El juego geopolítico de la provocación: Rusia, la OTAN y el nuevo tablero europeo
Las violaciones del espacio aéreo, las maniobras diplomáticas de los talibanes y el auge de la extrema derecha en Europa revelan un continente en tensión y una comunidad internacional fracturada
Europa y Asia Central están viviendo una serie de eventos que, aunque aparentemente desconectados, indican un patrón inquietante: el resquebrajamiento del orden internacional posterior a la Guerra Fría. El reciente incidente en el que cazas rusos violaron el espacio aéreo de Estonia, la liberación de una pareja británica detenida en Afganistán por el régimen talibán y las protestas violentas en Países Bajos reflejan un juego geopolítico más amplio donde se desafía el equilibrio global. Este artículo propone un análisis de estos eventos interrelacionados y sus implicaciones para la seguridad regional e internacional.
Violación del espacio aéreo estonio: el desafío ruso a la OTAN
El viernes 13 de octubre, tres aviones de combate rusos cruzaron sin permiso el espacio aéreo de Estonia, miembro de la OTAN desde 2004. La respuesta no se hizo esperar: cazas italianos, destacados por la misión de policía aérea del Báltico de la OTAN, interceptaron a los invasores, quienes ignoraron las señales y maniobras para forzarlos a salir de la zona aérea restringida.
El Ministerio de Defensa ruso negó la incursión, alegando una narrativa ya familiar para las diplomacias occidentales. Por su parte, un alto funcionario militar estonio confirmó el suceso mediante radar y contacto visual, sugiriendo que estas provocaciones buscan desviar recursos occidentales de la defensa de Ucrania.
Este incidente no es aislado. El 10 de septiembre, aproximadamente 20 drones rusos fueron detectados en el espacio aéreo polaco. Tales acciones apuntan a una estrategia de tensión híbrida según analistas, que combina ciberguerra, desinformación y provocaciones militares, buscando erosionar la cohesión dentro de la alianza atlántica.
Afganistán y el retorno de la diplomacia talibán
En un giro menos agresivo pero igualmente inquietante, el viernes 13 de octubre los talibanes liberaron a Peter y Barbie Reynolds, una pareja británica de 80 y 76 años respectivamente, que había vivido en Afganistán durante 18 años. Fueron arrestados en febrero bajo cargos no revelados y retenidos en una prisión de máxima seguridad durante casi ocho meses.
Su liberación fue negociada con mediación de Qatar y representa parte de una estrategia más amplia de los talibanes para obtener reconocimiento internacional y reactivar ayudas que desaparecieron tras su regreso al poder en 2021. Según informes, también han liberado recientemente a George Glezmann, un turista estadounidense secuestrado.
La situación humanitaria es desoladora: la ayuda internacional se ha reducido drásticamente, exacerbando crisis económicas y naturales como el terremoto de magnitud 6 que azotó la región el 31 de agosto. A pesar de ello, Occidente mantiene su rechazo a financiar al régimen por las severas restricciones impuestas a mujeres y minorías.
Violencia ultraderechista en Países Bajos: la radicalización europea
La tensión no se limita al Este. En Países Bajos, una manifestación de extrema derecha realizada el 14 de octubre degeneró en disturbios violentos. Los manifestantes, muchos de ellos vestidos de negro y portando banderas, exigían políticas migratorias más duras y terminaron lanzando objetos a la policía, incendiando vehículos oficiales y atacando una oficina del partido centrista D66.
Rob Jetten, líder del partido atacado, condenó el acto con contundencia:
“Escoria. Mantengan sus manos fuera de los partidos políticos. Si creen que pueden intimidarnos, se equivocan. Nunca dejaremos que extremistas se apropien de nuestro país”.
La manifestación llega semanas antes de las elecciones generales fijadas para el 29 de octubre, que se celebran tras la caída del gobierno tras el retiro del partido ultraderechista del polémico Geert Wilders. El propio Wilders calificó a los manifestantes de “idiotas” y “escoria”, marcando una línea entre retórica política dura y actos de violencia.
Un patrón común: polarización, manipulación e intereses estratégicos
Pese a que los tres eventos ocurrieron en regiones diferentes —el Báltico, Asia Central y Europa Occidental— todos revelan una crisis sistémica en el statu quo global. Observamos a un Rusia desafiante, una búsqueda de legitimidad de actores no estatales autocráticos como los talibanes, y un auge de movimientos sociales radicales desde dentro de democracias occidentales.
Este patrón no es nuevo, pero se ha intensificado con el desgaste de las instituciones internacionales post-COVID y la persistencia de conflictos como la guerra en Ucrania o la crisis migratoria. En este contexto:
- Las acciones rusas intentan dividir a OTAN e impulsar su imagen de fuerza hegemónica en Eurasia.
- Los talibanes exploran vías diplomáticas no convencionales para sortear el aislamiento, usando rehenes extranjeros como moneda de negociación.
- Los movimientos políticos europeos radicalizados capitalizan el miedo a la migración y la inseguridad para erosionar el centro político y provocar caos.
¿Qué se juega Occidente?
Frente a estos retos concatenados, la diplomacia occidental se encuentra en un punto de inflexión. No basta con respuestas militares o sanciones económicas. La guerra narrativa, la diplomacia pública y la cohesión interna se vuelven estratégicas. Si no se responde de forma coordinada:
- Podría consolidarse un nuevo eje autoritario en Asia Central liderado por Afganistán, Irán y Rusia.
- Las democracias europeas podrían caer en ciclos de inestabilidad política similares al Brexit o al auge trumpista.
- La OTAN, pese a su expansión, podría afrontar problemas de credibilidad si incidentes como el de Estonia se repiten sin consecuencias reales.
La táctica rusa de difundir negaciones pese a evidencias tangibles no es ingenua. Apunta a desgastar el discurso oficial de países como Estonia o Polonia, generando dudas en sus poblaciones. Según RAND Corporation, estas estrategias de guerra híbrida buscan dañar la moral y el tejido informativo occidental tanto como su infraestructura física.
Posibles caminos y consecuencias
Los escenarios posibles van desde una consolidación de frentes diplomáticos (por ejemplo, una OTAN con mayor presencia en el Ártico y el Mar Negro), hasta respuestas aisladas e insuficientes que permitan a Rusia y sus aliados consolidar sus zonas de influencia sin coste elevado, especialmente si EE.UU. desvía su atención hacia Asia o hacia crisis internas.
Sobre Afganistán, la posible apertura de canales paralelos de negociación con países neutrales como Qatar o Turquía podría derivar en una normalización tácita del régimen talibán, al estilo de lo ocurrido con regímenes como el de Myanmar o incluso Corea del Norte.
Una llamada a la acción multilateral
Habrá que reforzar las estructuras multilaterales, quizás relanzando modelos similares al G20 para seguridad híbrida y antiterrorismo, donde países con agendas coincidentes —como Japón, Canadá, Alemania y Brasil— puedan coordinar respuestas viables y sostenibles.
Por último, es fundamental invertir en pedagogía democrática, combate a la desinformación y políticas inclusivas que reduzcan el caldo de cultivo de las derechas extremas. La batalla por el orden mundial se libra también en las urnas y en las redes sociales, tanto como en fronteras militares.
En otras palabras: los cazas rusos sobre Estonia, el despacho diplomático en Kabul y las piedras lanzadas por manifestantes neerlandeses son síntomas distintos de una misma enfermedad global.