Las coloridas 'beach boxes' de Melbourne: patrimonio, inversión y nostalgia frente al mar
Estas emblemáticas casetas costeras sin agua ni electricidad han sobrevivido al paso del tiempo, convirtiéndose en valiosas joyas de bienes raíces frente al Océano Austral
En las bordes dorados de playas como Brighton, Sandringham o Mount Martha, en Melbourne, Australia, se alinean pequeñas estructuras de madera pintadas en brillantes tonos. Pero lejos de ser simples puestos de playa, estas "beach boxes" son testimonios vivientes de historia, cultura, y también protagonistas de uno de los mercados inmobiliarios más excéntricos del país.
Casetas sin lujos, con precios millonarios
Sin baño, sin agua corriente, sin electricidad, sin cocina ni camas. Aún así, el precio de muchas de estas casetas frente al mar puede rivalizar —e incluso superar— el de una casa promedio en Melbourne. De hecho, una de ellas se vendió recientemente por 1.2 millones de dólares australianos (unos 800,000 dólares estadounidenses), superando la media del costo de vivienda en la ciudad, que en agosto de 2025 fue de AU$803,194 según la firma CoreLogic.
En Portsea, una exclusiva localidad turística a 90 minutos de Melbourne, estas beach boxes —también conocidas como bathing boxes o boatsheds— pueden alcanzar precios similares a los de propiedades de lujo, incluso a pesar de encontrarse en tierra pública y no privada.
Prohibiciones y restricciones: una propiedad diferente
Poseer una beach box en Australia es muy distinto a ser dueño de una vivienda tradicional. Para comenzar, uno debe vivir en la zona para poder adquirirla. Además, su uso está estrictamente regulado:
- No se pueden rentar ni ocupar con fines comerciales.
- No está permitido acampar o pasar la noche dentro.
- Están prohibidos los paneles solares y los generadores eléctricos.
- Las dimensiones y diseño no pueden modificarse.
Tampoco existen títulos de propiedad convencionales, ya que estas casetas están construidas en playas públicas. El propietario paga una cuota de licencia anual, tasas municipales y un robusto seguro de responsabilidad civil que puede alcanzar los AU$20 millones.
Una historia que comienza con la reina Victoria
Según la historiadora Jo Jenkinson, autora de “The Lure of the Beach: A History of Public Sea Bathing in Brighton”, las primeras bathing boxes surgieron en la década de 1860, en pleno auge del puritanismo victoriano. En aquella época, cambiarse de ropa en la playa era ilegal y mostrar la piel en público aún más escandaloso, por lo que estas casetas ofrecían privacidad para cambiarse antes y después del baño.
Con el tiempo, y contra todas las predicciones, estas estructuras han sobrevivido a urbanizaciones costeras, temporales e incluso intentos de demolición. En los años 70, un intento del gobierno estatal por destruirlas fue detenido por el ayuntamiento local y la sociedad histórica de Sandringham.
Una inversión con corazón (pero pocos ingresos)
Para muchos propietarios, estas casetas tienen un valor más emocional que financiero. Tal es el caso de John Rundell, quien compró la **Beach Box No. 43** en Brighton en 1992 por AU$12,000. “¿De qué sirve llamarlo inversión si no quieres venderla?”, declara Rundell. Su familia ha celebrado allí almuerzos de Navidad y disfrutado de fuegos artificiales en Año Nuevo. Hoy, con sus hijos adultos y una nieta aún pequeña, la caseta se presta a amigos.
No obstante, la escasez convierte a estas casetas en activos seguros de valorización. Como destaca el agente inmobiliario Alex Corradi, “no veo que bajen de valor. Solo seguirán subiendo”. Eso sí, los bancos no otorgan créditos para comprarlas: todo comprador debe pagar en efectivo.
Estética pop y alma vintage
Parte del atractivo de las beach boxes yace en su extravagancia visual. Pintadas en colores vibrantes, cada una presenta diseños personales: desde la bandera australiana hasta motivos florales, playeros o minimalistas. Visitantes y turistas las convierten en fondo predilecto de selfies y postales.
No existe uniformidad en los nombres. Algunos las llaman boathouses; otros, bathing boxes. Pero todos coinciden en que tienen un especial “algo” que parece conectar con la nostalgia de veranos más simples y la idea romántica del ocio junto al mar.
¿Hasta cuándo seguirán resistiendo?
Aunque Melbourne ha logrado preservar alrededor de 2,000 beach boxes, otras regiones de Australia ya las han eliminado por completo. Las críticas no cesan: ¿debe permitirse una forma de apropiación privada de espacios de uso público?
Las opiniones están divididas. Mientras algunos las ven como un simbolismo elitista, otros defienden su rol como parte del paisaje y la identidad cultural de la costa victoriana. También resaltan su inmenso valor turístico, al punto de considerarlas “la postal de Melbourne frente al mar”.
“Estas casetas no son solo estructuras. Son emociones, son memorias familiares, son la forma en que conectamos con el mar sin perder el alma de nuestro pasado”, comentó en 2023 Cate Bakos, asesora inmobiliaria. Aunque reconoció su baja rentabilidad a corto plazo, cree que su valor histórico y escasez las hará crecer con el tiempo.
¿Turismo, tradición o especulación?
La pregunta en el aire es: ¿estas casetas son finalmente una red de emoción patrimonial o símbolos de especulación exótica? La respuesta, probablemente, mezcla ambas cosas. Los bienes raíces siempre han bailado entre el deseo y la inversión, entre lo emocional y lo fiscal.
En un mundo donde las propiedades parecen cada vez menos accesibles, tener una caseta de madera frente al mar sin electricidad y sin baño, pero con un millón de dólares australianos de valor, resulta en muchas formas una paradoja moderna.
Pero quizá ese sea su poder: conjugar capricho, herencia y paz costera en una estructura de tres por dos metros de puro color.
¿Ilógico? Tal vez. ¿Encantador? Sin duda alguna.