Francia y Mali: ruptura definitiva de la cooperación antiterrorista en medio de tensiones diplomáticas
Expulsión de diplomáticos, acusaciones de complot y el auge de actores externos como Rusia marcan una nueva era en el Sahel
Una ruptura que marca un antes y un después
Las relaciones entre Francia y Mali han alcanzado un punto crítico. El pasado 17 de septiembre de 2025, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Mali notificó oficialmente a la embajada francesa en Bamako la expulsión de cinco de sus empleados, declarados personae non gratae. Junto con esta medida, el gobierno maliense anunció el cese de toda cooperación bilateral en materia de lucha contra el terrorismo.
Esta escalada diplomática no es un hecho aislado. Se produce tras años de tensiones crecientes, eventos políticos internos en Mali—incluyendo dos golpes militares en menos de cinco años—y un contexto geopolítico cada vez más inclinado hacia nuevas alianzas, con Rusia ganando terreno en la región a expensas de potencias occidentales.
El contexto de la desconfianza
En agosto de 2025, las autoridades malienses arrestaron a un agente de inteligencia francés acusado de participar en una conspiración para derrocar al gobierno militar. Junto a él, fueron detenidos dos generales del ejército de Mali, lo que provocó un terremoto político y un recrudecimiento del discurso anti-francés en Bamako.
Como represalia, Francia expulsó a dos funcionarios secretos de inteligencia de Mali con sede en París y suspendió las actividades conjuntas de contrainteligencia. El gobierno de transición maliense respondió de inmediato con la expulsión de los cinco diplomáticos galos y la cancelación total de su cooperación estratégica.
Una alianza que venía desmoronándose
Mali y Francia tuvieron una relación de seguridad intensa desde la operación Serval en 2013, que buscó frenar a los grupos yihadistas que amenazaban el norte del país y la estabilidad del Sahel. Posteriormente se prolongó a través de la Operación Barkhane, con más de 5,000 efectivos desplegados en varios países.
Pero todo cambió a partir de los golpes de Estado de 2020 y 2021, que llevaron al poder a una junta militar liderada por Assimi Goita. Desde entonces, Mali ha tomado una línea de confrontación con Francia, acusándola de injerencia y apoyo a actores desestabilizadores.
En 2022, los soldados franceses abandonaron el país, tras ser “invitados” a retirarse por la junta. No obstante, persistía una frágil colaboración en materia de inteligencia para frenar el avance del yihadismo, que hoy ha sido rotundamente quebrada.
El factor ruso: ¿aliado o caballo de Troya?
Mali ha reforzado progresivamente sus vínculos militares y estratégicos con Rusia. Desde la retirada francesa, elementos del grupo Wagner —considerado brazo paramilitar del Kremlin— operan en territorio maliense, oficialmente como “instructores” del ejército local.
Sin embargo, informes de organismos internacionales como Human Rights Watch han acusado a estos mercenarios de participar en violaciones de derechos humanos, especialmente en regiones como Mopti y Gao. Las fuerzas de Wagner también han sido señaladas por tener acceso a recursos mineros locales, como parte de acuerdos opacos con el gobierno de Bamako.
Esta sustitución de un socio occidental por otro oriental ha generado fuertes cuestionamientos. No solo por los métodos rusos, sino por su real compromiso en estabilizar el país o simplemente operar en función de sus intereses estratégicos y económicos.
Un Sahel cada vez más incendiado
La fractura entre Francia y Mali se da en un contexto alarmante. Las actividades yihadistas en el Sahel han aumentado un 30% entre 2024 y 2025, especialmente en las fronteras entre Mali, Burkina Faso y Níger, según datos del ACLED (Armed Conflict Location & Event Data Project).
- Más de 1,200 ataques armados documentados en los primeros ocho meses de 2025.
- Al menos 3,000 civiles muertos y más de 400,000 desplazados en esta región.
- Mali, Burkina Faso y Níger reportan que más del 50% de su territorio escapa del control del Estado.
Además, los gobiernos de los tres países han creado una nueva alianza de defensa llamada Alianza de Estados del Sahel (AES), que excluye cooperación occidental y se presenta como un bloque de resistencia ante los “viejos patrones coloniales”.
¿Y ahora qué puede pasar?
La relación entre Francia y Mali parece haber tocado fondo. El debilitamiento de su cooperación tendrá consecuencias inmediatas en la lucha contra Al Qaeda y el Estado Islámico en el Sahel. Además, abre más espacio para que Rusia —e incluso China y Turquía— refuercen su presencia en África occidental.
El colapso de las relaciones con París también pone en aprietos a otras capitales europeas que ven con creciente preocupación la desertificación creciente de África, la inseguridad alimentaria y el aumento de las migraciones hacia Europa.
“Estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo orden poscolonial en África francófona, donde el rechazo a Occidente se mezcla peligrosamente con el populismo militar y la desinstitucionalización republicana”, declaró en Le Monde el analista político senegalés Cheikh Diagne.
Un futuro incierto para Mali y sus ciudadanos
Para el pueblo maliense, la ruptura con Francia no significa necesariamente más seguridad o soberanía. La región sigue empantanada en violencia, pobreza y desplazamiento. El Fondo Monetario Internacional estima que más del 80% de los habitantes de las zonas rurales viven bajo el umbral de pobreza, y los ataques a escuelas, centros de salud y convoyes humanitarios son casi rutinarios.
Desde la visión oficialista, la ruptura es un paso hacia una mayor autodeterminación. Pero hay voces dentro del país que se preguntan si sustituir un actor externo por otro no perpetúa los mismos problemas.
“No queremos ser colonizados por Francia ni por Rusia. Queremos escuelas, hospitales, paz y pan”, resume Fatoumata Traoré, socióloga maliense de la Universidad de Bamako. “Pero seguimos atrapados entre intereses que ni siquiera entendemos del todo”.
Epílogo: ¿el fin de una era?
La decisión de Mali de cortar toda cooperación antiterrorista con Francia marca un hito en las relaciones internacionales postcoloniales del África occidental. Más allá de las explicaciones diplomáticas y las acusaciones cruzadas, el hecho concreto es que el Sahel queda hoy más expuesto que nunca.
Si bien algunos celebran la “resistencia” africana a la injerencia externa, otros temen que el precio pueda ser demasiado alto. Las próximas semanas y meses determinarán si se abre un nuevo capítulo de soberanía real o si solo se trata de un reacomodo de potencias.