Trump, Kennedy Jr. y la polémica cruzada contra vacunas y Tylenol: ¿Ciencia o populismo sanitario?
El resurgimiento del movimiento anti-vacunas en EE.UU. y su posible impacto en la política sanitaria y electoral
Un anuncio que sacudió la salud pública
El pasado lunes, desde el corazón político de Washington, el presidente Donald Trump lanzó una bomba a la comunidad médica y científica: relacionó públicamente el uso de paracetamol (Tylenol) durante el embarazo con el aumento de diagnósticos de autismo en Estados Unidos, y además cuestionó de nuevo la seguridad de las vacunas infantiles. Lo hizo acompañado de su secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., conocido por su postura extremadamente crítica hacia las vacunas.
Este anuncio no solo desató una alarma entre profesionales médicos y científicos, sino que también fue recibido como un triunfo por el movimiento conocido como “Make America Healthy Again” (MAHA), una amalgama de activistas anti-vacunas, conspiracionistas sanitarios y ciudadanos desconfiados del sistema médico estadounidense.
¿Está la Casa Blanca validando desinformación bajo la bandera de populismo sanitario? Vamos a desentrañar los efectos de este nuevo episodio entre política y pseudociencia.
Robert F. Kennedy Jr. y el eco institucional a la teoría anti-vacuna
Desde hace décadas, RFK Jr. ha sido una figura polémica al declarar una supuesta relación entre vacunas infantiles y condiciones del espectro autista, una teoría ampliamente refutada por miles de estudios, incluyendo los de los CDC, la OMS y otras entidades científicas globales.
Su nombramiento como Secretario de Salud por parte de Trump parecía anecdótico. Ahora se consolida como un punto clave para comprender este viraje político hacia sectores históricamente considerados marginales.
“Es un rayo de sol tras años de oscuridad” dijo Del Bigtree, exdirector de comunicaciones de Kennedy y fundador de Informed Consent Action Network. Para estos grupos, escuchar desde la Casa Blanca ideas que han promovido durante años representa una validación institucional sin precedentes.
Tylenol y embarazo: ¿hay base científica?
En la conferencia, Trump aseguró que el acetaminofén (Tylenol) afecta el neurodesarrollo fetal y posiblemente esté contribuyendo al aumento de casos de autismo. Aunque existen estudios que sugieren una posible correlación, la comunidad médica lo ha aclarado en múltiples ocasiones: no hay evidencia concluyente.
La Coalition of Autism Scientists respondió rápidamente: aunque algunos estudios observacionales han explorado esa hipótesis, el uso de acetaminofén en embarazadas no ha aumentado en la misma proporción que los diagnósticos de autismo. “Echarle la culpa al Tylenol es científicamente irresponsable”, defendieron.
Además, el paracetamol es el único medicamento de venta libre recomendado para la fiebre durante el embarazo. La fiebre no tratada, especialmente en el primer trimestre, puede causar abortos espontáneos o partos prematuros, como indica la Society for Maternal-Fetal Medicine.
El enemigo invisible: el miedo como herramienta política
La estrategia comunicacional fue clara: apelar a emociones y anécdotas personales que generen desconfianza en las instituciones. Trump relató, por ejemplo, la historia de una excolaboradora cuya madre vio a su hijo desarrollar fiebre tras una vacuna. “Los anecdotarios emocionales funcionan porque tocan la fibra sensible”, explica Josephine Lukito, experta en comunicación política. “Pero no equivalen a una estadística confiable”.
En especial, el populismo sanitario se nutre de este tipo de narrativa: la historia de madres agobiadas, llamadas “MAHA moms”, que encontraron en Kennedy y Trump las únicas voces sensibles a sus preocupaciones sobre sus hijos con autismo.
La recurrencia a estas tácticas muestra un sofisticado entendimiento del cansancio emocional pospandemia y una creciente desconfianza institucional, algo que la derecha populista ha aprendido a capitalizar.
¿Qué dice la ciencia sobre vacunas y autismo?
Aunque esta narrativa ya fue popular en los años 90, tomó fuerza con el artículo de Andrew Wakefield en 1998 que sugería, falsamente, una relación entre la vacuna triple viral (MMR) y el autismo. Este estudio fue luego retirado y su autor desacreditado.
Hoy existe un cuerpo sólido de más de 25 estudios epidemiológicos que refutan esa conexión. “Las vacunas no causan autismo”, recalcan organismos como los CDC, la OMS y la Academia Americana de Pediatría.
Sin embargo, las tasas de vacunación han bajado en EE.UU. desde hace cinco años. Según el CDC, en 2023 apenas el 93% de los niños en edad preescolar recibieron vacunas básicas, por debajo del umbral del 95% necesario para la inmunidad de grupo.
Una peligrosa validación desde la Casa Blanca
Trump afirmó ser “creyente en las vacunas”, pero sus palabras y gestos dicen otra cosa. Tony Lyons, presidente de MAHA Action, lo llamó en el programa de Steve Bannon el “presidente MAHA”. La validación simbólica fue clara: los sectores antivacunas ya no están en los márgenes del debate, están en el micrófono principal.
La investigadora política Angela Rasmussen lo resumió así: “El presidente está jugando con fuego al legitimar estas teorías. No es solo peligroso; es mortal a gran escala si se pierde la confianza en las vacunas”.
Reacciones dentro del Partido Republicano
Mientras figuras como la representante Diana Harshbarger celebraron el enfoque como un “giro urgente hacia la acción”, otros mostraron su preocupación. El senador Bill Cassidy, médico gastroenterólogo, pidió a la administración que publique los datos científicos que justifican la recomendación de evitar Tylenol durante el embarazo.
“La mayoría de la evidencia no respalda esa afirmación. Las mujeres embarazadas podrían quedarse sin herramientas para el manejo del dolor”, escribió Cassidy en X.
Otros, como la senadora estatal Judy Lee de Dakota del Norte, lo calificaron de “claramente falso y peligroso”. “El presidente no tiene la preparación científica para dar ese tipo de consejo médico”, remató Lee.
¿Qué busca el movimiento MAHA realmente?
En esencia, MAHA —una fusión de “Make America Great Again” con una agenda sanitaria alternativa— canaliza el descontento con el sistema de salud, las farmacéuticas y, en muchas ocasiones, con la comunidad científica. Se presenta como una forma de empoderamiento ciudadano, aunque sus postulados no se basen en evidencia científica.
En palabras de Polly Tommey, directora del brazo mediático de Children’s Health Defense: “El mensaje de hoy fue claro: las vacunas no son seguras, ni efectivas. Y Trump lo sabe”.
Grupos antivacunas como estos han pasado de circuitos alternativos a plataformas nacionales. Y aunque se escudan en la libertad de elección médica, sus afirmaciones generan consecuencias decisivas: baja en la vacunación, efectos sociales, pérdida de confianza y brotes prevenibles.
Un terreno político infértil para la ciencia
La tensión entre ciencia y política no es nueva, pero este episodio la lleva al extremo en un país donde la salud pública suele politizarse. Con elecciones a la vista, Trump podría estar cortejando a este nuevo bloque de votantes, que desconfía del establishment médico tanto como del político.
En un contexto global donde enfermedades como el sarampión, la polio o la difteria están resurgiendo por la disminución de la cobertura vacunal, las palabras importan. Y cuando provienen del presidente de Estados Unidos, pueden ser devastadoras.
¿Populismo sanitario? ¿Ignorancia estratégica? ¿Cálculo electoral? Sea cual sea la respuesta, el resultado puede ser una crisis de salud pública aún mayor a la vivida durante la pandemia.
Como dijo una vez el epidemiólogo William Foege: “Si quieres destruir un país, primero destruye su confianza en la ciencia”.