La paradoja del mar Báltico: cuando las bombas de la Segunda Guerra Mundial se convierten en refugios para la vida marina

Una investigación sorprendente revela que municiones sumergidas y potencialmente tóxicas albergan ecosistemas vibrantes, desafiando lo que sabíamos sobre los efectos de la guerra en los océanos

Bombas del pasado, oasis del presente

Lo que para muchos representa el legado tóxico de una de las épocas más oscuras de la humanidad, para algunos organismos marinos es un lugar fértil y seguro. En una zona del mar Báltico, donde durante décadas se pensó que la vida marina evitaría las municiones sumergidas de la Segunda Guerra Mundial, la historia ha dado un giro inesperado. En lugar de ser desiertos submarinos, los restos de bombas están rebosantes de vida.

Investigadores del Instituto de Investigación Senckenberg en Alemania han documentado esta situación a través de un estudio publicado en la revista Communications Earth and Environment. Liderado por el científico Andrey Vedenin, el equipo utilizó un sumergible para estudiar un antiguo campo de armas sumergidas en la bahía de Lübeck, y lo que hallaron fue asombroso: comunidades marinas prósperas con anémonas, estrellas de mar, cangrejos y peces viviendo directamente sobre los dispositivos explosivos olvidados por la historia bélica del siglo XX.

Un pasado explosivo bajo el mar

Aproximadamente 1.6 millones de toneladas de armas han sido desechadas en aguas alemanas tras las dos guerras mundiales. Estas incluyen bombas aéreas, torpedos, minas marinas y otros artefactos potencialmente peligrosos, algunos de ellos con restos de TNT, fósforo blanco e incluso residuos químicos. Durante décadas, estos materiales han sido considerados una amenaza latente para la salud del ecosistema y la navegación segura.

Vedenin declaró: “Esperábamos ver una población drásticamente reducida de organismos marinos —o ninguna— viviendo sobre estos objetos. Pero en cambio, descubrimos lo contrario: había más especies sobre las bombas que en el lecho marino circundante”.

¿Por qué elegir una bomba como hogar?

La explicación es tan lógica como sorprendente. El fondo del mar Báltico es predominantemente una llanura fangosa, carente de estructuras sólidas donde ciertas especies puedan anclarse. Esto es resultado de siglos de extracción de rocas y piedras para la construcción en tierra desde el siglo XIX. Esta deficiencia arquitectónica llevó a que muchas especies buscaran alternativas en cualquier superficie dura disponible, incluyendo los restos de artefactos explosivos.

Además, estos puntos están relativamente aislados de la actividad humana, precisamente por los riesgos que implican. Esta condición ha formado una burbuja de “protección pasiva”, permitiendo que seres vivos se adapten a convivir incluso con niveles tóxicos de contaminación.

¿Una historia de adaptación o de supervivencia?

Lo más fascinante del descubrimiento radica no sólo en la presencia de vida, sino en su aparente bienestar y reproducción. James Porter, ecólogo marino de la Universidad de Georgia, quien no participó en el estudio, comentó: “Normalmente, no se estudia la ecología de las bombas. Esto cambia nuestro paradigma sobre cómo los entornos contaminados pueden ser adaptados por la biodiversidad.”

Tal como lo dice David Johnston, biólogo marino de la Universidad de Duke, este fenómeno representa un poderoso ejemplo de cómo “la naturaleza encuentra formas inesperadas de perseverar en medio de los efectos devastadores de la actividad humana.” Johnston ha mapeado recientemente restos de buques hundidos en el río Potomac, Maryland, donde ocurre un fenómeno similar.

El lado oscuro del crecimiento

Sin embargo, no todo es optimismo. Un próximo paso clave es analizar qué cantidad de sustancias tóxicas han sido absorbidas por los organismos y cómo esto afecta la cadena alimentaria.

Los compuestos como el trinitrotolueno (TNT), presente en muchas de estas bombas, han sido identificados en estudios anteriores como disruptores endocrinos en peces y bivalvos. Incluso en pequeñas cantidades, pueden causar malformaciones, problemas reproductivos e incluso muerte en distintas fases del desarrollo de especies marinas.

Una investigación llevada a cabo en 2020 por el Instituto GEOMAR en Alemania concluyó que concentraciones de TNT en mejillones analizados cerca de campos de municiones en el mar eran suficientes para alterar marcadores genéticos de salud en menos de 30 días.

¿Regeneración natural o emergencia ambiental silenciosa?

El hallazgo llevó a analistas de biodiversidad y cambio ambiental a combatir el optimismo prematuro. Lo que parece una historia de regeneración también puede volverse una catástrofe ecológica silenciosa.

Si especies sensibles a sustancias tóxicas han sido reemplazadas por otras más resistentes o invasivas, el aparente “crecimiento” puede deberse más a una transformación profunda del ecosistema que a una salud restaurada.

Esto ha creado una nueva línea de investigación centrada en los “hábitats tóxicos adaptativos”, en los cuales organismos sobreviven —pero no exactamente prosperan— en ambientes antropogénicamente extremos.

Del Báltico al mundo: ¿cuántos cementerios de guerra submarinos existen?

El problema de las municiones subacuáticas no se limita a Europa. Según la Coalición Internacional de Municiones Bajo el Mar (IWMC), existen más de 200 sitios documentados en el mundo —desde el Pacífico Sur hasta el Golfo de México— donde armas nucleares, químicas o convencionales fueron sumergidas bajo acuerdos de posguerra.

Estados Unidos, por ejemplo, arrojó más de 32,000 toneladas de armas químicas en el Golfo de México entre 1946 y 1972, según reportes del Departamento de Defensa. Muchos de estos sitios no están marcados, y su monitoreo ha sido escaso hasta fecha reciente.

Hacia políticas de conservación más realistas

Esta paradoja desafía el modo en que concebimos la restauración ambiental. En lugar de zonas prístinas, ¿deberíamos empezar a reconocer los “ecosistemas adaptados al impacto humano” como también valiosos?

Es una pregunta incómoda, según algunos científicos: si estas comunidades prosperan en sitios contaminados, ¿realmente deberíamos intervenir eliminando esos residuos si al hacerlo destruimos sus hogares?

La química ambiental Ana Isabel Moreno, de la Universidad Autónoma de Madrid, señala: “Hay que pensar en una restauración matizada. Quizás hay bombas que deben ser eliminadas por su peligrosidad, pero otras podrían ser encapsuladas mediante ingeniería eco-amigable y monitoreadas como parte de un nuevo modelo de conservación de ambientes perturbados.”

Más que un hallazgo científico

El caso del Báltico no solo destaca la capacidad de adaptación de la naturaleza, sino también la necesidad de adaptar nuestra comprensión del impacto humano. Mientras enfrentamos crisis globales como el cambio climático, este estudio sugiere que incluso los desechos más peligrosos pueden interferir —o inesperadamente enriquecer— los ecosistemas del futuro.

Lo inerte e inútil adquiere un nuevo significado bajo las olas. En palabras de Porter: “La vida encuentra la forma. Y puede que necesitemos reescribir las reglas de la conservación para seguirle el paso.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press