Insectos atrapados en el tiempo: el ámbar de Ecuador revela secretos del Cretácico
El hallazgo de insectos prehistóricos conservados en ámbar en Sudamérica abre una nueva ventana hacia la biodiversidad de hace 112 millones de años
En medio de un contexto de creciente interés por los orígenes de la vida en la Tierra, un descubrimiento arqueológico realizado en una cantera del Ecuador ha puesto a América del Sur en el mapa de los hallazgos fósiles más intrigantes del planeta. Por primera vez, científicos han encontrado insectos prehistóricos perennemente atrapados en ámbar sudamericano, revelando detalles fascinantes sobre un ecosistema que existió hace más de 112 millones de años, cuando los dinosaurios aún caminaban sobre la Tierra y las plantas con flores apenas comenzaban a expandirse.
Un hallazgo sin precedentes en el hemisferio sur
La mayor parte de los depósitos de ámbar fósil que conocemos hasta la fecha provienen del hemisferio norte, especialmente de regiones como Myanmar, República Dominicana, México y el Báltico. De hecho, durante más de un siglo los científicos se preguntaron por qué casi no existían vestigios similares en lo que fue la parte sur del antiguo supercontinente Gondwana.
Ese enigma ha comenzado a resolverse con el análisis de fragmentos de ámbar hallados en la cantera de Genoveva, ubicada en la zona andina del Ecuador, cerca de lo que actualmente es el borde de la cuenca amazónica. La investigación fue liderada por Fabiany Herrera, curador de plantas fósiles del Field Museum de Chicago, y publicada en la revista científica Communications Earth and Environment.
"Iba allí y me di cuenta de que este lugar es increíble. Hay tanto ámbar en las minas", declaró Carlos Jaramillo, coautor del estudio e investigador del Smithsonian Tropical Research Institute. Gracias a notas de campo geológicos conservadas desde hace años, el hallazgo pudo concretarse luego de una década de búsqueda.
Ventanas al pasado: lo que conserva el ámbar
El ámbar es, en esencia, resina de árbol fosilizada que inmoviliza minúsculos organismos del pasado. Es como una cápsula del tiempo de proporciones microscópicas. "El ámbar tiende a preservar cosas pequeñas", dijo David Grimaldi, entomólogo del American Museum of Natural History. Y estas cosas pequeñas son, en realidad, piezas gigantescas en el rompecabezas de la evolución.
Los fragmentos encontrados contienen escarabajos, avispas, moscas y hormigas, perfectamente conservadas en un contexto geológico de unos 112 millones de años, en pleno Cretácico Inferior. También se encontró polen, hojas y trazas de helechos y coníferas, muchas de las cuales ya no existen en la región amazónica.
Un ecosistema completamente diferente
Contrario a lo que podríamos imaginar hoy de una selva tropical húmeda y verde en la región amazónica, durante el Cretácico el paisaje era mucho más diverso. Incluía especies como el árbol del rompecabezas del mono (Monkey Puzzle Tree), característico del hemisferio sur y ahora limitado a zonas como Chile y Argentina.
“Era un tipo completamente diferente de bosque”, afirmó Herrera. Las plantas con flores, conocidas como angiospermas, ya comenzaban a dominar algunos ecosistemas, y los insectos despertaban un nuevo tipo de interacción: la polinización.
“Es el momento cuando la relación entre las plantas con flores y los insectos comenzó”, señaló Ricardo Pérez-de la Fuente, paleoentomólogo del Museo de Historia Natural de Oxford. Esa colaboración simbiótica, que sigue vigente en la naturaleza moderna, fue una de las claves evolutivas que permitieron que las plantas con flores se volvieran dominantes a nivel planetario.
Amberes del pasado: una rareza geológica
El ámbar del Cretácico es codiciado porque conserva versiones muy tempranas de organismos actuales. De ahí que encontrar ámbar en Sudamérica, y más aún con inclusiones biológicas, sea algo sumamente raro. Especialistas como Grimaldi han calificado estos pequeños hallazgos como “una conexión perdida en la evolución de los insectos y las plantas”.
El ámbar hallado en Ecuador proporciona no solo nueva información taxonómica sobre especies extintas de insectos, sino que también permite estudiar la evolución del comportamiento: cómo cazaban, se alimentaban o se reproducían, incluso cuáles eran sus posibles depredadores.
Impacto científico y futuro de las investigaciones
El proyecto apenas comienza. Se han recuperado cientos de fragmentos de ámbar —algunos tan pequeños como una uña—, y los científicos prevén seguir escaneándolos con tecnología de microtomografía para revelar estructuras internas sin dañarlos. Esto podría permitir analizar las alas de una mosca, las antenas de una avispa o hasta minúsculos pelos de escarabajos desconocidos.
Además, hay expectativas de descubrir la relación entre estos insectos y las plantas primitivas, así como sus interacciones con los climas de la época, los depredadores, e incluso rastros de ADN orgánico, lo cual sería revolucionario en el campo de la paleogenética.
¿Por qué es tan importante este hallazgo?
Más allá del valor científico, el descubrimiento reafirma que América del Sur jugó un papel esencial en la evolución de la vida terrestre, un aspecto frecuentemente ignorado debido a la escasa presencia de fósiles bien conservados en la región. Los ámbares de Ecuador abren la posibilidad de que existan muchos más yacimientos por descubrir en otras zonas del continente.
“Estos ámbares son pequeñas ventanas al pasado”, subrayó Pérez-de la Fuente. Y esas ventanas ahora nos muestran que Sudamérica fue un laboratorio evolutivo tan vital como sus contrapartes del norte, solo que aún estamos empezando a abrir la cortina.
Más allá del jurásico: el legado de los insectos del Cretácico
Mientras el mundo sigue fascinado por los dinosaurios, los fósiles de ámbar de Ecuador nos recuerdan que hubo otros protagonistas igualmente cruciales en la historia de la Tierra: los insectos. Sin ellos y su papel en la polinización, muchas de las plantas y frutos que hoy conocemos quizá jamás habrían existido.
“Lo que vemos bajo estos microscopios es realmente la base de la biodiversidad que disfrutamos hoy”, dijo Herrera. Y esas bases están ahora mejor comprendidas, gracias a una resina milenaria que esperó más de cien millones de años para contar su historia desde un rincón olvidado de los Andes ecuatorianos.
La investigación continúa, y con cada nuevo fragmento que se analiza, la historia del planeta se reconstruye con más detalle y precisión. Lo que antes era un misterio enterrado en roca, hoy es una fuente de conocimiento invaluable para comprender quiénes fuimos... y hacia dónde podría llevarnos la vida en la Tierra.