Ahmad al-Sharaa y la nueva era de Siria: ¿puede un exmilitante reconciliar a Occidente con Damasco?

El ascenso del nuevo presidente sirio, sus vínculos pasados con extremistas y el giro diplomático impulsado por EE.UU. sacuden el tablero geopolítico en Medio Oriente

Ahmad al-Sharaa, el actual presidente de Siria, ha dado un giro inesperado al tablero diplomático internacional al convertirse en el primer jefe de Estado sirio en participar en la Asamblea General de la ONU en casi seis décadas. Desde la caída del régimen de Bashar al-Assad en diciembre —producto de una ofensiva relámpago insurgente—, el nuevo líder ha intentado pulir su imagen e integrar nuevamente a Siria en la comunidad internacional. Sin embargo, su pasado militante y los desafíos monumentales que enfrenta su país hacen que la pregunta clave sea: ¿puede al-Sharaa realmente conducir a Siria hacia una era de estabilidad y respeto internacional?

Un líder conflictivo para tiempos conflictivos

La figura de Ahmad al-Sharaa está lejos de ser convencional. Antes de llegar al poder, lideraba Hayat Tahrir al-Sham, un grupo insurgente yihadista surgido de la rama siria de al-Qaida. Durante años, fue señalado como terrorista por Estados Unidos y otras potencias, pasó tiempo en prisiones estadounidenses y libró una guerra encarnizada contra el régimen de Assad. Su propia transformación de miliciano a mandatario ha sido tan rápida como sorpresiva.

Ahora, se sienta frente a líderes occidentales con traje y corbata, hablando de “una nueva oportunidad” para Siria y evocando palabras como neutralidad, reconstrucción y estabilidad. En una conferencia reciente en Nueva York junto al general retirado David Petraeus—quien fue su antiguamente enemigo en Irak— al-Sharaa declaró:

“Creo que Siria merece una nueva oportunidad. Los sirios aman trabajar. Levanten las sanciones y no se preocupen por lo que pueda pasar.”

De paria a protagonista diplomático

El encuentro más simbólico fue su reunión con el Secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, en el Hotel Lotte Palace de Nueva York durante la Asamblea General de la ONU. Allí reafirmaron la voluntad de recomponer relaciones y buscar acuerdos de seguridad con Israel, aunque al-Sharaa sigue siendo escéptico sobre unirse formalmente a los Acuerdos de Abraham.

“Hay una gran diferencia entre Siria y los estados parte de esos acuerdos. Nosotros somos vecinos de Israel. Y hemos sido blanco de más de 1,000 incursiones israelíes en nuestro territorio. Siria debe ser respetada”, dijo en el Concordia Annual Summit el mismo día.

Estos comentarios muestran que, si bien ha moderado su retórica, no está dispuesto a aceptar sin condiciones las reglas del juego impuestas desde Washington y Tel Aviv. A pesar de eso, Trump ha facilitado este acercamiento al cancelar antiguas sanciones contra Siria y permitir el viaje de al-Sharaa a territorio estadounidense tras una exención especial.

Un pasado aún sin resolver

¿Puede un exmilitante islamista liderar la reconstrucción de un país devastado y ganarse la confianza de las potencias mundiales? Al-Sharaa afirma que sí. Asegura que en esta nueva etapa el país está dispuesto a rendir cuentas incluso por crímenes cometidos durante el conflicto:

“Hubo un caos enorme. Todos cometieron errores. Permitimos por primera vez desde hace 60 años que equipos internacionales de investigación ingresaran a Siria para documentar todo. Actuaremos contra los responsables, no importa lo cercanos que sean.”

Sin embargo, informes independientes como los del Syrian Observatory for Human Rights y Human Rights Watch han documentado una gran cantidad de abusos por parte de milicias vinculadas a al-Sharaa durante los últimos años del conflicto. La promesa de rendición de cuentas resulta por lo tanto recibida con escepticismo.

Geopolítica de sanciones y normalizaciones

Siria ha sido uno de los países más sancionados durante la última década. Desde la aprobación de la Caesar Act en 2019 hasta los bloqueos financieros por la Unión Europea, el aislamiento sirio fue casi absoluto. Sin embargo, desde el final del régimen de Assad y la toma del poder por parte de al-Sharaa, han comenzado a levantarse algunas restricciones.

Trump, en una jugada geopolítica osada pero polémica, ha aligerado muchas de esas sanciones y ha incentivado a sus aliados árabes a restablecer los vínculos con Siria. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos ya están en diálogo con Damasco, y Egipto ha recibido a emisarios sirios por primera vez en años.

¿Y qué dice Israel?

El principal obstáculo para una normalización total sigue siendo la relación con Israel. Las negociaciones han avanzado discretamente, pero tanto Siria como Israel entienden que hay una distinción clara entre firmar un acuerdo de paz y simplemente restablecer un diálogo práctico en temas como seguridad fronteriza y cooperación antiterrorista.

Al-Sharaa mencionó su intención de volver a la situación pactada en el Acuerdo de Tregua de 1974, que estableció zonas desmilitarizadas y la presencia de fuerzas de paz en los Altos del Golán. Esta declaración puede interpretarse como una señal de disposición para convivir sin conflicto abierto, pero no necesariamente de reconocimiento mutuo.

La cuestión de la legitimidad

Pese a sus esfuerzos internacionales, algunos sectores ven a al-Sharaa como un líder ilegítimo surgido a través de la insurrección armada. Además, sus credenciales democráticas están lejos de ser sólidas. Las elecciones locales aún no se han celebrado bajo observación internacional, y la oposición en el exilio lo acusa de cooptar el aparato del antiguo régimen para crear una fachada de cambio.

Pero lo cierto es que, después de 14 años de guerra civil, los ciudadanos sirios anhelan cualquier forma de estabilidad. Las cifras son abrumadoras: más de 500,000 muertos, 13 millones de desplazados y más del 70% de la población en situación de pobreza extrema.

En este contexto, muchos aceptan al-Sharaa no por simpatía, sino por cansancio histórico.

¿Estados Unidos está apostando todo al-Sharaa?

La política de Trump ha sido radical en muchos frentes, y su decisión de rehabilitar a Siria sorprendió incluso a diplomáticos experimentados. “Es una jugada de riesgo calculado. Prefieren una Siria aliada aunque imperfecta, que una Siria fallida dominada por Irán o milicias radicales”, comentó Stephen Walt, profesor de relaciones internacionales en Harvard.

En efecto, una Siria integrada puede funcionar como barrera contra la expansión de la influencia iraní, la inestabilidad en el Líbano, y contener las rutas del narcotráfico en la región.

A cambio, Trump ha exigido cooperación en temas estratégicos como la lucha contra el terrorismo, el rescate de ciudadanos americanos desaparecidos y una cierta sintonía con los intereses de seguridad de Israel.

Lo que viene: reconstrucción, rendición y reconciliación

Al-Sharaa necesita mostrar resultados concretos. Su proyección internacional lo ha alejado del aislacionismo que marcó la era Assad, pero el verdadero desafío está en casa. La reconstrucción requerirá inversiones multimillonarias, y no habrá flujo financiero sin reformas y garantías mínimas de transparencia.

Igualmente clave será la reconciliación interna: milicias rivales que aún controlan zonas rurales, cientos de clanes tribales con autonomía de facto y una diáspora que clama justicia por las masacres del pasado. Todo eso exigirá una pericia política que hasta ahora al-Sharaa no ha demostrado completamente.

Lo que está claro es que el nuevo mapa geopolítico de Medio Oriente se está dibujando con líneas inesperadas. Y Siria, tradicionalmente actor periférico o conflictivo, está reclamando un espacio central. Ahmad al-Sharaa encarna ese intento. Su éxito o fracaso podría definir no solo el futuro de su país, sino buena parte del equilibrio regional en los próximos años.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press