bor, cada rostro infantil consumido, cada madre resignada, es un llamado a despertar. El mundo no puede permitir que millones de vidas se apaguen lentamente bajo la sombra de la indiferencia.
Como dijo Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para Refugiados: “Sudán del Sur es una de las crisis más olvidadas del mundo. Pero no está condenada al fracaso. Puede sanar, si dejamos de olvidar.”
La pregunta es: ¿lo haremos?