Mujeres del manglar: resistencia y esperanza en las granjas de ostras de Ghana
La historia de cómo las mujeres de Tsokomey luchan contra el cambio climático y la crisis económica para preservar una tradición milenaria
En la pequeña comunidad de Tsokomey, a las afueras de Acra, la capital de Ghana, mujeres como Beatrice Nutekpor se abren paso todos los días entre raíces de manglares para cosechar ostras. Es una escena cotidiana, pero también un acto de resistencia. Con 45 años, Nutekpor lleva tres décadas dedicada a esta práctica, que heredó de su madre y anhela transmitir a su hija.
La joya de los manglares: más que solo ostras
Para muchos, las ostras no son más que un manjar exótico. Pero en Ghana, representan mucho más. En las zonas costeras, especialmente en Tsokomey, las ostras son sinónimo de sustento, tradición e identidad cultural. Las mujeres han sido las principales guardianas de esta práctica durante generaciones.
El cultivo de ostras aquí no se basa en sofisticadas infraestructuras o tecnología avanzada. Se apoya en ecosistemas naturales y conocimientos transmitidos entre generaciones. Y el corazón de todo esto son los manglares.
El papel crucial de los manglares
Los manglares —árboles y arbustos que crecen en las costas tropicales— desempeñan un rol fundamental en la cría de ostras. Sus raíces aéreas ofrecen refugio y soporte para la fijación de moluscos, protegen la costa de la erosión y son clave para múltiples especies acuáticas.
Según datos de organizaciones como Ramsar, más del 80% de los manglares originales en África Occidental han desaparecido en el último siglo debido al cambio climático y a la expansión urbana. En Ghana, las cifras son alarmantes, aunque los registros exactos siguen siendo insuficientes.
El impacto del cambio climático y las políticas globales
El aumento del nivel del mar, la salinización del suelo y las lluvias irregulares están alterando radicalmente estos ecosistemas. Pero no es solo el clima: las decisiones políticas también pasan factura.
El fin de la financiación estadounidense —tras decisiones tomadas durante el mandato de Donald Trump para cortar contratos de ayuda exterior— dejó a las mujeres de Tsokomey sin el respaldo técnico y formativo de la organización Development Action Association (DAA), que promovía prácticas sostenibles como la reforestación del manglar y la recolección selectiva de ostras.
Lydia Sasu, directora ejecutiva de la DAA, afirmó en 2025 que las consecuencias ya son visibles: “Este año se han recolectado muchas menos ostras que el anterior”.
Cosecha difícil, trabajo incansable
Una cubeta de ostras, laborosamente recolectadas, se vende a unos 47 cedis ghaneses, el equivalente a 4 dólares. No es mucho, pero alcanza para alimentar a una familia y pagar la escolarización de los hijos.
Cuando faltan raíces de manglares donde los moluscos puedan fijarse, migran a aguas más profundas. Las mujeres deben bucear hasta nueve metros sin equipo profesional, arriesgándose a ahogarse para continuar con la faena. “Cuando el cuerpo de agua se vuelve más dinámico de lo habitual, los ostras no pueden crecer”, explicó el profesor Francis Nunoo, experto en ciencias pesqueras de la Universidad de Ghana.
Organización comunitaria: reglas hechas por y para ellas
A pesar del abandono institucional, las mujeres no se han rendido. En el seno de grupos autogestionados como el Densu Oyster Pickers Association, han establecido reglas para proteger el ecosistema. Cualquiera que tale manglares fuera del calendario autorizado pierde sus ostras. Si reincide, es denunciado ante la policía local.
“La dependencia de la población costera en estos ecosistemas es muy alta… la tasa de destrucción es mayor que la de regeneración. Estamos en riesgo de perder especies y vidas humanas”, advirtió nuevamente Nunoo.
Resiliencia femenina: una lucha generacional
Este trabajo, casi exclusivamente femenino, demanda un esfuerzo físico agotador: largas horas bajo el sol, recolección manual, limpieza, cocción y conservación. Pero para mujeres como Bernice Bebli, de 39 años, el sacrificio merece la pena: “Lo hacemos por nuestros hijos y por las generaciones futuras”.
Bebli también enfatiza otro aspecto fundamental: la soberanía alimentaria. “El agua es nuestro sustento”, concluye.
Esperanza sembrada entre raíces
Algunas buenas noticias también emergen. El arduo trabajo de replantación empieza a dar frutos. “Las ostras han comenzado a pegarse a los manglares que sembramos”, relata con entusiasmo Nutekpor.
Para ella, continuar esta tradición es una promesa hecha a su madre y a su hija. “Así como mi madre me enseñó este oficio, yo quiero enseñárselo a mi hija. Para que cuando tenga su propio hijo, también lo comparta. Así, la granja de ostras seguirá siendo nuestro negocio familiar.”
Lo que está en juego
Detrás de cada ostra vendida en Tsokomey hay un relato de resistencia ante el cambio climático, de abandono por parte de potencias que antes financiaban estos proyectos, y de mujeres que, pese a todas las adversidades, siguen apostando por su tierra, sus tradiciones y sus familias.
El futuro de las granjas de ostras en Ghana está ligado indisolublemente al de los manglares. Restaurarlos no es solo una necesidad ecológica, sino también social y económica. Las políticas globales deben volverse a alinear con el bienestar local. Y, sobre todo, el mundo debe aprender del poder de la comunidad y el liderazgo femenino que florece entre raíces y agua salada.
“La sostenibilidad no puede lograrse sin incluir experiencias como las de estas mujeres, que enfrentan la crisis ecológica con sabiduría ancestral y determinación diaria.”