¿Se está desmoronando la comedia nocturna? La guerra cultural y el futuro incierto de los late night shows
Tras décadas como pilares de la cultura televisiva, los late night shows enfrentan cancelaciones, disputas políticas y un público dividido: ¿estamos ante el ocaso del entretenimiento nocturno?
La televisión nocturna en Estados Unidos atraviesa uno de sus momentos más críticos. Lo que en el pasado fueron espacios universales de entretenimiento con figuras como Johnny Carson y David Letterman, hoy son escenarios de guerras culturales, despidos polémicos y un entorno digital voraz que reduce audiencias tradicionales mientras multiplica las vistas de clips en redes sociales.
Un arte en peligro de extinción
Según una encuesta reciente del Centro NORC de Investigación de Asuntos Públicos, solo un 25% de los estadounidenses afirman ver un programa nocturno de comedia al menos una vez al mes. En contraste, un 60% admite haber visto clips sueltos en línea durante el último año. Este cambio de hábito refleja una transformación de fondo: el consumo fragmentado y personalizado de contenido digital aleja al público del formato clásico de una hora en televisión.
Pero más allá del formato, hay una batalla política que polariza al público. La cancelación del programa de Stephen Colbert y la suspensión de Jimmy Kimmel desataron reacciones contrastantes, especialmente desde sectores conservadores, incluyendo al expresidente Donald Trump, quien ha pedido que se despida a otros presentadores. Todo esto forma parte de una guerra por el control del relato cultural en los medios.
¿Por qué molesta la comedia política?
La crítica conservadora hacia los late night shows podría parecer nueva, pero en realidad es una tendencia en evolución. Ben Majetich, extelevidente de 61 años de Washington, recuerda con nostalgia los días en que los monólogos nocturnos bromeaban sobre todos por igual:
“Eran muy buenos antes, cuando hablaban de noticias actuales sin importar a quién criticaban. Todos podían reírse. No era cruel ni cortante. Ahora es casi malintencionado en una sola dirección”.
Y tiene un punto. La sátira ha dejado de lado, en ciertos casos, el equilibrio y se ha convertido en comentario político directo. Stephen Colbert, por ejemplo, ha cargado duramente contra el trumpismo; Jimmy Kimmel ha sido crítico frontal en temas de salud pública y armas; mientras Seth Meyers ha llevado la crítica política a análisis profundidad en segmentos como "A Closer Look".
Eso agrada a un sector de la audiencia: los votantes demócratas. El mismo estudio de NORC indica que aproximadamente un 50% de los votantes demócratas consume estos contenidos mensualmente, frente a apenas el 20% de republicanos o independientes. La ideología influye claramente en qué se consume y cómo se percibe.
El ocaso de una era televisiva
Johnny Carson, considerado el rey de la televisión nocturna, tenía un promedio de 9 millones de espectadores cada noche en la década de 1980. En cambio, Stephen Colbert, el mejor posicionado en años recientes, apenas superaba los 2.5 millones antes de su cancelación. Esta pérdida de relevancia es sintomática de una tendencia mayor: los consumidores migran hacia contenido personalizado, on demand.
Como señala el experto en medios Brian Stelter:
“La televisión nocturna ya no es una cita obligada. Es un evento después del hecho. Lo vemos en YouTube o TikTok el día siguiente, en lugares fragmentados que eliminan el contexto tradicional del programa completo”.
Este consumo fragmentado crea más ruido informativo, pero también debilita el alcance universal del humor. Un chiste que se viraliza en Twitter puede generar tendencias y polémicas, pero no construye fidelidad como hacía una rutina semanal de Letterman o Leno.
Los jóvenes quieren otra cosa
Uno de los hallazgos más claros del estudio: los consumidores jóvenes prefieren los clips cortos. Alrededor del 70% de los menores de 30 años ha visto al menos un clip de un show nocturno en el último año, mientras que apenas el 56% de los mayores de 60 puede decir lo mismo. La diferencia generacional es crítica, especialmente cuando se trata de atraer a nuevas audiencias.
Para la Generación Z y los millennials, personajes como John Oliver, Trevor Noah o incluso influencers como Hasan Minhaj o Ziwe son más accesibles en Instagram y YouTube que en una franja horaria de cable que simplemente no consumen.
El humor, ¿arma o antídoto?
El verdadero dilema de late night no es solo su audiencia menguante ni sus problemas económicos. Es su lugar en la conversación cultural. ¿Debe limitarse a entretener o puede ser plataforma para el discurso político?
John Burns, un independiente de Oregon, lo deja claro al defender a Stephen Colbert y su estilo inteligente:
“Odio perder esas voces que nos hacen reír de nosotros mismos. Es parte de lo que hace a Estados Unidos lo que es”.
La comedia, tradicionalmente, ha sido un espacio seguro para cuestionar el poder. Desde los monólogos de Lenny Bruce hasta los discursos ácidos de George Carlin, la sátira ha sido un espejo de la sociedad. Pero hoy, ese espejo parece reflejar solo a medio país.
¿Es posible volver al equilibrio?
Cyndi Christner, republicana de 70 años, lo resume con claridad:
“Antes me gustaban estos shows porque eran entretenidos. Ahora son feos y no me hacen reír. Han dejado de ser para todos”.
Ese “para todos” es clave. La nostalgia por un humor menos político y más generalista no es infundada. Muchos extrañan al comediante que hacía reír sin importar si uno era demócrata o republicano.
¿Podrían los nuevos presentadores recuperar ese espíritu? ¿O acaso la televisión de noche debe asumir su nueva identidad como espacio de resistencia progresista, sabiendo que eso ahuyentará a parte del país?
Una industria en tierra de nadie
Mientras tanto, la industria enfrenta retos más allá de lo ideológico. Los costos de producción suben, el patrocinio decae y los modelos de distribución cambian. Ya no basta tener buenos guionistas; ahora se necesitan métricas digitales, segmentación algorítmica y presencia constante en redes sociales.
Jimmy Fallon, por ejemplo, sigue relativamente ajeno a la controversia política y su estilo más “ligero” le ha permitido mantenerse más neutral. Pero incluso él ha sufrido descensos en ratings. Solo con viralidad no se paga una producción de 100 personas.
Ni hablar de los nuevos actores en esta escena, como shows independientes en YouTube o pódcast satíricos como Pod Save America, que canalizan lo que antes eran exclusividades televisivas.
¿Tiene futuro el late night?
Aunque muchos analistas hablan del fin de los programas nocturnos tal como los conocíamos, otros ven una oportunidad de reinvención. El modelo semanal, variado y multiplataforma de John Oliver podría marcar la pauta; la sátira militante de Samantha Bee o el humor caótico de Eric Andre ofrecen alternativas radicales que conectan con nichos bien definidos.
Lo cierto es que ningún modelo funciona universalmente. La televisión de noche se ha fragmentado tanto como la sociedad que pretende retratar. Y reconstruir un espacio común —si es que alguna vez existió realmente— es una tarea titánica en plena era de polarización, fake news y algoritmos ideológicos.
Quizás como dijo Nathaniel Rateliff al hablar de cómo la música une incluso a votantes de Sanders y Trump:
“Lo que hace el arte es crear una experiencia común para que todos podamos examinarnos colectivamente y ver cuánto nos parecemos”.
Tal vez, ese debería ser el verdadero propósito de los programas nocturnos: no solo reír, sino reunir.