Cómo el turismo salvó a los gorilas de montaña en Uganda

De cazadores furtivos a defensores de la selva: una comunidad entera transforma el ecoturismo en conservación real

La selva impenetrable que protegen los locales

En el corazón del suroeste de Uganda, el Parque Nacional del Bosque Impenetrable de Bwindi se ha convertido en un modelo internacional de conservación efectiva. Allí, donde antes el rugido de las sierras y las trampas furtivas amenazaban a los gorilas de montaña, ahora se escucha el crujido de botas de turistas y las anécdotas de guías locales, todos unidos en una misión: proteger a una de las especies más icónicas del mundo animal.

El milagro de la habituación: convivencia entre humanos y gorilas

Este parque, designado Patrimonio de la Humanidad por UNESCO, alberga cerca de la mitad de los gorilas de montaña del planeta. A través de un proceso cuidadoso de "habituación", los grupos de gorilas se han acostumbrado a la presencia humana. Aunque ello requiere años de interacción frecuente por parte de especialistas, hoy hay 27 familias de gorilas habituadas que pueden ser observadas por visitantes.

Joyleen Tugume, una guía y guardabosques del parque, resume el sentir del lugar: “Si un gorila se enferma, toda la comunidad se preocupa. Todo el mundo pregunta: ¿qué le pasó?”

Un precio elevado que beneficia a todos

Ver a estos primates en su hábitat natural tiene un precio elevado: $800 USD por persona para turistas extranjeros no residentes. Pero la inversión no es en vano. Parte del dinero—al menos $10 por entrada—se reinvierte directamente en las comunidades locales. Además, el 20% de las entradas generales al parque se distribuyen entre aldeas cercanas para proyectos de agua, salud y educación.

Gracias a este sistema, se han financiado clínicas, se ha mejorado la infraestructura hídrica y, lo más importante, se ha generado un sentido de corresponsabilidad con la naturaleza.

Reformar al cazador: una historia de redención

Philimon Mujuni, un cazador furtivo convertido hoy en conservacionista, recuerda cómo seguía a su padre, entonces un “cazador senior”, para cargar antílopes atrapados en la selva. Todo cambió en 2020, tras la muerte del gorila Rafiki a manos de cazadores. Mujuni se unió a un grupo de 128 ex cazadores que ahora patrullan el parque para evitar caza ilegal.

“Cuando fuimos sensibilizados, decidimos reformarnos. Hoy, recibimos sustento de los gorilas que antes habríamos matado”, afirma Mujuni.

Una economía que da empleo donde no lo había

La presencia de turistas ha creado un mercado laboral diverso. Mujeres que antes realizaban labores agrícolas informales ahora son porteadoras, mientras que los hombres jóvenes actúan como rastreadores o guías especializados. No sólo generan ingresos, también construyen orgullo comunitario.

Peter Tumwesigye, otro exfurtivo, es directo: “Quien mata a un gorila, debería ir preso. Así los demás aprenden que esta especie vale más viva que muerta”.

El símbolo de los silverbacks: protectores de la familia

Los gorilas viven en familias lideradas por un macho dominante, el silverback. Este título lo reciben los machos adultos por la franja de pelo plateado que cruza sus espaldas. Son protectores natos. Uno de ellos ha sido bautizado Murinzi, que significa “protector” en la lengua local. Es conocido por su comportamiento afectuoso hacia las crías de su grupo.

Amenazas persistentes en un paraíso frágil

Si bien la tasa de caza furtiva ha disminuido, la pérdida de hábitat sigue siendo una preocupación constante. Según el International Gorilla Conservation Programme, la deforestación por expansión agrícola y la tala de árboles para obtener leña amenazan los ecosistemas que los gorilas necesitan para sobrevivir.

Además, al compartir cerca del 98% de su ADN con los humanos, son susceptibles a enfermedades humanas, particularmente las respiratorias. Por esta razón, se exige que los turistas se mantengan a al menos 7 metros de distancia y no interactúen físicamente con los animales.

Impacto medible: de críticamente en peligro a especie en recuperación

En la década de 1980, se calculaba que quedaban apenas 250 gorilas de montaña en estado salvaje. Pero en 2018, un censo reveló que la población había superado los 1.000 individuos, marcando una victoria colectiva para la conservación.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) cambió el estatus de “críticamente en peligro” a “en peligro”, un raro ejemplo de recuperación en una era de decaimiento ambiental.

La celebración del Día Mundial del Gorila

Desde 2017, el 24 de septiembre se celebra como el Día Mundial del Gorila, en honor al 50º aniversario del centro de investigación fundado por Dian Fossey, la primatóloga americana célebre por su trabajo intensivo con los gorilas en Ruanda. Esta fecha no sólo reconoce a los gorilas como especie, sino también a todos los esfuerzos que han permitido su supervivencia.

Cuestión de familia y corazón

Los vínculos familiares entre los gorilas son intensos. Las madres protegen ferozmente a sus crías, mientras que los machos jóvenes compiten por el liderazgo del grupo. El comportamiento de los gorilas, su juego, crianza e incluso sus tristezas reflejan emociones humanas, lo que fortalece el lazo empático con quienes los observan.

Como afirma la Dian Fossey Gorilla Fund: “El amor que las madres gorilas sienten por sus hijos es innegablemente profundo”.

Turismo responsable: entre la oportunidad y el riesgo

Dian Fossey siempre advirtió del daño que el turismo podría infligir en el comportamiento natural de los gorilas. No obstante, modelos bien diseñados, como el ugandés, han revertido la ecuación.

Simplicious Gessa, portavoz de la Junta de Turismo de Uganda, lo resume así: “El dinero de los gorilas no sólo construye confianza, también impulsa la conciencia de conservación”.

Un futuro compartido

El caso de Bwindi demuestra que los beneficios económicos no tienen por qué estar reñidos con la conservación. El enfoque híbrido de ecoturismo ha generado esperanza en una región donde antes reinaba la pobreza extrema y la violencia ambiental.

A futuro, el reto será mantener este modelo sustentable ante el aumento del turismo global y los desafíos climáticos. Pero una cosa está clara: para la comunidad de Bwindi, los gorilas no son solo una atracción turística, son vecinos, familia, y símbolo de dignidad ecológica.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press