Censura, tensiones y control narrativo: el triángulo peligroso entre EE. UU., Venezuela y el periodismo

La eliminación del canal de Maduro, la escalada militar en el Caribe y nuevas restricciones al periodismo en el Pentágono revelan una lucha silenciosa por el control de la narrativa

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¿Qué pasa cuando el poder decide quién tiene derecho a hablar, quién puede ser escuchado y quién no? Esta pregunta cobra una urgencia particular con la serie de eventos recientes que involucran a Venezuela, Estados Unidos y la libertad de prensa. El cierre del canal de YouTube del presidente venezolano Nicolás Maduro, la intensificación militar en el Caribe por parte de EE. UU. y las nuevas restricciones impuestas a la prensa en el Pentágono son piezas de un rompecabezas que muestra una preocupante tendencia mundial: el reforzamiento del control sobre la información en tiempos de tensión política.

El apagón digital de Maduro: ¿censura o consecuencia?

La noche del viernes, desapareció de YouTube el canal oficial del presidente venezolano Nicolás Maduro, que contaba con más de 200,000 suscriptores y se dedicaba a difundir discursos y programas oficiales. La cadena estatal Telesur denunció en la red social X (antes Twitter) que la eliminación fue “sin justificación”.

Aunque Google —propietaria de YouTube— no ha ofrecido comentarios oficiales, en su sitio web establece que elimina cuentas por violaciones reiteradas a sus normas comunitarias, que incluyen desinformación, discursos de odio o interferencia en procesos democráticos.

¿Este cierre es parte de una política coherente basada en reglas? ¿O se trata, más bien, de un acto de silenciamiento unilateral contra una figura incómoda para Occidente?

Para muchos observadores, más allá de simpatías políticas, la medida levanta suspicacias sobre los criterios usados por las plataformas digitales para eliminar canales. ¿Son transparencias suficientes? ¿Hay independencia o intervenciones políticas detrás de las decisiones?

Una historia de tensiones: Venezuela vs. EE. UU.

Estas preguntas adquieren mayor relevancia considerando el actual contexto geopolítico. La relación entre Venezuela y Estados Unidos ha sido extremadamente tensa en la última década. En 2020, un tribunal federal de Nueva York acusó formalmente a Maduro de conspirar para traficar cocaína a EE. UU., y el gobierno estadounidense duplicó la recompensa por su captura a 50 millones de dólares.

El reciente despliegue de ocho buques de guerra estadounidenses, aviones de combate y 2,000 marines en el sur del Caribe ha sido presentado por el Pentágono como parte de una misión antidrogas. No obstante, Venezuela ha calificado la acción como una agresión imperialista y una amenaza a su soberanía.

En lo que va de la operación militar, la Armada estadounidense ha destruido tres lanchas rápidas supuestamente cargadas con drogas y más de una docena de personas han muerto en el operativo. Este tipo de presencia militar tan cercana al territorio venezolano recuerda a la doctrina de la intimidación naval, una estrategia que históricamente EE. UU. ha empleado para presionar a gobiernos adversos en América Latina.

Control narrativo en el Pentágono: la prensa bajo fuego

La preocupación por el control de la narrativa no se limita al ámbito internacional. En el interior de EE. UU., el Departamento de Defensa ha implementado una nueva política que obliga a los periodistas acreditados a firmar una declaración de confidencialidad. Esto, incluso antes de tener acceso a información que ni siquiera es clasificada.

Según el documento oficial de 17 páginas, cualquier información, aún si no es confidencial, debe ser autorizada para su divulgación por un funcionario relevante. La medida ha sido calificada por entidades como la Sociedad de Periodistas Profesionales (SPJ) como “una amenaza grave a la libertad de prensa”.

Mike Balsamo, presidente del Club Nacional de Prensa, fue tajante:

“Si las noticias sobre nuestro ejército deben ser aprobadas previamente por el gobierno, entonces el público ya no recibe información independiente, sino solo lo que los funcionarios quieren que vea”.

Estas nuevas restricciones surgen poco después de varios errores por parte del Pentágono. Uno de ellos incluyó al editor de The Atlantic en un chat de Signal donde el secretario de Defensa, Pete Hegseth, discutía planes de ataque con Yemen. A esto se sumó una filtración a The New York Times sobre una supuesta sesión informativa de seguridad para Elon Musk, que luego fue cancelada.

Pete Hegseth: un portavoz inflexible

El secretario de Defensa Hegseth, figura del entorno mediático conservador, ha sido claro en su desprecio a la prensa independiente. En X, publicó:

“La prensa no dirige el Pentágono. El pueblo lo hace. Ya no pueden deambular libremente por una instalación segura. Usen acreditaciones y sigan las reglas, o váyanse a casa”.

Más allá de la retórica, la administración de Trump ha estado endureciendo su postura frente a la prensa desde su primer mandato. Ahora, con estas limitaciones en el Departamento de Defensa, parece llevar la tensión al extremo al colocar la seguridad nacional como excusa para imponer controles informativos inéditos.

¿Estamos ante una nueva era de censura digital y estatal?

Estas historias, aparentemente desconectadas, iluminan un fenómeno más amplio: el retroceso preocupante de la transparencia y la libre información. Desde la censura de Maduro en YouTube, pasando por los despliegues militares, hasta las restricciones a la prensa estadounidense, emerge un patrón común: los gobiernos buscan moldear la narrativa.

  • Maduro controla medios oficiales en Venezuela, pero pierde poder en plataformas extranjeras.
  • Estados Unidos promueve “transparencia democrática”, pero restringe el acceso de la prensa a sus instituciones más críticas.
  • Ambas partes invierten fondos, soldados y tiempo en ganar no solo el territorio físico, sino el dominio informativo.

En 2022, Reporteros Sin Fronteras advirtió que solo el 8% de la población mundial vivía en lugares donde la prensa era considerada libre. En 2025, esa cifra posiblemente sea aún menor.

¿Se puede confiar en la información durante tiempos de conflicto?

Cuando la narrativa es tan cuidadosamente gestionada, el ciudadano común queda atrapado en el medio. El apagón comunicativo impide no solo la opinión crítica, sino también la democracia sustentada en hechos. Recordemos lo que decía el periodista y pensador estadounidense Walter Lippmann:

“Una democracia no funciona con un público ignorante, sino con ciudadanos informados. El control de la información es el primer paso hacia la manipulación de la voluntad popular.”

En un mundo donde los misiles, los algoritmos y los comunicados de prensa conviven en un mismo escenario, el acceso libre a la información veraz es más urgente que nunca.

Un grito global por la libertad presiona desde dentro y fuera

Ya no se trata únicamente de lo que ocurre fuera del país, sino dentro. Lo que Estados Unidos critica en los gobiernos autoritarios —censura, propaganda, represión de prensa— está tomando una inquietante forma institucional dentro de sus propias estructuras.

La ironía es evidente, y debería servir como advertencia. Si el país que históricamente ha abogado por la libertad de expresión ahora inicia un camino hacia la opacidad informativa, ¿quién quedará para dar el ejemplo?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press