Trump y Erdogan: ¿Una nueva era entre EE.UU. y Turquía o un déjà vu geopolítico?
El expresidente Trump insiste en restaurar las relaciones con Turquía negociando ventas militares y reinsertando a Ankara en el programa F-35. ¿Qué implicaciones tendría esto para la OTAN, Rusia y el Medio Oriente?
Un reencuentro con múltiples capas geopolíticas
Donald Trump y Recep Tayyip Erdogan, líderes que comparten una relación políticamente atípica, volverán a encontrarse en la Casa Blanca. La noticia ha generado inquietud en los círculos diplomáticos internacionales. ¿Por qué? Porque las conversaciones girarán en torno a nada menos que la posible reactivación de la participación de Turquía en el programa del F-35, ventas de F-16 y nuevos acuerdos comerciales relacionados con Boeing. Todo esto en medio de tensiones regionales e internacionales.
El conflicto F-35: una historia con antecedentes rusos
Durante su primer mandato, Trump tomó una decisión sin precedentes: expulsar a Turquía del programa F-35. ¿La razón? Ankara decidió adquirir el sistema de defensa antimisiles S-400 de Rusia, lo que generó temores sobre la integridad de la tecnología militar de EE.UU. y su posible exposición a Moscú. La inversión turca ya había superado los 1.400 millones de dólares según funcionarios turcos.
Desde el punto de vista técnico, Washington consideró inaceptable que los sofisticados aviones cazas F-35 pudieran ser analizados por un sistema ruso, generando datos sensibles que podrían caer en manos del Kremlin. Con esta decisión, Washington sancionó a Turquía y negó la entrega de los aviones, pese a los pagos realizados.
¿Por qué retomar el diálogo ahora?
La pregunta del millón: ¿por qué Trump buscaría ahora restaurar las relaciones que él mismo deterioró?
En sus propias palabras, Trump declaró que “estamos trabajando en muchos acuerdos comerciales y militares con el Presidente, incluida la compra de aviones Boeing a gran escala, un importante trato por F-16 y la continuación de las charlas del F-35, que esperamos concluir positivamente.”
Detrás de esta retórica diplomática hay una estrategia geopolítica en juego. Trump ve a Erdogan como un interlocutor esencial para sus planes de influencia en Medio Oriente, el mar Negro y, más recientemente, el conflicto en Ucrania. Además, la influencia turca en Siria y Gaza se ha convertido en un punto de contacto, aunque conflictivo, entre Turquía e Israel.
Las complejidades del papel turco en la OTAN
Turquía es miembro de la OTAN desde 1952, pero su acercamiento a Rusia y sus políticas internas autoritarias bajo Erdogan han sembrado controversia. Human Rights Watch y Amnistía Internacional han denunciado reiteradamente la represión de periodistas, activistas y opositores políticos. Además, la intervención turca en Siria ha generado tensiones con Estados Unidos y Europa, sobre todo por el trato a las milicias kurdas, aliadas de EE.UU. en la región.
A pesar de todo esto, la posición geoestratégica de Turquía —puente entre Europa y Asia— continúa siendo de valor incalculable. Erdogan lo sabe y lo utiliza como argumento para volver al tablero de las grandes negociaciones militares, incluso con actores que lo han sancionado previamente.
Trump, el pragmático sin memoria selectiva
Trump parece no tener problema en retomar lazos con “viejos amigos” que una vez fueron ostracizados, especialmente si le reportan ventajas geopolíticas o económicas. Erdogan, consciente de esta debilidad del expresidente, se ha mantenido cercano, incluso participando de reuniones organizadas por Trump dentro del marco de la Asamblea General de la ONU.
Su mensaje es claro: “No creo que sea propio de una verdadera sociedad estratégica bloquear la entrega del F-35”. Una forma elegante —pero contundente— de expresar su descontento con la política estadounidense, y a su vez, recordarle a Donald Trump la factura pendiente por los jets.
¿Turquía como mediador entre Rusia y Ucrania?
Erdogan ha trazado hábilmente una estrategia para posicionar a Turquía como mediador neutral en conflictos tan distintos como Ucrania y Gaza. Ha mantenido relaciones con Zelenski y Putin, y se ha convertido en anfitrión de rutas comerciales clave como la del grano en el mar Negro durante el conflicto ruso-ucraniano.
Es precisamente esa capacidad diplomática lo que Trump desea aprovechar, pensando en su hipotético regreso a la presidencia en 2025. Erdogan representa el tipo de líder fuerte con el que Trump dice poder lograr “acuerdos históricos”. Sin embargo, esas alianzas presentan el riesgo de legitimar comportamientos autoritarios y erosión democrática.
Los peligros de una reconciliación sin condiciones
Restituir las relaciones sin exigencias claras sobre derechos humanos, señalamiento fiscal a Rusia o compromisos democráticos, podría restar legitimidad al liderazgo de EE.UU. como defensor de las libertades. En palabras de analistas de Brookings Institution, “la presión estratégica sin responsabilidad política puede transformar a un socio en un saboteador silencioso.”
La inclusión de Erdogan en el círculo cercano de Trump también se produce tras sus fuertes acusaciones contra Israel por su tratamiento en Gaza, que ha dejado, según el Ministerio de Salud de Gaza, más de 65,000 palestinos muertos y el 90% de las viviendas destruidas. Estas declaraciones han puesto a Erdogan en una posición difícil frente a Washington, que comparte la alianza con Israel.
La política como espectáculo: ¿Una jugada electoral?
Como en otras ocasiones, Trump podría estar utilizando esta acercamiento para reforzar su imagen de negociador maestro de cara a la campaña electoral. Mostrar que puede doblegar a aliados difíciles y restaurar alianzas podría seducir a su base electoral.
Este tipo de movimientos también sirven para neutralizar ataques demócratas sobre su política exterior. Demostrar que no guarda rencores y que puede volver a abrir puertas “por el bien nacional” fortalece su narrativa populista.
¿Y Biden?
La administración Biden ha mantenido a Erdogan a distancia, limitando los encuentros de alto nivel y centrándose en alianzas más ortodoxas dentro de la OTAN. Su desconfianza responde a la involución democrática de Turquía y su estrecha relación con Moscú. El estilo Biden, más institucional y diplomáticamente prudente, contrasta con la tendencia personalista de Trump.
La tensión se hace evidente en la elección de mediadores regionales. Mientras Biden evita legitimar a Erdogan como aliado estratégico, Trump lo impulsa al centro del tablero global. El resultado inevitablemente marca una división en la visión de política exterior estadounidense.
¿Quién controla las fichas en el nuevo gran juego?
Si el acercamiento entre Trump y Erdogan se consolida, marcaría un cambio radical en el equilibrio dentro de la OTAN y obligaría a las potencias europeas a replantear su estrategia en Medio Oriente. Con Siria resurgiendo bajo un nuevo mando, Gaza en ruinas, Ucrania en guerra y Rusia buscando maniobras evasivas a las sanciones, Erdogan se presenta como el peón que puede convertirse en reina.
No obstante, este ajedrez político no está exento de riesgos. Retomar la entrega de los F-35 a Ankara puede provocar fricciones con otros aliados de la OTAN y convertir a Turquía en una potencial fuga de información crítica. Todo bajo la mirada crítica del Congreso, donde ya hay voces dispuestas a oponerse si no se garantizan salvaguardas tecnológicas y políticas.
¿El regreso del paradigma transaccional?
En última instancia, el posible reinicio de negociaciones entre Trump y Erdogan reabre el debate sobre el enfoque transaccional en política exterior. Para Trump, los principios son negociables si el precio es el adecuado. Para Biden, ciertos valores como la democracia y la transparencia no están sujetos a aranceles ni contratos.
¿Cuál de estas visiones prevalecerá en la siguiente década? Todo dependerá de los resultados electorales, la evolución del conflicto en Ucrania, la estabilidad política en Turquía y la capacidad de Ankara para posicionarse como un actor imprescindible sin ceder completamente a Rusia o a Irán.
Lo que es claro es que la política exterior de EE.UU. está a punto de redefinirse. Y Turquía, con Erdogan al mando, vuelve a estar en el epicentro del dilema: ¿aliado indispensable o amenaza en potencia?