El regreso forzado: La migración inversa de venezolanos que soñaron con EE.UU.

De la esperanza al peligro: familias venezolanas emprenden el camino de vuelta desde Panamá ante el endurecimiento migratorio y la decepción fronteriza

En los últimos años, la travesía migratoria desde Sudamérica hacia Estados Unidos ha sido uno de los relatos más desgarradores de nuestra era. Pero en 2025, una nueva y cruel tendencia empieza a tomar fuerza: la migración inversa. Familias venezolanas que emprendieron viaje al norte en busca de refugio y oportunidades, hoy regresan derrotadas por un sistema migratorio más riguroso y por una realidad fronteriza que aplasta esperanzas.

Un sueño que se convirtió en pesadilla

Mariela Gómez, junto a sus dos hijos y su pareja, se encuentra entre los cientos de migrantes venezolanos que, habiendo sido detenidos en Texas por las autoridades estadounidenses y deportados a México, ahora navegan por aguas peligrosas en la costa pacífica de Panamá intentando regresar a casa. Su historia es solo una entre muchas que reflejan una situación cada vez más común: la ruta de retorno.

Cuando nos devolvieron a México, no sabíamos qué hacer. Todo lo que habíamos sacrificado se desmoronó”, dice Mariela mientras sostiene a su hijo Mathias, refugiado en sus brazos sobre la cubierta de un barco de carga.

La ruta inversa: más económica, menos segura

Recorrer Centroamérica en sentido inverso no solo es emocionalmente devastador, también representa riesgos físicos. Quienes emprenden esta travesía a bordo de embarcaciones rústicas deben enfrentar climas tropicales, rutas selváticas sin ley, zonas controladas por narcotraficantes, y una infraestructura precaria.

Según cifras de la organización International Organization for Migration (IOM), más de 600.000 venezolanos emprendieron la ruta a EE.UU. entre 2021 y 2024. De ellos, se estima que alrededor del 10% retorna anualmente, decepcionados por la política migratoria o en condiciones de pobreza extrema tras su travesía.

El endurecimiento de la política migratoria bajo Trump

Una de las razones del aumento de este fenómeno es el endurecimiento en las políticas migratorias impulsadas por la administración del expresidente Donald Trump, especialmente tras su reelección en 2024. La implementación de nuevas normas, como la eliminación de ciertas protecciones para solicitantes de asilo y la extensión del Título 42, han puesto fin a muchas de las vías legales disponibles para migrantes latinoamericanos.

La frontera ya no solo es cerrada, es brutal”, indicó en entrevista el analista en temas migratorios David Smilde, de la Universidad de Tulane. “No estamos hablando de un filtro; estamos viendo una muralla real y simbólica que condena al fracaso a incluso familias completas”.

Carne de cañón para traficantes y mafias

La desesperación de volver ha convertido al migrante en una presa fácil. Abraham Castro, pareja de Mariela Gómez, relata cómo pagaron $200 por una plaza en la bodega de un carguero que transporta mercancía hacia la frontera con Colombia. “Íbamos sobre bidones de gasolina. Uno de los compañeros, Doudmarwis Nieves, se quemó mientras dormía por un derrame”, cuenta.

En Jaqué, localidad panameña clave en esta ruta costera, los servicios médicos apenas dan abasto. En un solo día, la clínica local registró 14 atenciones a migrantes lesionados o con enfermedades gastrointestinales.

Panamá: el punto de quiebre del tránsito migrante

La geografía panameña, especialmente el Tapón del Darién, ha sido por años un infierno para miles de migrantes. Sin embargo, hoy, zonas como Jaqué o Puerto Piña son escenarios de un fenómeno menos retransmitido pero igual de dramático: la recogida de los que se derrumban. El éxodo en reversa no solo conmueve, también colapsa infraestructuras locales diseñadas para otro tipo de flujos.

El sacerdote Luis Bolaños, quien atiende la parroquia de Jaqué, señala: “Nuestra misión era ayudar al paso hacia el norte. Hoy enterramos sueños que vienen a morir aquí”.

Una fotografía de la desilusión

Las imágenes del fotógrafo Matias Delacroix muestran una cruel belleza. Rostros marcados por la fatiga, abrazos que contienen miedo, lágrimas de pequeños dormidos en cubiertas oxidadas o playas donde el océano deja más que arena: deja la desolación.

Uno de sus retratos más impactantes lo protagoniza Mathias Gómez, el hijo de Mariela, dormido junto a su madre mientras la embarcación los lleva lejos del “sueño americano”.

¿Qué impulsa el deseo de volver?

La migración de retorno no se da únicamente por el endurecimiento normativo. También incide la criminalización del tránsito, la xenofobia en países de paso como México y Costa Rica, y la frustración ante promesas incumplidas. Muchos de quienes parten desconocen las reales posibilidades de asilo y creen que alcanzar suelo estadounidense basta para rehacer la vida. La verdad, sin embargo, es otra.

Detenidos por semanas, deportados, sin acceso a abogados, sin derechos lingüísticos ni humanos garantizados”, sostiene la ONG Human Rights Watch en su reporte de septiembre de 2025 sobre migración venezolana.

Un fenómeno transgeneracional

La mayoría de los migrantes involucran núcleos familiares completos, con niños pequeños que cargan el peso emocional de un viaje incluso antes de entenderlo. “Mi hijo aprendió a identificar policías migratorios antes de contar hasta diez”, comenta Abraham Castro. “Eso te rompe el alma”.

El impacto no se limita al plano emocional. De acuerdo con el informe de UNICEF publicado en agosto, un 38% de los menores migrantes que retornan desde Panamá presentan síntomas de estrés postraumático.

El fracaso compartido de América Latina

La migración inversa también es reflejo del abandono institucional. Si Venezuela sigue siendo un país que empuja a su gente al exilio, y Estados Unidos ya no es tierra prometida, tampoco Colombia, Panamá o México garantizan condiciones humanas en el tránsito o retorno.

Una familia que fue detenida en Texas recorre ahora selvas panameñas a bordo de una motocicleta, una patera o a pie. Y el sistema los condena al silencio. “No somos ilegales; solo somos madres con hambre, hijos con miedo”, clama Mariela.

¿Y ahora qué?

Estamos ante un fenómeno que merece luces no solo humanitarias, sino también políticas. Las autoridades panameñas han empezado a registrar los retornos bajo una categoría aún extraoficial llamada “migración de retorno forzada no asistida”. Pero el drama persiste.

Mientras los gobiernos discuten cifras y reformas, cientos de familias repiten una travesía amarga y, encima, inversa. Cada embarcación que parte desde Jaqué hacia Colombia no lleva esperanza, sino un eco del fracaso global ante una de las mayores crisis humanitarias de los últimos tiempos.

“Partimos llorando en busca de futuro. Volvemos llorando con menos dignidad que antes.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press