¿Es el antifascismo terrorismo? El polémico camino de Orbán y Trump hacia la criminalización ideológica

Hungría quiere seguir el ejemplo de EE.UU. al declarar a Antifa como organización terrorista, en una decisión cargada de debate político, jurídico y democrático

¿Qué tienen en común Donald Trump y Viktor Orbán? Más allá de su retórica populista, ambos líderes están decididos a enfrentar un enemigo común: Antifa. Uno lo hace desde Washington (o aspira a volver allí) y el otro desde Budapest, gobernando una nación donde ha mantenido el poder casi sin interrupciones durante más de 15 años.

La decisión del primer ministro húngaro de seguir el anuncio de Trump reconociendo a Antifa como una organización terrorista ha desatado alarmas internacionales, controversias diplomáticas e interrogantes sobre la legitimidad de declarar "terrorista" a lo que muchos ven como una ideología heterogénea de resistencia antifascista.

¿Qué es realmente Antifa?

Antifa, abreviatura de "antifascista", no es una organización con estructura formal, liderazgo centralizado o planes estratégicos unificados. Es, más bien, una etiqueta que aglutina a activistas y movimientos identificados con la resistencia contra el fascismo, el racismo, el neonazismo y, en algunos casos, la brutalidad policial o formas de autoritarismo estatal.

El término tiene sus raíces en la Alemania de los años 30, con los movimientos comunistas y anarquistas que luchaban contra el ascenso de Hitler. Hoy, sin embargo, se ha vuelto una palabra comodín que ciertos sectores políticos —particularmente de derecha— usan para etiquetar a cualquier activismo radical o rebelde contra el poder formal.

Orbán: una batalla ideológica más allá de las fronteras

Viktor Orbán anunció el viernes 19 de septiembre que Hungría replicará la política de Trump y designará a Antifa como una organización terrorista. "Antifa es una organización terrorista, también en Hungría es hora de clasificarla como tal siguiendo el modelo estadounidense", declaró el líder húngaro en una entrevista radial.

Esta decisión ha sido interpretada como un intento de Orbán de reforzar su guerra cultural contra el progresismo europeo, las ONG, los activistas de derechos humanos y lo que él llama "el imperio liberal".

Antifa en Hungría: ¿una amenaza real o un enemigo imaginario?

En Hungría, los grupos antifascistas tienen una presencia mínima. Desde hace más de una década, Fidesz, el partido de Orbán, ha controlado el poder con férrea disciplina y una oposición debilitada. Sin embargo, Orbán justifica su decisión en un incidente específico: la paliza propinada en 2023 por activistas antifascistas a simpatizantes de un evento de extrema derecha en Budapest.

Una de las personas involucradas fue Ilaria Salis, activista italiana detenida por más de un año en condiciones que generaron tensiones diplomáticas entre Roma y Budapest. Salis fue puesta bajo arresto domiciliario en 2024 y posteriormente obtuvo un escaño en el Parlamento Europeo, lo que le otorgó inmunidad parlamentaria.

Orbán expresó su molestia ante este desenlace: "Vinieron a Hungría, golpearon pacíficamente a gente en la calle, y después se convirtieron en eurodiputados desde donde ahora nos dan lecciones sobre el estado de derecho", criticó en tono sarcástico.

La paradoja democrática: ¿quién decide qué es terrorismo?

El terrorismo, por definición, implica el uso sistemático del terror o la violencia para fines políticos. Sin duda, han existido casos donde individuos identificados como antifascistas han recurrido a tácticas agresivas, pero declarar todo el movimiento como terrorista, sin una estructura organizacional o liderazgo claro, plantea serias dudas judiciales y éticas.

Numerosos expertos coinciden en que se trata más bien de un ideario que no puede encasillarse dentro del Derecho Penal clásico.

"Esto es como declarar terrorista una filosofía. Sería como proclamar criminal al anarquismo o al comunismo por completo. Es jurídicamente irresponsable y políticamente peligroso", advierte el analista político danés Jakob Mathiassen.

Trump y la lucha contra Antifa desde EE.UU.

Donald Trump ya había declarado su intención de designar a Antifa como "organización terrorista" durante las protestas antirracistas de 2020 tras el asesinato de George Floyd. Su movida fue aplaudida por votantes republicanos e imitadores ideológicos como Orbán.

Sin embargo, expertos estadounidenses señalaron que la Ley Patriota y otras regulaciones federales dificultan enormemente la designación de entes nacionales como terroristas si no cumplen con los criterios de organización estructurada.

Para Homeland Security, Antifa no es considerada una amenaza terrorista formal. Un informe del FBI desestimó su peligrosidad sistémica y alertó sobre los riesgos de perseguir ideologías políticas bajo la bandera antiterrorista.

La estrategia autoritaria: deslegitimar a la disidencia

No es casual que la mayoría de los líderes que tratan a movimientos como Antifa de terroristas sean justamente aquellos que enfrentan críticas por su autoritarismo. Silenciar la disidencia bajo el pretexto del terrorismo no es una estrategia nueva: lo han hecho Erdogan en Turquía, Putin en Rusia y líderes de regímenes africanos y árabes. Ahora, se suma la Hungría de Orbán.

Separar la violencia puntual de una ideología más vasta es difícil en sociedades polarizadas. Pero criminalizar a quienes se oponen al poder desde la izquierda o alzan la voz contra el racismo estructural crea un precedente peligroso: el de usar la ley como arma ideológica.

La respuesta europea al caso Salis

La liberación de Ilaria Salis por inmunidad parlamentaria no solo desató la ira de Orbán, sino también un debate en el Parlamento Europeo sobre el uso de la prisión preventiva en Hungría y las denuncias de tratos degradantes a activistas.

Estamos siendo testigos de cómo Hungría intenta ajustar cuentas políticas a través del sistema penal. Esto atenta contra los principios del proyecto europeo”, declaró la eurodiputada alemana Cornelia Ernst (Die Linke).

El gobierno húngaro, por su parte, insiste en que los asaltantes antifascistas causaron heridas graves a simpatizantes del evento y que merecen un castigo ejemplar.

Un precedente para Europa del Este

¿Seguirán otros países el ejemplo de Hungría y Estados Unidos? La historia demuestra que la retórica populista es contagiosa. En países como Polonia, Eslovenia o incluso Eslovaquia —donde también emergen narrativas ultraconservadoras— se han hecho llamados a “vigilar de cerca” a los movimientos de izquierda radical.

No obstante, organismos como la Comisión de Venecia del Consejo de Europa y Human Rights Watch han alertado contra toda medida que confunda oposición ideológica con terrorismo.

¿Fin justifica los medios?

Lo que queda en el aire es una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto los gobiernos están dispuestos a manipular el Derecho Penal para sofocar la crítica y consolidar su narrativa política?

No se trata solo de Antifa. Se trata de establecer si la lucha democrática acepta pluralidad, incluso cuando esta deviene incómoda o disruptiva, o si optará por definir enemigos según conveniencia política.

En palabras del jurista húngaro Gábor Halmai:

“El argumento de la seguridad nacional no debe usarse como excusa para criminalizar la protesta o la ideología. Eso sólo nos lleva hacia la autocracia disfrazada de legalidad.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press