El rugido del riesgo: tragedia y dilemas en el manejo de felinos salvajes en EE. UU.

La muerte de un cuidador en Oklahoma reabre el debate sobre los santuarios de grandes felinos y la fascinación humana por domesticar lo indomable

El pasado fin de semana, el mundo de los santuarios de fauna salvaje en Estados Unidos se estremeció con una tragedia: Ryan Easley, cuidador de tigres en Growler Pines Tiger Preserve en Hugo, Oklahoma, perdió la vida tras un incidente fatal con uno de los animales bajo su cuidado. La noticia reabre una vieja conversación en torno al tratamiento, ética, seguridad y límites humanos cuando se trata de la convivencia con animales salvajes.

Un vínculo basado en el respeto, pero no exento de peligros

Ryan Easley no era un amateur. Su rol como manejador de animales en Growler Pines Tiger Preserve estaba centrado en la formación, alimentación, comportamiento y bienestar de los felinos exóticos. Según declaraciones del santuario, Ryan mantenía un lazo profundo con los animales, fundado en el amor y el respeto. “Los animales bajo su cuidado no eran sólo animales para él, sino seres con los que formó una conexión”, escribió la organización en su publicación de Facebook.

El impacto emocional y simbólico de su muerte fue inmediato. No se trataba sólo de una tragedia personal, sino de una señal de advertencia para una industria que navega constantemente entre la admiración y el riesgo.

¿Qué es exactamente un santuario de grandes felinos?

Las instalaciones como Growler Pines forman parte de un fenómeno creciente en EE. UU.: santuarios privados a donde acuden desde turistas curiosos hasta entusiastas de la fauna salvaje. Muchos argumentan que son espacios de conservación y educación, otros los acusan de operar como zoológicos glorificados sin regulaciones claras.

Growler Pines se ubica en el sureste del estado, a poca distancia de la frontera con Texas. Es un recinto privado donde el público puede reservar visitas guiadas para observar tigres (principalmente bengalíes y siberianos) y presenciar demostraciones de su entrenamiento y contención.

Un fenómeno recurrente en EE. UU.

Este no es un caso aislado. De acuerdo con la organización Animal Welfare Institute, más de 5000 tigres viven actualmente en cautiverio en Estados Unidos, una cifra que supera el número total de tigres salvajes a nivel global (unos 3900 según WWF).

Entre 1990 y 2023, se registraron al menos 420 incidentes entre grandes felinos y humanos en EE. UU., muchos de ellos fatales. Quizás el caso más célebre fue el de Travis, un chimpancé domesticado que mutiló el rostro de una mujer en 2009, despertando el revuelo legislativo sobre la posesión de animales exóticos.

¿Por qué los tigres están en manos privadas en primer lugar?

Durante años, la legislación ha sido laxa. En estados como Oklahoma —donde estaba ubicado Growler Pines— se permite la tenencia de grandes felinos bajo licencias que no siempre contemplan auditorías regulares ni estándares unificados.

Esto, sumado a la ausencia de leyes federales fuertes antes de 2022, generó un vacío legal en el cual proliferaron zoológicos en casas, granjas y santuarios que, en muchos casos, priorizan el turismo y el entretenimiento más que el bienestar de los animales.

El documental de Netflix “Tiger King” puso de relieve esta industria, mostrando cómo personajes carismáticos pero polémicos como Joe Exotic acaparaban decenas de tigres con fines de lucro y ego, más que conservación.

El Título de Big Cat Public Safety Act: ¿Un paso adelante?

En diciembre de 2022, el Congreso de Estados Unidos aprobó el Big Cat Public Safety Act, que prohíbe la posesión privada de leones, tigres, leopardos, guepardos, jaguares y pumas, así como su manipulación directa (como la posibilidad de fotografiarse con ellos).

Este avance legislativo fue celebrado por activistas y conservacionistas. No obstante, muchos santuarios existentes quedaron exentos si cumplían con ciertos requisitos anteriores o si actuaban como centros de rescate.

En ese marco, lugares como Growler Pines pueden continuar operando, siempre que no reproduzcan felinos ni permitan el contacto del público con los animales. Pero los riesgos continúan, incluso para cuidadores experimentados.

Entre la conservación y el espectáculo

El conflicto reside en una línea muy delgada. ¿Hasta qué punto la admiración por los felinos salvajes justifica su encierro y manipulación?

Los verdaderos santuarios no crían animales, no permiten el contacto directo ni venden entradas para espectáculos. Se enfocan en rehabilitar y preservar la especie, brindando un ambiente lo más similar posible a su hábitat natural. Sin embargo, eso no siempre es lo que el público desea ver.

“El gran problema es que, disfrazado de conservación, se esconde el espectáculo”, comentó Carole Baskin, fundadora de Big Cat Rescue, en una entrevista con el Washington Post. “El público piensa que está apoyando la vida silvestre, pero en realidad mantiene una industria de explotación”.

El legado de Ryan Easley y el respeto a lo indomesticable

Volviendo al caso de Ryan Easley, la tragedia no fue resultado de negligencia. Según quienes trabajaban con él, mantenía estándares estrictos de seguridad y nunca asumía riesgos innecesarios.

Y es que, como afirman muchos cuidadores experimentados, no importa cuán “acostumbrado” esté un tigre a los humanos, su naturaleza salvaje no desaparece. Son animales de entre 200 y 300 kilos, depredadores natos, diseñados para cazar y dominar un ecosistema hostil.

Amarlos no implica domesticarlos. Esa es probablemente la gran lección.

¿Debería cerrarse el acceso a estos lugares al público?

Muchos expertos en fauna consideran que existe una contradicción fundamental entre el objetivo educativo de los santuarios y el formato en que estos funcionan. El turismo de fauna salvaje —aunque sea en cautiverio— genera ingresos, pero también distorsiona la percepción pública de los animales.

Ver un tigre acariciado o alimentado con una botella no solo es peligroso, sino que trivializa la esencia misma de estos seres. No son mascotas, no son actores de cine, no son influencers digitales. Son depredadores salvajes que deben ser admirados a la distancia adecuada.

En ese sentido, cancelar las visitas al público tras el accidente en Growler Pines fue una decisión prudente y necesaria. Da espacio a una reevaluación estructural.

Una relación complicada y fascinante

La atracción del ser humano hacia los grandes felinos es tan antigua como nuestras propias historias. Han sido símbolos de fuerza, poder, belleza y libertad desde los albores de la humanidad. Pero esa misma atracción puede convertirse en una obsesión peligrosa.

Nos cuesta aceptar que no todo puede —ni debe— ser domesticado. Y en algunos casos, la mejor forma de amar a un animal es dejarlo en paz.

“El mundo natural es hermoso e impredecible”, escribió el santuario en referencia a la tragedia. Quizás esa sea la verdad más profunda. No podemos controlar la naturaleza. Solo respetarla.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press