El viento en contra: Trump, la energía eólica y el futuro incierto de los parques marinos en EE.UU.
La nueva ofensiva del expresidente Donald Trump contra los proyectos eólicos marinos podría redibujar el panorama energético del país y frenar una transición clave hacia energías limpias.
Una cruzada política contra el viento
Durante su mandato, Donald Trump ya había dejado clara su poca simpatía por la energía eólica. La llamaba "fea", "ruidosa" e "ineficiente". Ahora, en su nuevo periodo presidencial, lo que fue retórica se ha transformado en política activa: la administración Trump ha emprendido una ofensiva sistemática contra los proyectos de energía eólica marina.
Esta semana, el gobierno, a través de la Oficina de Gestión de Energía Oceánica (Bureau of Ocean Energy Management o BOEM), presentó una moción en corte federal para revocar la aprobación del plan de construcción y operaciones del parque eólico SouthCoast Wind, situado a unos 37 km al sur de Nantucket, Massachusetts.
El proyecto busca instalar hasta 141 turbinas que podrían generar electricidad limpia para aproximadamente 840.000 hogares de Massachusetts y Rhode Island. Sería uno de los avances más representativos hacia la transición energética de esa región.
Una política energética bajo tierra
La decisión de Trump de frenar este proyecto y otros similares contrasta drásticamente con la política energética de la administración Biden, que aprobó 11 grandes proyectos eólicos marinos encaminados a alimentar energéticamente a más de 6 millones de hogares.
No se trata de un caso aislado. La administración Trump ha:
- Cancelado permisos previamente otorgados
- Paralizado construcciones ya iniciadas
- Retirado $679 millones en fondos federales previamente asignados
- Detenido la venta de áreas federales para nuevos proyectos eólicos marinos
Para algunos analistas, esta ofensiva representa el mayor retroceso federal frente a las energías renovables en décadas.
El caso SouthCoast Wind: ¿una alerta para inversores globales?
El SouthCoast Wind había obtenido la aprobación de BOEM el 17 de enero de 2025, apenas tres días antes del inicio formal del segundo mandato de Trump. Sin embargo, el nuevo gobierno solicitó reabrir el análisis del impacto ambiental del proyecto alegando que "podría no haber cumplido completamente con la ley" y que es necesario hacer una “revaluación adecuada”.
La empresa responsable, Ocean Winds, anunció que defenderá vigorosamente sus permisos en tribunales, advirtiendo que los Estados Unidos “se están volviendo un mercado inestable para los proyectos energéticos eólicos offshore”.
"El otorgamiento estable de permisos debería ser una prioridad para quienes realmente desean ver inversiones sostenidas en Estados Unidos," sostuvo Ocean Winds en un comunicado.
Impacto laboral y económico: ¿cuatro pasos atrás?
Además del impacto ambiental y energético, la ofensiva afecta empleos e inversiones ya comprometidas. Jason Walsh, director ejecutivo de BlueGreen Alliance —coalición que une sindicatos y grupos ambientales—, expresó:
“Trump está amenazando empleos bien remunerados mientras persigue su absurda venganza contra la energía eólica offshore”.
Según la American Clean Power Association, los proyectos eólicos marinos actualmente planificados en EE.UU. podrían generar aproximadamente 83.000 empleos directos e indirectos hasta 2030. Muchos de estos puestos están en construcción, logística y mantenimiento.
Otros frentes atacados: Maryland, Nueva Jersey y Nueva Inglaterra
SouthCoast no es el único proyecto en la mira. El Departamento del Interior pidió recientemente a un juez en Baltimore revocar la aprobación federal otorgada al proyecto Maryland Offshore Wind, impulsado por la empresa U.S. Wind para construir hasta 114 turbinas con capacidad de alimentar a más de 718.000 hogares.
También se está reconsiderando el permiso para el parque New England Wind. Además, ya se revocó la autorización para Atlantic Shores, en Nueva Jersey.
Algunos proyectos paralizados enfrentan incertidumbre legal e incluso intervención diplomática: la firma danesa Ørsted, en parte propiedad del gobierno de Dinamarca, ha suspendido temporalmente su megaproyecto Revolution Wind, que construiría turbinas para Rhode Island y Connecticut.
¿Un EE.UU. menos atractivo para las renovables?
La comunidad internacional de inversores no ha tardado en reaccionar. Kristoffer Svendsen, subdecano de derecho energético en George Washington University, advirtió que la situación:
“hará que muchos desarrolladores consideren a Estados Unidos como una apuesta demasiado arriesgada frente a otros mercados europeos o asiáticos más previsibles.”
Países como Reino Unido, Alemania y China han mantenido una política favorable y sólida hacia la energía eólica marina, generando ecosistemas industriales robustos y empleo calificado a largo plazo.
Estados Unidos parecería ahora estar retrocediendo en una carrera global en la que, por años, ya estuvo rezagado.
La importancia estratégica de la energía eólica marina
La energía eólica marina no solo representa una promesa ambiental. También garantiza independencia energética, menor dependencia de combustibles fósiles importados, y puede convertirse en un motor económico regional.
Según la Oficina de Energía Marina Renovable (OREP, por sus siglas en inglés), los proyectos actuales de energía eólica offshore podrían reducir más de 78 millones de toneladas métricas de CO₂ al año—equivalente a sacar 17 millones de autos de circulación.
Además, cada gigavatio de energía eólica marina instalado puede generar entre 4.000 y 6.000 empleos. Con los ambiciosos objetivos trazados por la administración Biden antes de dejar el cargo —30 GW para 2030— se proyectaban más de 80.000 puestos de trabajo.
¿Una nueva batalla ideológica?
Más allá de permisos, regulaciones e impactos ambientales, la disputa en torno a la energía eólica se ha transformado en un nuevo campo de batalla político en EE.UU., uno en el que energías limpias son vistas como banderas de “la izquierda ambientalista” y las fuentes tradicionales como el bastión de “la América tradicional”.
Se trata de una narrativa peligrosa. El futuro energético del país —y del planeta— no debería depender de las modas ideológicas de turno. Las decisiones a corto plazo que frenan procesos ya iniciados pueden tener consecuencias económicas, laborales y ambientales difíciles de revertir.
Como ha señalado el economista y Premio Nobel Paul Krugman:
“En política energética, como en economía, la incertidumbre regulatoria puede matar incluso las mejores ideas.”
Uno de los riesgos más altos de retroceso climático
La aceleración del cambio climático obliga a redoblar esfuerzos en la sustitución de fuentes fósiles. La energía eólica marina, pese a sus complejidades logísticas y altos costos iniciales, es una de las pocas alternativas viables a corto y mediano plazo para descarbonizar sectores esenciales como la industria y el transporte.
El regreso de un enfoque basado en petróleo y gas como única solución energética no solamente posterga la transición energética: compromete la credibilidad de EE.UU. como líder climático global.
Mientras Europa y Asia siguen adelante en la carrera por las renovables, el gigante norteamericano enfrenta un nuevo dilema: seguir alimentando una cruzada ideológica contra el viento o aprovechar su enorme potencial de liderazgo energético renovable.