Educación Temprana en Misisipi: ¿Una historia de éxito o una batalla política por el futuro de los niños?

El innovador modelo de colaboración temprana ha mejorado los resultados educativos en Misisipi, pero su crecimiento enfrenta nuevos desafíos ante un programa rival

Por décadas, Misisipi fue uno de los estados con los peores indicadores educativos en EE.UU.. Sin embargo, una revolución silenciosa en la educación preescolar iniciada en 2013 está cambiando esa percepción. En el centro del cambio están los Early Learning Collaboratives (ELC), un modelo innovador financiado por el estado que ha ganado aplausos a nivel nacional por sus resultados. No obstante, la aparición de un nuevo programa paralelo, el State Invested Pre-K (SIP), ha abierto un debate político y pedagógico que pone en juego el futuro de miles de niños en edad preescolar.

¿Por qué son tan importantes los primeros años?

Según la Organización Mundial de la Salud, el desarrollo cerebral de un niño en sus primeros cinco años de vida es más rápido que en cualquier otra etapa. Además, estudios de instituciones como el National Institute for Early Education Research (NIEER) demuestran que los niños que asisten a programas preescolares de alta calidad tienen mayores probabilidades de terminar la secundaria, evitar el crimen y alcanzar un empleo estable.

Como apuntó Steven Barnett, fundador del NIEER, “los primeros años no solo afectan los resultados escolares inmediatos, sino también la trayectoria de vida”. Bajo esta premisa, Misisipi implementó en 2013 los ELC, programas que exigen colaboración entre distritos escolares, centros infantiles, ONGs y Head Start (un programa federal para niños de bajos ingresos).

Una historia de éxito: el caso de Petal

Petal, un suburbio en Hattiesburg, fue una de las primeras comunidades incorporadas al modelo ELC. Antes del programa, muchos niños ingresaban al kínder sin haber pisado una sala de clases. Con un enfoque basado en la colaboración y la detección temprana de problemas —como retrasos en el habla o habilidades motoras deficientes—, el ELC en Petal atiende hoy a 179 niños en 10 aulas distribuidas en cinco centros.

Jana Perry, directora del Coleman Center for Children and Families, sostiene: “Sin este programa, estaríamos muy atrás. Gracias al ELC, nuestros niños entran al kínder sabiendo cómo funciona un aula”.

¿Los resultados? Petal figura entre los distritos con mejores índices de preparación para el kínder, superando con creces a sus pares no expuestos al programa. El efecto positivo se manifiesta años después en puntajes, tasas de repetición y necesidad de educación especial.

El nacimiento del SIP: ¿solución o amenaza?

En 2022, legisladores estatales asignaron $13 millones para fundar el SIP, un programa que también financia aulas de pre-K pero que no exige colaboración comunitaria. Las escuelas pueden recibir fondos —hasta $125,000 por aula— sin asociarse obligatoriamente con Head Start, eliminando la “burocracia interinstitucional”.

Para muchos distritos pequeños, como Union (de apenas 2,000 habitantes), el SIP ha sido una bendición. Con solo una escuela elemental y escasas guarderías en la zona, el ELC no era viable. El superintendente Tyler Hansford afirma: “Estamos viendo los beneficios inmediatos de contar con un programa que se adapta a nuestra realidad”.

¿Dos sistemas competitivos o complementarios?

Para algunos, el SIP resuelve un vacío. Para otros, representa una amenaza. El senador Brice Wiggins, arquitecto principal del ELC, advierte: “El SIP revive el problema histórico de la competencia en la educación temprana en Misisipi”.

Y tiene motivos para preocuparse. El ELC requiere altos estándares: docentes con bachillerato, 15 horas anuales de capacitación, currículo alineado con criterios del NIEER y auditorías constantes. Además, creó incentivos fiscales que permiten a empresas e individuos donar parte de los fondos necesarios, introduciendo el concepto de “skin in the game” en la comunidad local.

En contraste, el SIP es menos exigente institucionalmente. Al ser una partida anual dentro del presupuesto educativo, no tiene garantía de continuidad. Aunque hoy también cumple con los 10 indicadores clave del NIEER, esa situación podría cambiar si el clima legislativo se modifica.

Cifras que cuentan una historia

  • 2013: Nacen los primeros 11 ELC con $3 millones de inversión.
  • 2021: 18 ELC operaban sirviendo a 3,000 niños.
  • 2024: 40 ELC atienden a más de 6,000 niños, con un presupuesto de $29 millones, más $3.25 millones para mentores academicos.
  • SIP: Atiende a aproximadamente 900 niños al año con $13 millones de financiamiento.

Sin embargo, aun sumando ambos programas, solo el 20.1% de los niños de cuatro años de Misisipi accede a educación preescolar financiada por el estado, en comparación con el 40% en Alabama o el 70% en Florida (según datos del NIEER).

¿Qué opinan los expertos?

Steven Barnett, desde el NIEER, matiza el debate aseverando que no es raro que un estado tenga más de un modelo. Pero aún así se pregunta: “¿A quién sirve el SIP realmente?”.

Jill Dent, directora del Departamento de Educación Temprana en Misisipi, considera que cada distrito debe escoger lo que funcione mejor para ellos: “Apoyamos ambos programas por igual; lo importante es adaptar el modelo a las necesidades locales”.

Casos ejemplares: Tallahatchie muestra que sí se puede

Tallahatchie, en el Delta de Misisipi, tiene un ingreso mediano de $23,000. Aun así, la comunidad ha mantenido y expandido su ELC desde 2014, cuando no existía educación preescolar pública en la zona. La Tallahatchie Early Learning Alliance congrega a Head Start, la escuela pública y dos ONGs.

Con recursos limitados, ha sido un reto, pero hemos perseverado”, dice Cheryl Swoopes, directora de participación comunitaria. Ya han educado a más de 1,000 niños en 10 años. Para Wiggins, Tallahatchie es la prueba de que el modelo colaborativo puede funcionar en cualquier contexto rural.

El futuro: ¿división o integración?

El reto es gigante. Los actuales programas no cubren a niños de tres años, y la demanda sobrepasa ampliamente la oferta. Expertos coinciden en que Misisipi debe decidir pronto si compite internamente con sistemas rivales o si los integra en un plan nacional con financiamiento multianual y ampliación progresiva.

Lo importante es que no perdamos de vista que esto es por los niños,” recalca Wiggins. “Tenemos algo que funciona. Ahora debemos preservarlo y ampliarlo.”

La historia de Misisipi es un testimonio de lo que puede lograrse con una visión estratégica y decisiones políticas acertadas. Pero también es una advertencia sobre cómo la falta de coordinación y la competencia institucional pueden poner en entredicho una historia de éxito en construcción.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press