¿Y si mejor nos callamos? El daño de Trump cuando opina sobre salud femenina y autismo

Entre pseudociencia, dolor maternal y discursos sin evidencia, Trump revive mitos del pasado para poner el foco donde no corresponde

Un consejo desde el púlpito del poder

En una conferencia de prensa reciente, Donald Trump —alineado con su estilo brusco y provocador— se dirigió a las mujeres embarazadas de una manera que ha causado indignación en el ámbito médico, político y social. Su recomendación para quienes experimentan dolor o fiebre durante el embarazo fue clara y polémica: "Tough it out" —algo así como “aguanta”. La afrenta no quedó allí; advirtió también sobre el uso de Tylenol (acetaminofén), dejando entrever que su consumo podría estar ligado al autismo en niños, pese a no presentar evidencia científica que respalde semejante afirmación.

En un contexto en el que estudios clínicos serios y años de investigación no han establecido un vínculo causal entre el uso de paracetamol y el autismo, las palabras del expresidente no solo avivan miedos infundados, sino que además reavivan un viejo (y peligroso) patrón: responsabilizar a las madres de las condiciones de salud de sus hijos sin pruebas, perpetuando estereotipos tóxicos y misóginos.

¿De dónde salen estas ideas?

La génesis de teorías como esta no es nueva. En la primera mitad del siglo XX, surgió la teoría (hoy desacreditada) de las "madres frigorífico", que afirmaba que el autismo era causado por madres frías y emocionalmente distantes. Esta narrativa, profundamente machista, puso el peso del trastorno en las mujeres, cargándolas de culpas mientras ignoraba las ciencias neurológica y genética, que más tarde esclarecerían el espectro del autismo.

El discurso de Trump reproduce, casi con precisión quirúrgica, esa tendencia: adjudicar responsabilidad a la madre, ignorar la evidencia médica y sugerir que el sacrificio físico es un acto de virtud maternal, incluso cuando ese “aguante” pone en riesgo a madre e hijo.

El problema no es solo Trump. Es estructural.

Muchos expertos y defensoras de los derechos de las mujeres alzaron la voz tras la rueda de prensa. Amanda Tietz, madre e influencer en temas de maternidad, comentó en su cuenta de X (antes Twitter):

“Su uso de ‘tough it out’ fue verdaderamente furioso porque desestimó el dolor de las mujeres y el peligro real de la fiebre y el riesgo de aborto durante el embarazo.”

Y no está sola. La doctora Nicole B. Saphier, especialista del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, explicó claramente que aunque el paracetamol debe usarse bajo supervisión médica, también es cierto que ignorar síntomas como fiebre o un dolor severo puede tener graves consecuencias: abortos espontáneos, partos prematuros o daños neurológicos al feto.

“Aconsejar moderación es responsable. Decirlo de forma paternalista y simplista, no lo es,” escribió Saphier en un correo electrónico publicado en medios.

Otra vez, hombres legislando cuerpos femeninos

Lo que más enfureció a muchas fue ver a cinco hombres hablando de maternidad, autismo y embarazo desde el Salón Este de la Casa Blanca. Hombres que, sin formación médica especializada, pontificaban sobre qué medicamentos deberían o no consumir las mujeres, qué tipo de dolor deben “aguantar” y qué implica ser una “buena madre”.

Jerome Adams, ex Cirujano General de EE. UU. durante el gobierno de Trump, ironizó en sus redes sociales:

“Ayer 5 hombres poderosos se pararon en la Casa Blanca y avergonzaron a: mujeres embarazadas, a quienes se les dijo que ‘aguanten’ el dolor; madres de niños autistas, culpadas por la condición de sus hijos; y personas autistas, consideradas ‘rotas’ y por ende, merecedoras de ser ‘arregladas’.”

Un contexto cargado: aborto, control y estigmas

Las palabras de Trump se producen en un entorno ya enrarecido tras la anulación de Roe v. Wade en 2022, decisión que eliminó el derecho constitucional al aborto en EE. UU. Desde entonces, en muchos estados los cuerpos femeninos se debaten en legislaturas abrumadoramente masculinas, donde se dictan políticas con amplias repercusiones sanitarias y éticas sin consultar a las principales afectadas: las mujeres.

Por si fuera poco, el CDC estima que aproximadamente 1 de cada 36 niños en EE. UU. tiene un diagnóstico de trastorno del espectro autista (TEA). En lugar de avanzar hacia una mayor comprensión del espectro y del apoyo inclusivo, declaraciones como las de Trump desinforman, culpabilizan y retroceden décadas en conciencia y compasión social.

Aliados con micrófono, ¿dónde están?

Desde la historia médica, Mary E. Fissell, profesora de la universidad Johns Hopkins, recordó otro concepto arcaico: el de la “imaginación maternal”, que afirmaba que los deseos e ideas de una embarazada podían moldear físicamente al feto. ¿La implicancia? Si algo en el desarrollo salía mal, seguramente fue la mujer quien, por sentir o pensar erradamente, influenció ese defecto.

“Volvemos a culpar a la madre, una y otra vez,” dijo Fissell. Lo preocupante es que esa culpa no desaparece con avances médicos o evidencia: se recicla en nuevos discursos, más modernos en forma, pero igual de dañinos en fondo.

Datos, no cuentos

Los estudios científicos actuales no han demostrado una relación directa y causal entre el consumo moderado de paracetamol durante el embarazo y el autismo. Un meta-análisis publicado en 2021 en Nature Reviews Endocrinology reconocía que si bien existen asociaciones estadísticas ligeras que llaman a investigar más, no hay pruebas para prohibir el uso responsable de Tylenol. De hecho, varios organismos de salud como la ACOG (American College of Obstetricians and Gynecologists) continúan avalando su uso, bajo prescripción médica.

Asimismo, el riesgo de fiebre sin tratar incluye defectos congénitos del tubo neural, aborto espontáneo, partos prematuros y otros peligros ampliamente documentados. Entonces, la pregunta no es si las mujeres deben aguantar la fiebre, sino por qué seguimos pidiéndoles que carguen con el imposible dilema de curarse sin medicamentos seguros.

El patrón de siempre: misoginia envuelta en pseudociencia

Las salidas de tono de Trump sobre salud femenina tienen un historial. En 2016, después de una entrevista difícil con la periodista de Fox News Megyn Kelly, dijo que “había sangre saliendo de sus ojos, sangre saliendo de… donde sea”.

También recordemos a Todd Akin, congresista republicano que en 2012 sugirió que “en casos de violación legítima, el cuerpo de la mujer tiene formas de evitar quedar embarazada”. Más recientemente, legisladores de múltiples estados han promovido leyes de aborto sin excepciones para violaciones, ni siquiera cuando se trate de niñas.

El problema no es lo anecdótico: es que estas voces conservadoras, con poder real sobre derechos reproductivos, siguen usando creencias sin base científica para definir políticas que tienen consecuencias directas sobre millones de mujeres.

¿Qué viene después?

Desde el mundo médico y científico, hay un consenso que Trump ignora: necesitamos más investigación basada en evidencia, más inclusión de mujeres y personas autistas en las decisiones sobre su salud y bienestar, y menos ruido desde la ignorancia con megáfono político.

El autismo no necesita sospechosos sin rostro ni madres con culpa impuesta. Necesita inversión, educación, y respeto por las personas neurodivergentes. Necesita alejarse de viejas teorías y abrazar la complejidad del desarrollo humano con humildad y ciencia.

Y las mujeres, como siempre, necesitan algo básico pero escaso en estos tiempos: que les crean, que se les escuche y que no las traten como sujetas a sospecha eterna por la salud de sus hijos. El cuerpo femenino no es territorio de control político ni campo de ensayo para narrativas sin respaldo.

Es hora de sacar los micrófonos de las manos equivocadas, y dárselos a quienes puedan hablar desde la verdad, la experiencia y el cuidado real.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press